Fiesta de la Santísima Trinidad, 7 jun. 09
Lect.: Dt 4: 32 – 34. 39 – 40; Rom 8: 14 – 17; Mt 28: 16 – 20
1. Uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, Tomás de Aquino, decía siempre que de Dios sabemos más lo que no es que lo que es. No debería sorprendernos. Dios es inefable, inaccesible. Es decir, que no se puede expresar, ni accederlo, como si se tratara de un objeto material, como de otro ser o lugar del universo. Si pudiéramos expresarlo o representarlo así, ya Dios no sería Dios, sería otra criatura. A pesar de que deberíamos estar conscientes de esto, en la historia del cristianismo, por no decir de toda la humanidad, ha habido a lo largo de los siglos montones de intentos por representarse a Dios, por expresarlo en fórmulas teológicas, varias de ellas dogmáticas; o en representaciones populares, como cuando pensamos en los cuadros de la Trinidad, o de la divinidad de Jesús, o del Espíritu Santo. Muchas de ellas son antropomórficas, es decir, que tratan de pensar en Dios (en su justicia, su poder, su amor, su relación con nosotros) usando rasgos humanos, porque era la forma más fácil de imaginarlo. Bastantes de estas representaciones, teológicas o populares, funcionaron en culturas y momentos distintos de la historia, en la medida en que eran acordes con el nivel educativo o el estilo propio de una cultura. Pero de todas esas representaciones muchas nos resultan hoy chocantes, a algunos más que a otros. Pensar, por ejemplo en un Dios juez, castigador, celoso que envía su hijo a la muerte, o que considera al ser humano como su rival, es algo que a algunas personas en la actualidad choca muchísimo y, en general son expresiones que resultan inadecuadas para nuestra realización humana hoy día.
2. Igual que todas las generaciones anteriores a nosotros hoy estamos retados a pensar y a hablar de Dios de una manera distinta, significativa, relevante para nuestra vida, de manera que realmente facilite nuestro encuentro con Él. No se trata tanto de buscar nuevas expresiones dogmáticas, o de fórmulas antiguas recicladas. Se trata más bien de contar con expresiones más adecuadas a nuestro nivel cultural, a nuestra sensibilidad de vida y que sean más coherentes con eso que llamamos la “realidad divina”. Es decir, siguiendo el pensamiento de santo Tomás, estamos retados al menos a no aplicar a Dios lo que no es. Como por ejemplo, cuando hablamos del amor de pareja, o de los hijos o de amistad, sabemos que es inadecuado reducir el amor a conceptos, a teorías; para comprenderlo solo se puede partir de la experiencia vital, de la realización humana que nos hace alcanzar.
3. Algo así es tratándose de esa realidad divina que llamamos Dios. El ejemplo nos lo da Jesús: él no se dedica a hacer cursos y lecciones de teología, para nada. Más que hablar directamente de Dios, aunque lo hace en ocasiones —como cuando lo muestra como padre, misericordioso, compasivo, amoroso,—, lo que Jesús hace es comunicar con su propia vida su experiencia de Dios. Todo lo que nos enseña en parábolas usando la frase Reino de Dios, es una manera de hablar en indirecto de lo que era para él esta experiencia de su vida en Dios. Con la perla, el banquete, el tesoro, el grano de mostaza, y muchas otras imágenes se está refiriendo a su experiencia de una dimensión profunda de comunión, oculta, en su propia vida, y en la nos invita a entrar en nuestra propia vida. Toda aquella gente sencilla que lo escuchó percibió que esto era realmente una manera novedosa y maravillosa de redescubrir a Dios.
4. Es a repetir este descubrimiento a lo que manda a los apóstoles en el texto de Mt de hoy. Los envía a invitar a todos los pueblos a que descubran no tanto la fórmula trinitaria, que era un medio de acercarse a lo que está detrás, sino a descubrir esta realidad profunda divina de nuestra vida, sin la cual no seríamos nada lo que somos.Ω
Lect.: Dt 4: 32 – 34. 39 – 40; Rom 8: 14 – 17; Mt 28: 16 – 20
1. Uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, Tomás de Aquino, decía siempre que de Dios sabemos más lo que no es que lo que es. No debería sorprendernos. Dios es inefable, inaccesible. Es decir, que no se puede expresar, ni accederlo, como si se tratara de un objeto material, como de otro ser o lugar del universo. Si pudiéramos expresarlo o representarlo así, ya Dios no sería Dios, sería otra criatura. A pesar de que deberíamos estar conscientes de esto, en la historia del cristianismo, por no decir de toda la humanidad, ha habido a lo largo de los siglos montones de intentos por representarse a Dios, por expresarlo en fórmulas teológicas, varias de ellas dogmáticas; o en representaciones populares, como cuando pensamos en los cuadros de la Trinidad, o de la divinidad de Jesús, o del Espíritu Santo. Muchas de ellas son antropomórficas, es decir, que tratan de pensar en Dios (en su justicia, su poder, su amor, su relación con nosotros) usando rasgos humanos, porque era la forma más fácil de imaginarlo. Bastantes de estas representaciones, teológicas o populares, funcionaron en culturas y momentos distintos de la historia, en la medida en que eran acordes con el nivel educativo o el estilo propio de una cultura. Pero de todas esas representaciones muchas nos resultan hoy chocantes, a algunos más que a otros. Pensar, por ejemplo en un Dios juez, castigador, celoso que envía su hijo a la muerte, o que considera al ser humano como su rival, es algo que a algunas personas en la actualidad choca muchísimo y, en general son expresiones que resultan inadecuadas para nuestra realización humana hoy día.
2. Igual que todas las generaciones anteriores a nosotros hoy estamos retados a pensar y a hablar de Dios de una manera distinta, significativa, relevante para nuestra vida, de manera que realmente facilite nuestro encuentro con Él. No se trata tanto de buscar nuevas expresiones dogmáticas, o de fórmulas antiguas recicladas. Se trata más bien de contar con expresiones más adecuadas a nuestro nivel cultural, a nuestra sensibilidad de vida y que sean más coherentes con eso que llamamos la “realidad divina”. Es decir, siguiendo el pensamiento de santo Tomás, estamos retados al menos a no aplicar a Dios lo que no es. Como por ejemplo, cuando hablamos del amor de pareja, o de los hijos o de amistad, sabemos que es inadecuado reducir el amor a conceptos, a teorías; para comprenderlo solo se puede partir de la experiencia vital, de la realización humana que nos hace alcanzar.
3. Algo así es tratándose de esa realidad divina que llamamos Dios. El ejemplo nos lo da Jesús: él no se dedica a hacer cursos y lecciones de teología, para nada. Más que hablar directamente de Dios, aunque lo hace en ocasiones —como cuando lo muestra como padre, misericordioso, compasivo, amoroso,—, lo que Jesús hace es comunicar con su propia vida su experiencia de Dios. Todo lo que nos enseña en parábolas usando la frase Reino de Dios, es una manera de hablar en indirecto de lo que era para él esta experiencia de su vida en Dios. Con la perla, el banquete, el tesoro, el grano de mostaza, y muchas otras imágenes se está refiriendo a su experiencia de una dimensión profunda de comunión, oculta, en su propia vida, y en la nos invita a entrar en nuestra propia vida. Toda aquella gente sencilla que lo escuchó percibió que esto era realmente una manera novedosa y maravillosa de redescubrir a Dios.
4. Es a repetir este descubrimiento a lo que manda a los apóstoles en el texto de Mt de hoy. Los envía a invitar a todos los pueblos a que descubran no tanto la fórmula trinitaria, que era un medio de acercarse a lo que está detrás, sino a descubrir esta realidad profunda divina de nuestra vida, sin la cual no seríamos nada lo que somos.Ω
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