12º domingo t.o., 21 jun. 09
Lect.: Job 38: 1. 8 – 11; 2ª Cor 5: 14 – 17; Mc 4: 35 – 40
1. Aunque han pasado 2000 años desde la época de Jesús, hay imágenes poderosas que siguen siendo significativas hoy día. El océano, por ejemplo. Su fuerza, su profundidad, sus tormentas, sus peligros. En aquella época, —y eso que se trataba de un mar pequeñito—, el de Tiberíades, esas grandes aguas, sobre todo con oleaje, embravecidas, representaban las fuerzas del mal, fuerzas que parecen ser superiores a la acción humana. Han pasado 2000 años y, a pesar de ello, un accidente como el del avión de Air France en medio del océano atlántico, nos vuelve a revivir la fuerza de ese símbolo primitivo, representando poderes que percibimos con temor como superiores a nuestras fuerzas. No ya pensando en demonios y espíritus malignos, sino en las tendencias dañinas que conducen a los humanos a la guerra, al mantenimiento de sociedades injustamente desiguales como la nuestra, y de millones en la pobreza y el hambre, a la indiferencia por la situación de sufrimiento de los demás.
2. Desde el inicio del evangelio de Mc, se presenta a Jesús enfrentándose a las fuerzas destructivas de la vida: la parálisis que afecta a aquel lisiado de Cafarnaum, el espíritu inmundo que torturaba a aquel pobre poseído en la sinagoga de esa misma ciudad, la fiebre que afecta a la suegra de Pedro, las enfermedades que doblegaban a numerosos enfermos. Y ahora la tormenta que amenaza la barca es como un símbolo que resume todas esas fuerzas del mal que rodean y penetran nuestro mundo real y que seguimos sintiendo. Y Mc nos insiste en tres cosas: que Jesús se enfrenta al mal y al sufrimiento injusto donde más afecta a la gente sencilla que le rodeaba; que cada vez que se enfrenta al mal Jesús se le impone con autoridad; y que en esta actuación de Jesús consiste precisamente la buena nueva, el evangelio, la noticia de que el reino, el poder de Dios está en medio de ellos.
3. Lo primero que deberíamos destacar es este hecho aparentemente tan sencillo y obvio: que Jesús no es indiferente al sufrimiento de quienes le rodean. Está tan convencido de que Dios, es padre amoroso suyo y de todos, y de que el dedo de Dios opera por su mano, de que la presencia de la divinidad está en él, que no puede menos que traducir esa presencia en el enfrentamiento y la superación de todas las fuerzas destructivas que le rodean. Incluso de esas fuerzas representadas por las furias del mar, que parecen superar nuestras fuerzas. Ese enfrentamiento confiado a toda fuerza destructiva y esa actuación poderosa son verdaderamente la buena noticia de la presencia de Dios entre nosotros.
4. Pero hay algo interesante que no podemos perder de vista: la gente al verlo actuar se sorprende, se quedan pasmados, y se preguntan “quién es este”. No es solo ante la tormenta calmada, también ante el primer exorcismo y en otros momentos cuando lo ven actuar, la gente se impacta y no puede menos de preguntarse quién puede hacer cosas semejantes. Esto es importante pero, más llamativo todavía, es que Jesús, en vez de presentarse como excepcional, más bien replique a sus discípulos: ¿por qué son tan cobardes?, ¿es que acaso no tienen fe todavía? Es otra forma de decirles: no se pregunten quién soy yo, sino quiénes son Uds., cuál es la fuerza que Uds. también tienen. Recordemos que en otra ocasión ya les dijo metafóricamente que con solo un poco de fe podrían arrojar una montaña al mar.
5. El texto de Mc, entonces, es, por una parte, una invitación y un recordatorio de que vivir el evangelio es vivir esa tarea confiada de que tenemos la fuerza de Dios para enfrentar las fuerzas destructivas que nos rodean, en la sociedad, en la economía, en la política, por más que parezcan a menudo superiores, invencibles, imposibles de ser eliminadas. Además, es el recordatorio de que cada uno de nosotros debe ser capaz de redescubrir no solo quién es Jesús, sino quién es cada uno de nosotros, portadores de esas mismas fuerzas que provienen del espíritu de Jesús.Ω
Lect.: Job 38: 1. 8 – 11; 2ª Cor 5: 14 – 17; Mc 4: 35 – 40
1. Aunque han pasado 2000 años desde la época de Jesús, hay imágenes poderosas que siguen siendo significativas hoy día. El océano, por ejemplo. Su fuerza, su profundidad, sus tormentas, sus peligros. En aquella época, —y eso que se trataba de un mar pequeñito—, el de Tiberíades, esas grandes aguas, sobre todo con oleaje, embravecidas, representaban las fuerzas del mal, fuerzas que parecen ser superiores a la acción humana. Han pasado 2000 años y, a pesar de ello, un accidente como el del avión de Air France en medio del océano atlántico, nos vuelve a revivir la fuerza de ese símbolo primitivo, representando poderes que percibimos con temor como superiores a nuestras fuerzas. No ya pensando en demonios y espíritus malignos, sino en las tendencias dañinas que conducen a los humanos a la guerra, al mantenimiento de sociedades injustamente desiguales como la nuestra, y de millones en la pobreza y el hambre, a la indiferencia por la situación de sufrimiento de los demás.
2. Desde el inicio del evangelio de Mc, se presenta a Jesús enfrentándose a las fuerzas destructivas de la vida: la parálisis que afecta a aquel lisiado de Cafarnaum, el espíritu inmundo que torturaba a aquel pobre poseído en la sinagoga de esa misma ciudad, la fiebre que afecta a la suegra de Pedro, las enfermedades que doblegaban a numerosos enfermos. Y ahora la tormenta que amenaza la barca es como un símbolo que resume todas esas fuerzas del mal que rodean y penetran nuestro mundo real y que seguimos sintiendo. Y Mc nos insiste en tres cosas: que Jesús se enfrenta al mal y al sufrimiento injusto donde más afecta a la gente sencilla que le rodeaba; que cada vez que se enfrenta al mal Jesús se le impone con autoridad; y que en esta actuación de Jesús consiste precisamente la buena nueva, el evangelio, la noticia de que el reino, el poder de Dios está en medio de ellos.
3. Lo primero que deberíamos destacar es este hecho aparentemente tan sencillo y obvio: que Jesús no es indiferente al sufrimiento de quienes le rodean. Está tan convencido de que Dios, es padre amoroso suyo y de todos, y de que el dedo de Dios opera por su mano, de que la presencia de la divinidad está en él, que no puede menos que traducir esa presencia en el enfrentamiento y la superación de todas las fuerzas destructivas que le rodean. Incluso de esas fuerzas representadas por las furias del mar, que parecen superar nuestras fuerzas. Ese enfrentamiento confiado a toda fuerza destructiva y esa actuación poderosa son verdaderamente la buena noticia de la presencia de Dios entre nosotros.
4. Pero hay algo interesante que no podemos perder de vista: la gente al verlo actuar se sorprende, se quedan pasmados, y se preguntan “quién es este”. No es solo ante la tormenta calmada, también ante el primer exorcismo y en otros momentos cuando lo ven actuar, la gente se impacta y no puede menos de preguntarse quién puede hacer cosas semejantes. Esto es importante pero, más llamativo todavía, es que Jesús, en vez de presentarse como excepcional, más bien replique a sus discípulos: ¿por qué son tan cobardes?, ¿es que acaso no tienen fe todavía? Es otra forma de decirles: no se pregunten quién soy yo, sino quiénes son Uds., cuál es la fuerza que Uds. también tienen. Recordemos que en otra ocasión ya les dijo metafóricamente que con solo un poco de fe podrían arrojar una montaña al mar.
5. El texto de Mc, entonces, es, por una parte, una invitación y un recordatorio de que vivir el evangelio es vivir esa tarea confiada de que tenemos la fuerza de Dios para enfrentar las fuerzas destructivas que nos rodean, en la sociedad, en la economía, en la política, por más que parezcan a menudo superiores, invencibles, imposibles de ser eliminadas. Además, es el recordatorio de que cada uno de nosotros debe ser capaz de redescubrir no solo quién es Jesús, sino quién es cada uno de nosotros, portadores de esas mismas fuerzas que provienen del espíritu de Jesús.Ω
Al leer las lecturas esta mañana,me preguntaba que novedoso se odria decir de ellas, mostrando primero que lo que estas quiere plantear es que Jesus es el Señor. Su palabra, al salir de su boca, cumple su cometido.
ResponderBorrarQue pensar del texto de MC para el dia de hoy. Una cosa clara es que el evangelio fue escrito, no solo ara que conocieramos la experiencia de las primera comunidades y grupos, sino para retarnos a que nos convirtamos en actores, haciendo y anunciando lo nuevo. No fue escrito ara mirar con nostalgia, aquellos años, sino para que ahora pronunciemos la alabra que cumple su cometido y que tambien las gentes se pregunten ¿con que autoridad actúa este?