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Mostrando las entradas de junio, 2009

13er domingo tiempo ordinario

13er domingo t.o., 28 jun. 09 Lect. Sap 1: 13 – 15. 2: 23 – 25; 2 Cor 8: 7 – 9. 13 – 15; Mc 5: 21 – 43 1. Ante el misterio de la divinidad los seres humanos nos hemos sentido desconcertados y hemos pasado por etapas muy diversas en el intento por comprenderlo. Hubo épocas primitivas en que se le veía como un espíritu terrible, que amenazaba con su furia al ser humano, con el que había que mantenerse en buenos términos cumpliendo sus mandatos y rindiéndole sacrificios. Por entonces también Israel lo veía como un dios ligado solamente a su pueblo, capaz de destruir a todos sus enemigos, de arrasar con ejércitos y pueblos extranjeros. Claro que en medio de esas representaciones tan imperfectas de vez en cuando surgían voces de personas más espirituales que intuían que no podía encerrarse a Dios en esas concepciones tan limitadas y contradictorias que lo asimilaban al ser humano preso de todas sus pasiones de ira, envidia, rivalidad. Una de esas voces disonantes es la del libro de Sabi

12o domingo tiempo ordinario

12º domingo t.o., 21 jun. 09 Lect.: Job 38: 1. 8 – 11; 2ª Cor 5: 14 – 17; Mc 4: 35 – 40 1. Aunque han pasado 2000 años desde la época de Jesús, hay imágenes poderosas que siguen siendo significativas hoy día. El océano, por ejemplo. Su fuerza, su profundidad, sus tormentas, sus peligros. En aquella época, —y eso que se trataba de un mar pequeñito—, el de Tiberíades, esas grandes aguas, sobre todo con oleaje, embravecidas, representaban las fuerzas del mal, fuerzas que parecen ser superiores a la acción humana. Han pasado 2000 años y, a pesar de ello, un accidente como el del avión de Air France en medio del océano atlántico, nos vuelve a revivir la fuerza de ese símbolo primitivo, representando poderes que percibimos con temor como superiores a nuestras fuerzas. No ya pensando en demonios y espíritus malignos, sino en las tendencias dañinas que conducen a los humanos a la guerra, al mantenimiento de sociedades injustamente desiguales como la nuestra, y de millones en la pobreza y el

Fiesta del Corpus Christi

Fiesta del Corpus Christi, 14 jun. 09 Lect.: Éx 24: 3-8; Hebr 9: 11-15; Mc 14: 12- 16. 22-26 1. Llama la atención que en las tres lecturas que acabamos de escuchar, destaque la palabra “alianza”. Moisés rocía al pueblo con sangre de vacas sacrificadas diciendo “esta es la sangre de la alianza que hace el Señor”; el autor de Hebreos habla de Cristo que “se ha ofrecido como sacrificio sin mancha” y “por eso es mediador de una alianza nueva”; y Mc cuenta que en la última cena de celebración de la Pascua, Jesús toma la copa de vino, se la da a beber a los discípulos y luego les dice “esta es mi sangre, sangre de la alianza”. Pegamos aquí con tradiciones antiquísimas de la historia de la humanidad. Por un lado, la idea de que Dios estableciera un alianza con los seres humanos evoca el temor de los pueblos antiguos de sentirse separados de la protección de los dioses, fuera del mundo de lo sagrado, expuestos a los peligros del mundo profano. La alianza, en el caso de la tradición judía,

Fiesta de la Santísima Trinidad

Fiesta de la Santísima Trinidad, 7 jun. 09 Lect.: Dt 4: 32 – 34. 39 – 40; Rom 8: 14 – 17; Mt 28: 16 – 20 1. Uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, Tomás de Aquino, decía siempre que de Dios sabemos más lo que no es que lo que es. No debería sorprendernos. Dios es inefable, inaccesible. Es decir, que no se puede expresar, ni accederlo, como si se tratara de un objeto material, como de otro ser o lugar del universo. Si pudiéramos expresarlo o representarlo así, ya Dios no sería Dios, sería otra criatura. A pesar de que deberíamos estar conscientes de esto, en la historia del cristianismo, por no decir de toda la humanidad, ha habido a lo largo de los siglos montones de intentos por representarse a Dios, por expresarlo en fórmulas teológicas, varias de ellas dogmáticas; o en representaciones populares, como cuando pensamos en los cuadros de la Trinidad, o de la divinidad de Jesús, o del Espíritu Santo. Muchas de ellas son antropomórficas, es decir, que tratan de pensar en Dios