Fiesta de la Ascensión, 24 de mayo 2009
Lect.: Hech 1: 1 - 11; Ef 1: 17 - 23 Mc 16: 15 – 20
1. Lo que pasó en el Calvario y, sobre todo, lo que pasó las semanas siguientes debió de ser de tal impacto para los primeros discípulos que tuvieron que recurrir a discursos distintos, complementarios, para tratar de expresar toda la riqueza de lo que estaban experimentando. Lo esencial de todo fue, probablemente, que sin entender cómo ni por qué, estaban experimentando que quien había muerto en la cruz estaba vivo. Lo que había sucedido en los momentos terribles de la pasión y la muerte de Jesús, inicialmente los había demolido, había roto sus esperanzas y, sin embargo, empezaron a sentir como una experiencia que se producía en ellos, pero que no era de ellos, que Jesús no había fracasado en el calvario, que aquella vida que habían acompañado por casi tres años, valía la pena, era el tipo de vida que Dios quería para sus hijos. Y que ese Jesús seguía en ellos como el viviente, como el crucificado resucitado. Tan rica y profunda fue esa experiencia para los discípulos que tuvieron que recurrir a explicaciones diversas para expresarlo, así como a relatos sencillos e ingenuos de religiosidad popular. Por eso es que los discípulos hablan de “resurrección”, de “ascensión” y de “venida del Espíritu Santo” pero más que para hablar de tres acontecimientos distintos, como si se tratara de tres hechos con fechas distintas en el calendario, para referirse a tres aspectos distintos de un solo acontecimiento: estaban empezando a cobrar conciencia de que vivían la vida nueva en Cristo. Cuando a esto lo llaman “resurrección” enfatizan un aspecto, que si el Viviente está en ellos es porque Dios lo ha resucitado, no lo ha dejado perecer con la muerte; cuando hablan de “ascensión” , lo que quieren expresar es que además ese viviente ha sido glorificado, exaltado, se le ha dado poder a la diestra del Padre. Su forma de vida en este mundo es más fuerte y valiosa que las que conducen a la muerte Y cuando hablan de “venida del Espíritu Santo” están diciendo que esa misma vida del resucitado la experimentan derramada en sus corazones.
2. No es nada fácil tratar de reconstruir lo que fue esa fe de los primeros discípulos y que constituye lo esencial de nuestra propia fe hoy día. Pero pensando en esta fiesta que llamamos de la Ascensión, podemos decir que a lo que nos invitan los textos es a reavivar nuestra esperanza reavivando nuestra fe en que esa vida de Jesús valió la pena y que, cuando decimos que Jesús está a la diestra del padre, estamos diciendo que esa forma de vida de Jesús es poderosa, es transformadora, es realizadora de las mejores virtudes humanas. Tiene la fuerza de Dios que se abre camino en medio de las dificultades de este mundo.
3. Tampoco es fácil vivir de forma constante con esta esperanza viva. Pareciera que lo que nos rodea lo contradice. No tanto por las limitaciones naturales de este planeta que nos afectan. Sino sobre todo por los males, las injusticias, la violencia que los seres humanos causamos sobre otros seres humanos y sobre la vida en la tierra. Por ejemplo, cuando en momentos de crisis económica quienes más tienen y más cómodamente viven y se defienden de la crisis, parecen insensibles a los sufrimientos de los más pobres. ¿Cómo creer entonces que la forma de vida de Jesús fue glorificada, que Dios la exaltó y le dio poder sobre el mal? Creo que nuestra fe en el contenido de la Ascensión nos empuja a experimentar en nuestra misma práctica diaria, en nuestros compromisos por la justicia y la fraternidad, ese poder de la vida de Jesús sobre las formas de vida egoísta y faltas de solidaridad. Más que teorizar preguntándonos si es posible y si vale la pena asumir esta vida del resucitado, a lo que se nos invita es a “echarnos al agua” y a experimentarla en la práctica.Ω
Lect.: Hech 1: 1 - 11; Ef 1: 17 - 23 Mc 16: 15 – 20
1. Lo que pasó en el Calvario y, sobre todo, lo que pasó las semanas siguientes debió de ser de tal impacto para los primeros discípulos que tuvieron que recurrir a discursos distintos, complementarios, para tratar de expresar toda la riqueza de lo que estaban experimentando. Lo esencial de todo fue, probablemente, que sin entender cómo ni por qué, estaban experimentando que quien había muerto en la cruz estaba vivo. Lo que había sucedido en los momentos terribles de la pasión y la muerte de Jesús, inicialmente los había demolido, había roto sus esperanzas y, sin embargo, empezaron a sentir como una experiencia que se producía en ellos, pero que no era de ellos, que Jesús no había fracasado en el calvario, que aquella vida que habían acompañado por casi tres años, valía la pena, era el tipo de vida que Dios quería para sus hijos. Y que ese Jesús seguía en ellos como el viviente, como el crucificado resucitado. Tan rica y profunda fue esa experiencia para los discípulos que tuvieron que recurrir a explicaciones diversas para expresarlo, así como a relatos sencillos e ingenuos de religiosidad popular. Por eso es que los discípulos hablan de “resurrección”, de “ascensión” y de “venida del Espíritu Santo” pero más que para hablar de tres acontecimientos distintos, como si se tratara de tres hechos con fechas distintas en el calendario, para referirse a tres aspectos distintos de un solo acontecimiento: estaban empezando a cobrar conciencia de que vivían la vida nueva en Cristo. Cuando a esto lo llaman “resurrección” enfatizan un aspecto, que si el Viviente está en ellos es porque Dios lo ha resucitado, no lo ha dejado perecer con la muerte; cuando hablan de “ascensión” , lo que quieren expresar es que además ese viviente ha sido glorificado, exaltado, se le ha dado poder a la diestra del Padre. Su forma de vida en este mundo es más fuerte y valiosa que las que conducen a la muerte Y cuando hablan de “venida del Espíritu Santo” están diciendo que esa misma vida del resucitado la experimentan derramada en sus corazones.
2. No es nada fácil tratar de reconstruir lo que fue esa fe de los primeros discípulos y que constituye lo esencial de nuestra propia fe hoy día. Pero pensando en esta fiesta que llamamos de la Ascensión, podemos decir que a lo que nos invitan los textos es a reavivar nuestra esperanza reavivando nuestra fe en que esa vida de Jesús valió la pena y que, cuando decimos que Jesús está a la diestra del padre, estamos diciendo que esa forma de vida de Jesús es poderosa, es transformadora, es realizadora de las mejores virtudes humanas. Tiene la fuerza de Dios que se abre camino en medio de las dificultades de este mundo.
3. Tampoco es fácil vivir de forma constante con esta esperanza viva. Pareciera que lo que nos rodea lo contradice. No tanto por las limitaciones naturales de este planeta que nos afectan. Sino sobre todo por los males, las injusticias, la violencia que los seres humanos causamos sobre otros seres humanos y sobre la vida en la tierra. Por ejemplo, cuando en momentos de crisis económica quienes más tienen y más cómodamente viven y se defienden de la crisis, parecen insensibles a los sufrimientos de los más pobres. ¿Cómo creer entonces que la forma de vida de Jesús fue glorificada, que Dios la exaltó y le dio poder sobre el mal? Creo que nuestra fe en el contenido de la Ascensión nos empuja a experimentar en nuestra misma práctica diaria, en nuestros compromisos por la justicia y la fraternidad, ese poder de la vida de Jesús sobre las formas de vida egoísta y faltas de solidaridad. Más que teorizar preguntándonos si es posible y si vale la pena asumir esta vida del resucitado, a lo que se nos invita es a “echarnos al agua” y a experimentarla en la práctica.Ω
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