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Mostrando las entradas con la etiqueta signos

3er domingo de Pascua

Lect.: Hechos 5:27-32, 40-41; Salmo 30:2, 4-6, 11-13; Apoc 5:11-14; Jn 21:1-19 Seguimos de la mano del evangelista Juan, descubriendo los signos en los que los primeros discípulos pudieron experimentar la presencia de Cristo viviente. Una cosa es la manera como expresaron luego sus experiencias —generalmente narrándolas como “apariciones”— y otra, muy distinta, las características de la experiencia pascual por la que atravesaron. Estas parecen sugerirse en los textos como asociadas a transformaciones profundas que experimentaron en su propia vida y que relacionaron con la presencia del Cristo Viviente. Ya, el domingo de pascua, nos mostró Juan cómo el primer signo fue la capacidad que se despertó en ellos para volver a reunirse , a constituir comunidad superando la dispersión y alejamiento en los que se habían dejado arrastrar tras el miedo que les generó la crucifixión. Incluso vimos cómo Lc, en el libro de los Hechos, añade como otro signo de la vida del resucitado, la fuer...

6º domingo t.o.

Lect.:  Lev 13,1-2.44-46; I Corintios 10,31-11,1; Marcos 1,40-45 Cuando leemos un texto como el de Levítico hoy, podemos horrorizarnos y pensar que aquellas sociedades antiguas, como la judía del A.T. era cruel y salvaje por la forma como trataba a muchos de sus enfermos. Por lo menos a los que padecían lesiones en la piel, los sacerdotes, con la autoridad de Dios, los declaraban impuros, los expulsaban de la población, y los obligaban a andar harapientos, despeinados y auto proclamándose como impuros, para que nadie se les acercara. Encima de su padecimiento físico tenían que soportar el vivir aislados, sin tener siquiera el consuelo de asistir a un lugar donde escuchar la palabra de Dios. Sí, es cierto, ya lo comentábamos el domingo pasado, eran pueblos que, en general, no tenían nuestros conocimientos sobre la salud y la enfermedad. Pero habría que preguntarse si nosotros, en la época moderna, somos mucho más humanos y civilizados que aquellos. Toda sociedad to...

5o domingo t.o.

Lect.: Job 7,1-4.6-7;  I Cor 9,16-19.22-23; Mc 1,29-39 Marcos continúa mostrando cómo con Jesús queda claro que el Reino de Dios ya está cerca, ya ha llegado a nosotros. O dicho de otra forma, que nos encontramos inmersos en la presencia de Dios. Ya el evangelista nos avivó el domingo pasado nuestra convicción de que, por más que experimentemos impulsos y fuerzas negativas dentro de nosotros mismos,—lo que llamaban entonces "espíritus malignos"—, nuestra fe da lugar a que solo el Espíritu de Jesús sea el que lleve el timón, el control de nuestra vida. Eso es lo que mostraba la “ actividad exorcista ” de Jesús. Hoy nos presenta otra faceta de la actividad de Jesús que reafirma también la cercanía del reino de Dios, Jesús como “sanador del poder absoluto de las enfermedades” . Para entender lo que quieren decir estos relatos de “curaciones milagrosas” recordemos que la mentalidad de las gentes del siglo I estaban a distancias inmensas de nuestra manera de entender l...

18º domingo t.o., 5 de ago. de 12

Lect.: Éx 16, 2-15; Ef 4, 17-24; Jn 6: 24-35 Las Olimpíadas son una maravillosa celebración de la vida, de las potencialidades corporales del ser humano, “más rápido, más alto, más fuerte”. Son una fiesta de hermosa competencia de superación física y mental. Y muestran, particularmente, las exigencias de entrenamiento, de disciplina y de muy alto nivel de salud y alimentación en todos los participantes. Cada uno de los atletas exhibe los resultados de un gran cuidado de años para el óptimo funcionamiento de su cuerpo.   Exhibe en alto grado, lo que en mínimos esenciales debería ser el ideal de salud física para todos los seres humanos. Por eso, además del disfrute, del carácter festivo y de su contribución al bienestar general, las Olimpiadas son el escenario perfecto en esta sociedad y economía actuales para pensar, por contraste, en los millones de personas que ni remotamente se acercan a esos mínimos esenciales. No se trata de aguar la fiesta, sino de asumir la re...

17º domingo t.o.

Lect.: II Reyes 4,42-44, Ef 4,1-6, Jn 6,1-15 Por distraídos que estemos en misa, nos sorprenderá que, de repente, sin ninguna fiesta especial de por medio que lo justifique, se interrumpa la lectura continua del evangelio de Marcos —tan concreto y aterrizado en el seguimiento de la vida de Jesús— y se sustituya por un texto de Juan, —que no deja de ser complicado, con símbolos no fáciles y distantes culturalmente. Más sorprende que este remplazo se haga durante cinco domingos seguidos. Si queremos preguntar la razón a liturgistas, —al menos, vía internet— no encontraremos más que dos aparentes razones no muy convincentes: que el evangelio de Marcos es muy corto y no da para “rellenar” cuatro o cinco domingos del ciclo ordinario de este año; y que a veces se recurre a otro evangelio cuando hay que explicar o ahondar “un poco más en un tema”, —como si cada evangelista no hubiera tenido su propósito propio y de su comunidad, al escribir lo que escribió y como lo escribió...