Concluye la celebración del prolongado día de Pascua del 2024. Como decíamos el domingo pasado, nos ha servido para cobrar conciencia de la existencia de esa dimensión más profunda de nuestra vida, que llamamos "resurrección", en la que esa plenitud de vida humana se funde con la misma vida de la divinidad. Sabemos que nuestra existencia es ahora conducida por el mismo Espíritu de Cristo en un proceso en el que nos encontramos dentro de la presencia ininterrumpida y constante del Viviente. Con nuestros altos y bajos, nuestros compromisos y contradicciones, tal y como es connatural a nuestra humanidad.
Lect.: Hech 10: 34-43; Col 3: 1-4; Jn 20: 1-9 Cuando decimos que para los cristianos la fiesta de la Pascua es el acontecimiento central de nuestra vida , afirmamos que estamos hablando de algo de lo que no es fácil hablar . Nos referimos al momento culminante de la vida de Jesús, de la vida de sus primeros testigos y de nuestra propia vida . ¿Cómo poder expresar ese momento culminante de manera fácil? ¿Cómo encerrar en palabras humanas unas realidades, vivencias que tocan lo más íntimo de nuestro ser y del ser de Jesús ? Durante muchos años hemos leído y meditado los relatos evangélicos de la resurrección y probablemente nos hemos quedado pegados en los detalles con que sus autores intentaron comunicar lo incomunicable. La resurrección de Jesús no es la vuelta a la vida en este mundo de un cadáver . Y, sin embargo, por las limitaciones del lenguaje, si los leemos literalmente, los relatos sobre la tumba vacía, sobre las apariciones a María Magdalena,...
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