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Mostrando las entradas de 2009

3er domingo de Adviento

3er domingo de Adviento, 13 dic. 09 Lect.: Sof 3: 14 – 18 a; Flp 4: 4 – 7; Lc 3: 10 – 18 1. Casi todos los adolescentes pasan —y hemos pasado también nosotros por ahí— por una etapa de rechazo de imposición de normas, de reglamentos, de autoridades que nos indiquen qué hacer. Pasan por una crisis y causan una crisis a los papás y maestros. Es la etapa, decimos, de la rebeldía. Se junta, con frecuencia, a las tendencias a vestir y presentarse de maneras distintas: pelo largo, aretes, tatuajes, probar drogas… que también causan tanto disgusto a los adultos. Quisiera destacar dos cosas muy positivas detrás de esa reacción adolescente. Una, es la necesidad de ser ellos mismos, de tener identidad propia. La otra, lograr esa realización personal de manera creativa, sin copiar al papá, o a los que están supuestamente encargados de su formación. Este sería un tema para todo un cursillo, pero no es de lo que se trata aquí. Lo que quiero destacar es lo significativo que resulta para todos el rec

2o domingo de Adviento

2o domingo de Adviento, 6 dic. 09 Lect.: Bar 5: 1 – 9; Flp 1: 4-6. 8 – 11; Lc 3: 1 – 6 1. ¿Por qué empieza Lc este capítulo hablándonos de ese emperador, esos virreyes y esos sumos sacerdotes? ¿Nos dice algo a nosotros? ¿No les parece raro? ¿Qué es lo importante de este párrafo? Sencillamente que Lc está ubicando en un momento concreto de la historia el mensaje religioso que va a transmitir. Es una manera de decir: Dios habla el lenguaje de una época, para la gente y los problemas de un momento determinado. Por eso repetir de manera fundamentalista un texto bíblico, sin ningún esfuerzo por reinterpretarlo en nuestro tiempo, es la mejor manera de mutilarlo, de perder su sentido para nosotros. No se rían, pero si Lc hubiera escrito hoy, hubiera empezado este capítulo más o menos así: en el año 2 del presidente más poderoso de la tierra, B. Obama, siendo presidente de CR en su último año O. Arias, a casi 200 días del golpe de estado en Honduras, y siendo Sumo Pontífice José Ratzinger, co

1er domingo de Adviento

1er domingo de Adviento, 29 nov. 09 Lect.: Jer 33: 14 – 16; 1 Tes 3: 12 – 4: 2; Lc 21: 25 – 28 1. El clima socio – religioso que refleja el texto evangélico de Lc en cierta forma no tiene nada que ver con el nuestro. Es un mundo muy diverso. Desde los primeros capítulos de su evangelio ya pintaba un pueblo que había vivido los horrores de la guerra y destrucción de Jerusalén del año 70, horrores que se añadían a décadas y siglos de ocupación de sus tierras por imperios extranjeros. Convencidos de ser el pueblo elegido por Dios, miran al futuro convencidos de que aparecerá un líder (cfr. 1ª lectura Jer) que les conducirá a la liberación total de la opresión y a un final de la historia donde el Monte Sión será el centro del mundo. Los primeros cristianos, marcados por ese contexto, solo añaden a esa visión su expectativa de que ese líder será Jesús quien vendrá por 2ª vez triunfante a esa nueva Jerusalén. Judíos y cristianos de la época mezclan la expectativa de un mundo nuevo, al final

Fiesta de Cristo Rey

Fiesta de Cristo Rey, 22 nov. 09 Lect.: Dan 7: 13 – 14; Apoc 1: 5 – 8; Jn 18: 33 – 37 1. Hay teólogos que dicen que quizás la palabra “rey” sea la menos apropiada para aplicar a Jesús. No solo porque Jesús nunca se la aplicó a sí mismo, ni se presentó como tal, ni habló nunca de un reinado suyo. Sino, más importante aún, porque la palabra “rey” todavía en nuestros días e incluso en nuestro ambiente republicano y democrático, evoca la idea de poder, de dominio, de relación vertical, de arriba para abajo. En contradicción por completo con la práctica y ministerio de Jesús cercano, servidor de todos pero especialmente de los pobres y más necesitados, y lejano de toda posición de poder hasta el extremo de la indefensión y debilidad mostrada en la crucifixión. Cierto que Jesús sí habla del reinado de Dios. Es su “obsesión”, el centro de toda su predicación y su práctica, pero ese “reinado” no tiene nada que ver con el dominio político, con situaciones de privilegio en esta sociedad. Se ref

33o domingo tiempo ordinario

33º domingo t.o., 15 nov. 09 Lect.: Dan 12: 1 – 3; Hebr 10: 11 – 14. 18; Mc 13: 24 – 32 1. Uds. saben que cada año se dedica estos domingos últimos del año eclesiástico, antes de empezar la preparación de la navidad, a hablar del final de los tiempos y del juicio final. Pienso que en parte estos énfasis son una salida cómoda a un problema serio que nos presentan estos textos del evangelio porque son de los textos más complicados del NT. Lo son porque mezclan muchos temas, cosas dichas por Jesús con comentarios de las primeras comunidades. Y porque utilizan lenguajes, estilos y preocupaciones muy de aquella época. Así presentan entremezclados textos referentes a la destrucción de Jerusalén por los romanos, a la restauración del reino de Israel, al final de los tiempos, a la resurrección de los muertos, al juicio final, y a la predicción de grandes catástrofes naturales e históricas por las que los discípulos tendrán que atravesar. En vez de meterlo todo en “el mismo saco” habría que re

32o domingo tiempo ordinario

32º domingo t.o., 8 nov. 09 Lect.: 1 Reg 17: 10 – 16; Hebr 9: 24 – 28; Mc 12: 38 – 44 1. ¿Con qué propósito educamos a nuestros hijos? Cuando yo era pequeño, muchos papás y mamás, viniendo de orígenes humildes, expresaban este propósito diciendo que aspiraban para sus hijos la posibilidad de “llegar a ser alguien”. Pero claro, esto puede entenderse de diversas maneras. En aquellos tiempos, y para gente sencilla urbana, “llegar a ser alguien” equivalía a tener un oficio o profesión que le permitiera a cada hijo varón ganar bien, tener casita propia y ahorros para las necesidades de salud, educación y diversiones de la familia. (En aquella época machista, lo que se aspiraba para la hija mujer era “que pudiera casarse bien” y ya entendemos lo que eso quería decir). Lo que se aspiraba en zona rural está bien expresado por la canción “Caña dulce pa’ moler”. Ahí no aparecía tan clara la necesidad de estudiar o tener carrera. 2. Pero la sociedad nuestra ha cambiado para bien y para mal. Desde

Fiesta de Todos los Santos

Fiesta de Todos los Santos, 1 nov. 09 Lect.: Apoc 7: 2 – 4. 9 – 14; 1 Jn 3: 1 – 3; Mt: 5: 1 – 12 a 1. Cuando se lee de nuevo este texto de las Bienaventuranzas, y se oye a teólogos y predicadores decir que esta es la Carta Magna de la predicación de Jesús, la reacción natural primaria es de admiración, de alabanza, ante un documento tan sublime. Pero la reacción segunda suele ser de una mezcla de distanciamiento y conformidad: se trata —podemos pensar— de un planteamiento tan maravilloso que es irrealizable (ser desapegados, mansos, misericordiosos…), no está al alcance de la mayoría de nosotros humanos que ya tenemos suficiente problema con intentar cumplir mandamientos y reglas más pegados al suelo. ¿Qué decir, entonces, de las bienaventuranzas? ¿Es que, acaso, Jesús no las pronunció para que realmente se convirtieran en orientación fundamental de nuestra existencia humana? Si no fuera así, sería francamente raro, porque Jesús no era un filósofo abstracto que teorizara sobre el ser h

29 domingo tiempo ordinario

29º domingo t.o., 18 oct. 09 Lect.: Is 53: 10 – 11; Hebr 4: 14 – 16; Mc 10: 35 – 45 1. Este texto evangélico parece redactado para una etapa pre – electoral, ¿no creen? Aquí tenemos a unos de los discípulos cercanos pidiendo a Jesús quedar bien ubicados en el Reino de Dios. Imaginémonos, sin hacer mucho esfuerzo, en cuántos compatriotas estarán en estos meses previos a febrero del 2010 metidos en campaña por el partido de sus preferencias, pero no por la contribución que se pueda hacer para mejorar Costa Rica, no para hacer que se parezca más a una sociedad más equitativa, más justa, sin pobreza, sin abusos sobre los débiles. No, nada de eso. En el fondo, trabajando políticamente para ver si algo le va a tocar después de las elecciones: un ministerio, una asesoría en la Asamblea Legislativa, una dirección de colegio, o una plaza en propiedad, una calle pavimentada hasta su casa o finca, algún privilegio para su empresa o, al menos, una placa de taxi. Las necesidades con imaginación cre

26o domingo tiempo ordinario

26º domingo t.o., 27 sep. 09 Lect.: Núm 11: 25 – 29; Sant 5:1 – 6; Mc 9: 37 – 42; 44. 46 – 47 1. Cuando yo era pequeño, en nuestra educación religiosa se reflejaba una visión militante de una iglesia poseedora de la verdad doctrinal que no solo no aceptaba a los que no compartieran nuestras creencias, sino que además pensaba que había que atacarlos. Recuerdo en esta línea un fraile profesor nuestro, muy combativo contra los protestantes, que aprovechaba hasta las procesiones cuando pasaban cerca de templos evangélicos para vocear mensajes agresivos contra los hermanos separados. Fundó incluso una revista mensual que se dedicaba exclusivamente a impugnar los errores de los cristianos no católicos. Escuché también, compartiendo una vez un almuerzo con el P. Chacón, en la Iglesia de Fátima, a alguien que contaba de la primera fundación de un templo evangélico en Heredia, y de cómo los chiquillos de la parroquia, se sentían animados por lo que habían aprendido y se lanzaban a tirar piedra

25o domingo de tiempo ordinario

25º domingo t.o., 21 septiembre 2009 Lect: Sab 2:17- 20; Sant 3:16 – 4:3; Mc 9: 29 - 36 1. Puede resultar curiosa la escena que acaba de relatarnos Mc. Jesús está hablando de los desafíos que le esperan por delante, de los sufrimientos a los que va a enfrentarse como consecuencia de su misión. Y los discípulos que ni quieren enfrentarse con esa perspectiva y, más bien, están discutiendo entre ellos sobre quién va a ser el más importante en el reino. Todo un contraste. De algún modo es una situación muy comprensible porque refiere a dos actitudes muy humanas: por una parte, el temor al sufrimiento y al fracaso. Por otra, la necesidad de sentirnos seguros, que los demás nos den reconocimiento y valoración a uno, a nuestra identidad propia Los dos sentimientos son naturales pero se nos hacen problema a la hora de decidir qué es lo que nos hace seguros e importantes; qué es lo que me va a permitir encarar el futuro con más tranquilidad y paz, y qué es lo que va a hacer posible que los dem

17o domingo tiempo ordinario

17º domingo t.o., 26 jul. 09 Lect.: 2 Reg 4: 42 – 44; Ef 4: 1- 6; Jn 6: 1 – 15 1. Si alguien, no creyente y ajeno por completo a lo religioso, nos preguntara con buena voluntad qué venimos a hacer aquí cada domingo, quizás la respuesta más breve y exacta sería decirle: venimos a celebrar la eucaristía. Respuesta correcta pero, ¿la entendemos? ¿entendemos lo que conlleva? Ese supuesto no creyente podría insistir en que aclaremos. Diríamos entonces celebrar la eucaristía es celebrar la acción de gracias. Esta breve explicación ya permitiría conversar con cualquiera y hacerle ver por qué la eucaristía desempeña un papel central en nuestra vida cristiana. Los cristianos construimos nuestra vida sobre la acción de gracias. Dar gracias de manera profunda y convencida, como deberíamos hacerlo aquí cada domingo, es hacer de este momento el del reconocimiento serio de que toda nuestra vida, todo nuestro ser, lo que decimos y lo que hacemos y, con mucho más razón, todo lo que tenemos no es más q

16o domingo tiempo ordinario

16º domingo t.o., 19 jul. 09 Lect.: Jer 23: 1 – 6; Ef 2: 13 – 18; Mc 6: 30 – 34 1. La escena que narra Mc es tan cotidiana que puede pasar inadvertida. Podría quedar como una mera introducción a la multiplicación de los panes, del próximo domingo. Sin embargo, nos abre un maravilloso panorama sobre lo que es para Jesús la vida religiosa, la vida espiritual y, en definitiva, la vida humana . La escena es de lo más corriente: los discípulos regresan de una de sus primeras correrías apostólicas, contentos de lo que hicieron, abrumados de las exigencias de la gente que no les deja tiempo ni para comer. Y con gran comprensión los invita a tomarse un rato aparte, para descansar. Pero él mismo no puede dar el ejemplo, porque al desembarcar lo rodea una gran muchedumbre y entonces, dice Mc, Jesús siente por ellos una gran compasión, porque los ve como ovejas sin pastor. ¿Cómo puede ver Jesús así a la gente? Tendríamos que extrañarnos de esta afirmación sabiendo que aqu

15o domingo tiempo ordinario

15º domingo t.o., 12 jul. 09 Lect.: Amós 7: 12 – 15; Ef 1: 3 – 14; Mc 6: 7 – 13 1. Cuando leo este texto de Mc me resulta imposible no preguntarme en qué grado estoy viviendo conforme a este envío de Jesús. Y en segundo lugar me resulta imposible no preguntarme si a Uds. y a otros muchos católicos que leerán este evangelio no les chocarán las instrucciones de Jesús a sus enviados o, al revés, si no les chocará a Uds. ver en los sucesores de los enviados un estilo de vida que parece ajustarse muy poco a estas instrucciones del Señor. Recordémoslas rápidamente: al enviar Jesús a los doce no los envía a gobernar ninguna institución, ni a tener autoridad sobre personas, —tampoco él lo hizo nunca— sino sobre los “espíritus inmundos”, es decir, los envía con poder para enfrentarse y expulsar a las fuerzas malignas que deshumanizan a las personas, las que causan pobreza, enfermedad y dolor a los seres humanos. Los envía además a vivir conforme a un estilo de vida muy simple. Por una parte

14o domingo tiempo ordinario

14º domingo t.o., 5 jul. 09 Lect.: Ez 2; 2 – 5; 2 Cor 12; 7 – 10; Mc 6: 1 – 6 1. Desde pequeños, en nuestras familias y en la catequesis, aprendimos que Jesús era Dios y hombre verdadero, … el fundador de la única religión verdadera, un gran maestro que enseñó toda la fe católica,… que nos dejó unos mandamientos y una moral —sobre todo sexual, matrimonial, familiar— la cual es preciso seguir rigurosamente para salvarse… que es el gran sacerdote de nuestra religión,… Esto y mucho más nos dicen muchos de los catecismos que utilizamos en épocas de nuestra infancia. Lamentablemente muchos de esos catecismos son elaboraciones teológicas, intelectuales, que solo tienen como propósito darnos algunas referencias conceptuales para cuando necesitemos aclarar aspectos de nuestras creencias. En ese sentido tienen su utilidad. Pero tienen una gran limitación: esos catecismos no están orientados a facilitarnos el encuentro personal con Jesús, ni a alimentar nuestra vida espiritual conectándonos v

13er domingo tiempo ordinario

13er domingo t.o., 28 jun. 09 Lect. Sap 1: 13 – 15. 2: 23 – 25; 2 Cor 8: 7 – 9. 13 – 15; Mc 5: 21 – 43 1. Ante el misterio de la divinidad los seres humanos nos hemos sentido desconcertados y hemos pasado por etapas muy diversas en el intento por comprenderlo. Hubo épocas primitivas en que se le veía como un espíritu terrible, que amenazaba con su furia al ser humano, con el que había que mantenerse en buenos términos cumpliendo sus mandatos y rindiéndole sacrificios. Por entonces también Israel lo veía como un dios ligado solamente a su pueblo, capaz de destruir a todos sus enemigos, de arrasar con ejércitos y pueblos extranjeros. Claro que en medio de esas representaciones tan imperfectas de vez en cuando surgían voces de personas más espirituales que intuían que no podía encerrarse a Dios en esas concepciones tan limitadas y contradictorias que lo asimilaban al ser humano preso de todas sus pasiones de ira, envidia, rivalidad. Una de esas voces disonantes es la del libro de Sabi

12o domingo tiempo ordinario

12º domingo t.o., 21 jun. 09 Lect.: Job 38: 1. 8 – 11; 2ª Cor 5: 14 – 17; Mc 4: 35 – 40 1. Aunque han pasado 2000 años desde la época de Jesús, hay imágenes poderosas que siguen siendo significativas hoy día. El océano, por ejemplo. Su fuerza, su profundidad, sus tormentas, sus peligros. En aquella época, —y eso que se trataba de un mar pequeñito—, el de Tiberíades, esas grandes aguas, sobre todo con oleaje, embravecidas, representaban las fuerzas del mal, fuerzas que parecen ser superiores a la acción humana. Han pasado 2000 años y, a pesar de ello, un accidente como el del avión de Air France en medio del océano atlántico, nos vuelve a revivir la fuerza de ese símbolo primitivo, representando poderes que percibimos con temor como superiores a nuestras fuerzas. No ya pensando en demonios y espíritus malignos, sino en las tendencias dañinas que conducen a los humanos a la guerra, al mantenimiento de sociedades injustamente desiguales como la nuestra, y de millones en la pobreza y el

Fiesta del Corpus Christi

Fiesta del Corpus Christi, 14 jun. 09 Lect.: Éx 24: 3-8; Hebr 9: 11-15; Mc 14: 12- 16. 22-26 1. Llama la atención que en las tres lecturas que acabamos de escuchar, destaque la palabra “alianza”. Moisés rocía al pueblo con sangre de vacas sacrificadas diciendo “esta es la sangre de la alianza que hace el Señor”; el autor de Hebreos habla de Cristo que “se ha ofrecido como sacrificio sin mancha” y “por eso es mediador de una alianza nueva”; y Mc cuenta que en la última cena de celebración de la Pascua, Jesús toma la copa de vino, se la da a beber a los discípulos y luego les dice “esta es mi sangre, sangre de la alianza”. Pegamos aquí con tradiciones antiquísimas de la historia de la humanidad. Por un lado, la idea de que Dios estableciera un alianza con los seres humanos evoca el temor de los pueblos antiguos de sentirse separados de la protección de los dioses, fuera del mundo de lo sagrado, expuestos a los peligros del mundo profano. La alianza, en el caso de la tradición judía,

Fiesta de la Santísima Trinidad

Fiesta de la Santísima Trinidad, 7 jun. 09 Lect.: Dt 4: 32 – 34. 39 – 40; Rom 8: 14 – 17; Mt 28: 16 – 20 1. Uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, Tomás de Aquino, decía siempre que de Dios sabemos más lo que no es que lo que es. No debería sorprendernos. Dios es inefable, inaccesible. Es decir, que no se puede expresar, ni accederlo, como si se tratara de un objeto material, como de otro ser o lugar del universo. Si pudiéramos expresarlo o representarlo así, ya Dios no sería Dios, sería otra criatura. A pesar de que deberíamos estar conscientes de esto, en la historia del cristianismo, por no decir de toda la humanidad, ha habido a lo largo de los siglos montones de intentos por representarse a Dios, por expresarlo en fórmulas teológicas, varias de ellas dogmáticas; o en representaciones populares, como cuando pensamos en los cuadros de la Trinidad, o de la divinidad de Jesús, o del Espíritu Santo. Muchas de ellas son antropomórficas, es decir, que tratan de pensar en Dios

Fiesta de Pentecostés

Fiesta de Pentecostés, 31 may. 09 Lect.: Hech 2: 1 – 11; 1 Cor 12: 3b – 7. 12 – 13; Jn 20: 19 – 23 1. Lo decíamos el domingo pasado. La experiencia que vivieron los primeros discípulos tras la muerte de Jesús debió de ser algo tan extraordinario y de tanta riqueza que tuvieron que recurrir a diversos grandes símbolos o imágenes para expresarla. Un solo símbolo era insuficiente. Utilizaron entonces, al menos tres grandes palabras: resurrección, ascensión y envío del Espíritu Santo. Las tres son expresiones un poco diversas de una única realidad, que enfatizan uno u otro aspecto de ésta. La idea de la resurrección expresa la convicción de que la vida de Jesús fue de tal manera aprobada por el Padre que éste hizo que venciera a toda limitación humana, incluso y especialmente a la muerte. La palabra “ascensión”, por su parte, al hablar de exaltación de Jesús, enfatiza el poder, el dominio que le ha dado el Padre. Creer en la ascensión es confesar que su forma de vida en este mundo es

Fiesta de la Ascensión

Fiesta de la Ascensión, 24 de mayo 2009 Lect.: Hech 1: 1 - 11; Ef 1: 17 - 23 Mc 16: 15 – 20 1. Lo que pasó en el Calvario y, sobre todo, lo que pasó las semanas siguientes debió de ser de tal impacto para los primeros discípulos que tuvieron que recurrir a discursos distintos, complementarios, para tratar de expresar toda la riqueza de lo que estaban experimentando. Lo esencial de todo fue, probablemente, que sin entender cómo ni por qué, estaban experimentando que quien había muerto en la cruz estaba vivo. Lo que había sucedido en los momentos terribles de la pasión y la muerte de Jesús, inicialmente los había demolido, había roto sus esperanzas y, sin embargo, empezaron a sentir como una experiencia que se producía en ellos, pero que no era de ellos, que Jesús no había fracasado en el calvario, que aquella vida que habían acompañado por casi tres años, valía la pena, era el tipo de vida que Dios quería para sus hijos. Y que ese Jesús seguía en ellos como el viviente, como el cruc
6º domingo de Pascua, 17 may. 09 Lect.: Hech 10: 25 – 26. 34 – 35; 1 Jn 4: 7 – 10; Jn15: 9 – 17 1. Hace un tiempo, en una encuesta sobre donación de órganos, realizado en otro país, le preguntaban a algunos que habían donado dentro de su propia familia, cuánto tiempo les había tomado decidirse, y con qué criterios lo habían hecho. Algunos de los entrevistados se sorprendieron de la pregunta. No entendían por qué les preguntaban eso. Sencillamente se habían dado cuenta de la extrema necesidad del hijo, hermana, madre y sin más reflexión, se habían ofrecido para donar su riñón o el órgano que fuera. Ninguna razón o criterio los había guiado. Simplemente sentían, sabían que tenían que hacerlo. No como obligación, sino como una llamada que les brotaba de dentro. Hay un caso conocido por los periódicos también de hace unos años, de una persona negra que se lanzó a los rieles del metro de NY para salvar a un niño que había caído, que ni siquiera conocía, y logró sacarlo y logró protegerl

5o domingo de Pascua

5º domingo de Pascua, reflexión anterior retomada el 10 may. 09 Lect.: Hech 9: 26 - 31; 1 Jn 3: 18 - 24; Jn 15: 1 - 8 1. La fuerza de la rutina, en buena parte, en los discursos, en los sermones, en las prácticas religiosas, es la causante de que muchas palabras del evangelio pierdan su novedad, y muchos de sus mensajes se distorsionen en meras repeticiones de frases hechas, cajoneras, sin mayor fuerza que la que pueden tener los pensamientos de calendario o incluso, las recomendaciones de los horóscopos. Así pasa, por ejemplo, con una palabra y un mensaje que nos trae el texto de Jn de hoy. La palabra es “permanecer” o “morar”. Y el mensaje, en su primera parte, es “permanezcan, o pongan su morada, en mí y yo en ustedes”. En su segunda parte: el que permanece o tiene su morada en mí, ese creará fruto abundante, se creará lo que pida y será creado como discípulo. 2. Si pudiéramos hacer el esfuerzo de despojarnos de la carga de la rutina, en primer lugar, escucharíamos estas pal

4o domingo de Pascua

4º domingo de Pascua, Lect: Hech 4: 8 - 12; 1 Jn 3: 1 - 2; Jn 10: 11 - 18 (aunque este domingo no me correspondió predicar, incluyo una reflexión previa sobre los textos correspondientes). 1. Es lo más normal del mundo que la muerte —la de los demás y la propia— nos provoque miedo. De allí que nos causen horror la guerra, las masacres, la violencia asesina, la muerte de los seres queridos. Aunque es curioso: la muerte que inspira miedo, ejerce también una extraña fascinación, a veces morbosa, que se muestra también en el gusto por el género de cine terror, por los programas de TV transmitiendo bombardeos y ataques de guerra, y hasta en la afición por las páginas de sucesos en la prensa sensacionalista. Quizás este miedo y esta fascinación son dos formas de expresión de una misma actitud de incertidumbre ante el final de nuestra existencia: si tiene un más allá o un después. Sea como sea, ese temor a la muerte a menudo nos paraliza, nos impide realizar cosas que deseamos, que creemo