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Mostrando las entradas de mayo, 2009

Fiesta de Pentecostés

Fiesta de Pentecostés, 31 may. 09 Lect.: Hech 2: 1 – 11; 1 Cor 12: 3b – 7. 12 – 13; Jn 20: 19 – 23 1. Lo decíamos el domingo pasado. La experiencia que vivieron los primeros discípulos tras la muerte de Jesús debió de ser algo tan extraordinario y de tanta riqueza que tuvieron que recurrir a diversos grandes símbolos o imágenes para expresarla. Un solo símbolo era insuficiente. Utilizaron entonces, al menos tres grandes palabras: resurrección, ascensión y envío del Espíritu Santo. Las tres son expresiones un poco diversas de una única realidad, que enfatizan uno u otro aspecto de ésta. La idea de la resurrección expresa la convicción de que la vida de Jesús fue de tal manera aprobada por el Padre que éste hizo que venciera a toda limitación humana, incluso y especialmente a la muerte. La palabra “ascensión”, por su parte, al hablar de exaltación de Jesús, enfatiza el poder, el dominio que le ha dado el Padre. Creer en la ascensión es confesar que su forma de vida en este mundo es

Fiesta de la Ascensión

Fiesta de la Ascensión, 24 de mayo 2009 Lect.: Hech 1: 1 - 11; Ef 1: 17 - 23 Mc 16: 15 – 20 1. Lo que pasó en el Calvario y, sobre todo, lo que pasó las semanas siguientes debió de ser de tal impacto para los primeros discípulos que tuvieron que recurrir a discursos distintos, complementarios, para tratar de expresar toda la riqueza de lo que estaban experimentando. Lo esencial de todo fue, probablemente, que sin entender cómo ni por qué, estaban experimentando que quien había muerto en la cruz estaba vivo. Lo que había sucedido en los momentos terribles de la pasión y la muerte de Jesús, inicialmente los había demolido, había roto sus esperanzas y, sin embargo, empezaron a sentir como una experiencia que se producía en ellos, pero que no era de ellos, que Jesús no había fracasado en el calvario, que aquella vida que habían acompañado por casi tres años, valía la pena, era el tipo de vida que Dios quería para sus hijos. Y que ese Jesús seguía en ellos como el viviente, como el cruc
6º domingo de Pascua, 17 may. 09 Lect.: Hech 10: 25 – 26. 34 – 35; 1 Jn 4: 7 – 10; Jn15: 9 – 17 1. Hace un tiempo, en una encuesta sobre donación de órganos, realizado en otro país, le preguntaban a algunos que habían donado dentro de su propia familia, cuánto tiempo les había tomado decidirse, y con qué criterios lo habían hecho. Algunos de los entrevistados se sorprendieron de la pregunta. No entendían por qué les preguntaban eso. Sencillamente se habían dado cuenta de la extrema necesidad del hijo, hermana, madre y sin más reflexión, se habían ofrecido para donar su riñón o el órgano que fuera. Ninguna razón o criterio los había guiado. Simplemente sentían, sabían que tenían que hacerlo. No como obligación, sino como una llamada que les brotaba de dentro. Hay un caso conocido por los periódicos también de hace unos años, de una persona negra que se lanzó a los rieles del metro de NY para salvar a un niño que había caído, que ni siquiera conocía, y logró sacarlo y logró protegerl

5o domingo de Pascua

5º domingo de Pascua, reflexión anterior retomada el 10 may. 09 Lect.: Hech 9: 26 - 31; 1 Jn 3: 18 - 24; Jn 15: 1 - 8 1. La fuerza de la rutina, en buena parte, en los discursos, en los sermones, en las prácticas religiosas, es la causante de que muchas palabras del evangelio pierdan su novedad, y muchos de sus mensajes se distorsionen en meras repeticiones de frases hechas, cajoneras, sin mayor fuerza que la que pueden tener los pensamientos de calendario o incluso, las recomendaciones de los horóscopos. Así pasa, por ejemplo, con una palabra y un mensaje que nos trae el texto de Jn de hoy. La palabra es “permanecer” o “morar”. Y el mensaje, en su primera parte, es “permanezcan, o pongan su morada, en mí y yo en ustedes”. En su segunda parte: el que permanece o tiene su morada en mí, ese creará fruto abundante, se creará lo que pida y será creado como discípulo. 2. Si pudiéramos hacer el esfuerzo de despojarnos de la carga de la rutina, en primer lugar, escucharíamos estas pal

4o domingo de Pascua

4º domingo de Pascua, Lect: Hech 4: 8 - 12; 1 Jn 3: 1 - 2; Jn 10: 11 - 18 (aunque este domingo no me correspondió predicar, incluyo una reflexión previa sobre los textos correspondientes). 1. Es lo más normal del mundo que la muerte —la de los demás y la propia— nos provoque miedo. De allí que nos causen horror la guerra, las masacres, la violencia asesina, la muerte de los seres queridos. Aunque es curioso: la muerte que inspira miedo, ejerce también una extraña fascinación, a veces morbosa, que se muestra también en el gusto por el género de cine terror, por los programas de TV transmitiendo bombardeos y ataques de guerra, y hasta en la afición por las páginas de sucesos en la prensa sensacionalista. Quizás este miedo y esta fascinación son dos formas de expresión de una misma actitud de incertidumbre ante el final de nuestra existencia: si tiene un más allá o un después. Sea como sea, ese temor a la muerte a menudo nos paraliza, nos impide realizar cosas que deseamos, que creemo