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Mostrando las entradas de marzo, 2013

Jueves Santo

Lect.: Exodo 12,1-8.11-14;  I Corintios 11,23-26;  Juan 13,1-15 El gesto que realizamos ahora, el lavatorio de pies, es quizás, el punto de referencia clave para entender de qué se trata la Eucaristía, el sacerdocio cristiano y la Misión de la Iglesia . Probablemente por eso, el evangelista Juan colocó aquí, en la cena de despedida de Jesús, este extraordinario gesto y, en cambio no incluyó el relato de la institución de la Eucaristía. No hacía falta, porque el lavar los pies de sus discípulos, descifra el sentido más profundo de la fracción y distribución del pan y del vino. Muestra, de manera viva, que compartir la Eucaristía no es otra cosa que asumir sacramentalmente el compromiso de servicio a todos nuestros semejantes. Unas veces, la necesidad personal y otras, la piedad bien intencionada, nos han llevado a los cristianos a reducir la Eucaristía o bien solo como una especie de “medicina para el alma”, o bien como un objeto de adoración y de culto. Son di

Domingo de Ramos

Lect.: Is 50:4-9; Flp 2:5-11;  Lc 19: 28 - 40 (evangelio de la celebración de Ramos). Tradicionalmente se habla de este domingo, inaugural de la Semana Santa, como el de la "entrada triunfal de Jesús en Jerusalén".  Pero eso de "triunfal" no puede entenderse con los criterios habituales que aplicamos en el mundo del espectáculo, del deporte y menos en el de la política . Jesús entra en Jerusalén montado en un burrito, sin el despliegue de los desfiles de exhibición de poder, lujo y ostentación que caracteriza a los que se pretenden líderes de este mundo.  Y, como comentaba el papa Francisco en su homilía de esta mañana, la multitud que acoge a Jesús con entusiasmo y alegría, está compuesta por aquellos en quienes ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Nada parecido a una toma de posesión de príncipes y presidentes como los

5o domingo de cuaresma

Lect.: Isaías 43, 16-21;  Filipenses 3, 8-14;  Juan 8, 1-11 Los seres humanos no podríamos sobrevivir sin leyes, sin sistemas de seguridad, educativos, de salud... En todos los momentos intermedios de nuestra evolución, en que nos encontramos, cuando aún no hemos alcanzado como especie un nivel elevado de desarrollo humano, para poder convivir sin destruirnos y sin destruir la naturaleza de la que formamos parte, necesitamos instrumentos legales, organizativos, restricciones, premios y castigos, que nos ayuden a comportarnos debidamente. Por eso, entre otras razones, las leyes son necesarias. Pero presentan también serios problemas. El más serio se da, no cuando rompemos las leyes y normas éticas, sino cuando nos olvidamos que son medios al servicio de una sociedad más humana , y las absolutizamos, las convertimos en un fin en sí mismo, al punto de no fijarnos si están sirviendo o no al bienestar de las personas . Un ejemplo histórico de estos olvidos bárbaros,

4o domingo de Cuaresma,

Lect.: Josué 5, 9a. 10-12; : II Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32 Los seres humanos, así como tenemos enormes potencialidades para transformarnos y desarrollarnos también las tenemos para distorsionar todo lo bueno con que nos topamos. Paradójicamente, contrario a nuestro ser profundo, somos capaces de falsificar las mejores cosas de nuestra vida. Falsificamos el amor de pareja y familiar, sustituyéndolo por relaciones de dominación sobre el cónyuge y sobre los hijos. Falsificamos la vida política, cambiando su sentido de servicio público por una carrera lucrativa para obtener poder y dinero. Y, el colmo, de lo que no siempre somos conscientes, somos capaces de falsificar lo religioso, de falsificar a Dios, sustituyendo a quien es la fuente generosa de vida, amor incondicional, por un ídolo, un instrumento a nuestro servicio. De esto último nos habla la parábola que nos narra Lc hoy. El domingo pasado Jesús nos compartía su experiencia de Dio