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6º Domingo t.o.: Comentario personal

 

  1. En este relato se nos muestran rasgos  inconfundibles que, para el evangelista Marcos, caracterizan a Jesús de Nazaret y a su misión. Así, al menos, lo habían asimilado las primeras comunidades marcanas. Primero, su cuidado y preocupación por el dolor humano, donde quiera que se encuentre. Ya no se trata solo de la gente de las aldeas de Galilea a quienes se dirigía inicialmente. Ahora, en el relato de hoy, quien recibe el beneficio de la llegada del Reino de Dios, es alguien que vive en el descampado, fuera del pueblo. Más aún, es alguien que no se encuentra allí voluntariamente, sino que ha sido expulsado de su comunidad, por padecer de una enfermedad contagiosa de la piel porque, conforme a la manera de entender y proceder de aquellas culturas, dichos padecimientos se consideraban castigo de Dios. Diversas narraciones bíblicas lo atestiguaban, empezando por las plagas de Egipto, incluyendo también los castigos a los pecados de Miriam, la hermana de Moisés, y a los del Rey Ozías. 
  2. Una vez más, lo que principalmente mueve a Jesús es la  compasión. Un sentimiento que hace visible en él los propios sentimientos del mismo Dios, su Padre. Esta actitud misericordiosa es tan fuerte que le lleva a “irrespetar” las mismas leyes religiosas existentes que prohibían el contacto con los así expulsados de la comunidad. No se trata de una “lucha ideológica” que pretende mostrar lo inhumano de la legislación y la institución religiosa existentes, a los que hay que cambiar. De hecho Jesús las respeta, como se muestra al enviar al leproso a presentarse al Templo, a los sacerdotes, como estaba establecido. Pero el respeto por esas leyes humanas, pasa a segundo plano cuando la aplicación de las mismas establece barreras que dividen y distancian a las personas y privan a un ser humano de un beneficio fundamental para realizarse plenamente, su integración en una comunidad.  La curación, como “milagro” es signo de que la llegada del Reino de Dios derriba muros, se enfrenta a prejuicios dominantes en la época y privilegia en sus beneficios, de manera más clara, a los que los grupos dominantes han excluido y marginado de todos los beneficios que habitualmente se reciben por la normal y humana interacción con los semejantes. 
  3. Estos tres últimos domingos del tiempo ordinario nos hemos topado con la “función curativa” de Jesús, no como actividad “milagrera”, sino como ejercicio que pone en práctica la Buena Noticia de la llegada del Reino de Dios. En conjunto nos testimonian del valor que tiene la salud humana —de las demás especies, y de toda la naturaleza— para la existencia de una vida digna, desde la perspectiva evangélica. 
  4. Viviendo nosotros en el segundo año de una terrible pandemia el mensaje nos ayuda a valorar todo lo que a nivel público y privado se hace, no solo para erradicar el virus sino para cuidar a los afectados —los contagiados y sus familias— de manera que ni la enfermedad ni los tratamientos curativos y preventivos cercenen, sino que fortalezcan las lazos de cada una con el conjunto de la comunidad local, nacional e internacional. Que más bien la crisis del Covid sirva de oportunidad para hacer real lo que enseñaba el apóstol Pablo: “Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. […]El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Si el pie dijera: «Como no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él? Y si el oído dijera: «Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿acaso dejaría de ser parte de él? […] De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo. […] Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios, y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto, ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera. Pero Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan, a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios. ¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría. Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.” (1ª Corintios 12: 12 - 27).
  5. A la luz de este texto cobra nuevo sentido lo que las autoridades médicas han repetido: la pandemia no será derrotada hasta que no se la erradique de todas partes y, especialmente, de los grupos más pobres y vulnerables.Ω

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