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15o domingo tiempo ordinario

15º domingo t.o., 12 jul. 09
Lect.: Amós 7: 12 – 15; Ef 1: 3 – 14; Mc 6: 7 – 13


1. Cuando leo este texto de Mc me resulta imposible no preguntarme en qué grado estoy viviendo conforme a este envío de Jesús. Y en segundo lugar me resulta imposible no preguntarme si a Uds. y a otros muchos católicos que leerán este evangelio no les chocarán las instrucciones de Jesús a sus enviados o, al revés, si no les chocará a Uds. ver en los sucesores de los enviados un estilo de vida que parece ajustarse muy poco a estas instrucciones del Señor. Recordémoslas rápidamente: al enviar Jesús a los doce no los envía a gobernar ninguna institución, ni a tener autoridad sobre personas, —tampoco él lo hizo nunca— sino sobre los “espíritus inmundos”, es decir, los envía con poder para enfrentarse y expulsar a las fuerzas malignas que deshumanizan a las personas, las que causan pobreza, enfermedad y dolor a los seres humanos. Los envía además a vivir conforme a un estilo de vida muy simple. Por una parte, con bastón y sandalias (al menos en Mc), dando la idea de su carácter peregrino, de caminante que no están amarrados a nada cuando se trata de servir al Reino de Dios. Por otra parte, las recomendaciones de que no lleven ni pan, ni alforja, ni dinero suelto, ni túnica de repuesto, hablan claramente de no vivir aferrados a los bienes materiales, no dejarse vencer por el miedo a la inseguridad de la supervivencia. Al mismo tiempo, con una gran confianza, no solo en la providencia sino en un Dios que se manifiesta providente en la solidaridad y en la hospitalidad de quienes van a recibir en sus casas a los enviados. ¿Por qué me cuestionan estas instrucciones de Jesús? Por supuesto no porque caiga yo en una lectura fundamentalista, literalista de la Biblia que me haga creer que debo imitar el modo de vestir humilde de la Palestina pobre de hace 21 siglos. Lo que me cuestiona es si yo estoy traduciendo en términos culturales de nuestros días lo esencial del encargo que les hizo a los apóstoles. ¿En qué consiste éste?
2. Como dijimos antes, Jesús no monta una enorme organización, con una dirigencia portadora de un poder que él tampoco utilizó ni se atribuyó. Lo que busca es un grupo sencillo de colaboradores que sean capaces de compartir su experiencia personal del reino de Dios y que puedan invitar a toda la gente, con sus palabras y sus acciones, a entusiasmarse ellos también a compartir comunitariamente esa experiencia del reino de Dios. Es normal que busque colaboradores, para ampliar el alcance de su acción personal y para darle continuidad después de que él no esté. Pero el perfil, el modo de vida de esos colaboradores debe ser coherente con la misión a la que han sido llamados. Si la misión de anunciar el reino de Dios es de liberar a todos los que padecen de los mecanismos que encadenan y oprimen y producen sufrimiento, de todo eso que él llama “espíritus inmundos”, los colaboradores deben de tener en primer lugar esa experiencia viva del Dios que libera y deben de vivir y presentarse de tal manera que esa experiencia se haga transparente, que no se confunda lo esencial de lo que predican al contaminarse con las tentaciones del poder económico y político de sociedades donde esos poderes están en manos y al servicio de pocos.
3. A lo largo de veintiún siglos es tristemente normal que a quienes queremos ser seguidores de Jesús se nos peguen comportamientos, estructuras y modos de vida ajenos por completo al espíritu evangélico. No me refiero principalmente a las debilidades humanas cotidianas de vicios, de desórdenes en el uso del sexo, o de falta de control en nuestro temperamento en el trato con los demás. Vencer estas y otras debilidades también es importante. Pero más importante que eso es despojarnos de esas otras distorsiones del poder político y económico que se nos han pegado a nuestras Iglesias, y que distorsionan el espíritu evangélico que nos subraya hoy Mc. Distorsiones que a veces llegan hasta construir un perfil eclesiástico idéntico al de los poderes de este mundo como cuando en el pasado se vio a Obispos como príncipes, al Papa como autoridad paralela o superior al rey, y a los presbíteros comos si fuéramos una personalidad destacada en cada pueblo o parroquia.
4. Confiemos en que estas eucaristías nos remuevan interiormente y nos empujen a buscar en pequeña escala formas comunitarias, —de grupo juvenil o de adultos— en las que podamos alimentar no la rutina religiosa, sino la experiencia del Dios vivo, y el compromiso de servicio liberador con los oprimidos por las fuerzas del mal.Ω

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