domingo siguiente a navidad
Eclesiástico 3:2-7, 12-14; Colosenses 3:12-21; Lucas
2:22-40
- Nos encontramos hoy, de nuevo, —como en el caso de la fiesta de Cristo Rey— con una fiesta devocional, que no surge como parte del mensaje evangélico, sino que se origina por iniciativa de la jerarquía eclesiástica para responder a problemas de una época específica. En este caso, aparece a finales del siglo XIX y se extiende, sobre todo, en Canadá, ante el temor de los obispos de que la secularización amenazara la vida cristiana de la familia de la época.
- El tema de lo que podría llamarse “familia cristiana”, en sentido positivo y directo, no forma parte de la predicación de Jesús ni de las primeras comunidades, ni puede fundamentarse en hechos narrados en los evangelios. Más bien, se cuestiona la institución familiar cuando se pretende anteponerla al trabajo por el Reino de Dios. A pesar de ello, esta devoción nos ofrece la oportunidad de profundizar una dimensión clave del mensaje navideño. En domingos anteriores y, sobre todo, en la fiesta de Navidad hace una semana, hablamos de Jesús, con su humanidad plena, como fuente de la luz y la vida. Se rompía así la tradición anterior de pensar en la Ley de Moisés como fuente de iluminación. El evangelio nos enseña que la luz de Dios brilla no en libros y doctrinas, sino en la vida de la persona humana, en especial en la de Jesús y en la de quienes viven el mismo compromiso de vida de Jesús. Y esa luz es vida que viene a nosotros para que la tengamos en abundancia. Con esta fiesta de la Familia de Nazaret ese mensaje adquiere mayor concreción, se aterriza más. Nos recuerda algo evidente: no basta decir que el hijo de Dios se hizo hombre, que en la humanidad se da la plena manifestación de la vida divina Al poner a ese hijo de Dios, hijo del hombre en una época y en un lugar concretos, en un hogar, en un medio cultural y religioso determinados, nos damos cuenta de que la luz de Dios se puede transparentar en un hijo de carpintero, en un muchacho de barrio, marcado como estaba con las costumbres de la Palestina de entonces y que crece en un entorno familiar, en un tipo de familia muy distinto del nuestro.
- Sabemos que en aquella época no se vivía en familias nucleares —pareja de papá, mamá y chiquitos—, sino que se vivía en un clan, en un conjunto de familias, de la misma “cepa”, por decirlo así. Tías, abuelos, primos y más parientes vinculados. Cuando José desposa a María y se la lleva “a su casa”, no está hablando de que le había construido ya un “ranchito” o una vivienda cómoda. Por “casa” se debe entender el conjunto de la gente de su clan. María pasa a integrarse en el clan, en la familia grande de José. A lo largo del tiempo, el arte cristiano piadoso nos ha hecho imaginarnos una imagen idealizada de la sagrada familia de Nazaret, con José, María y el niño, en un espacio cerrado cargado de virtudes. La realidad es que Jesús crece al lado de sus padres, ciertamente, pero insertos en las múltiples relaciones de la gran familia que era el clan. Por eso, en los relatos del evangelio de la infancia o del nacimiento no podemos decir que se nos proponga un modelo de familia, sería rarísimo que se nos propusiera vivir, de nuevo, en un clan, —y hace muchos siglos que no vivimos en clanes en la mayoría de los pueblos. Es más, después de aquella época de Jesús los cristianos se adaptaron al modelo familiar romano y, posteriormente a otros modelos a lo largo de la historia, según la región y la cultura donde se encontraran. Pero lo que sí se transparenta en los relatos evangélicos es el convencimiento de lo importante que es para la persona humana la dimensión social, el nacer y crecer en comunidad, en familia, en clan, en diversas formas de convivencia. La devoción de la fiesta nos permite reconocer que el hijo del hombre, Jesús, es fruto de múltiples relaciones sociales, como lo somos todos los seres humanos. Y que se nos invita a vivir esa dimensión social conforme a los valores cristianos, encarnándolos de muchas maneras, aún en diversas formas de vida familiar y comunitaria. Esto es lo importante, no la idealización de creer que para la tradición cristiana solo hay un modelo de familia y de convivencia. Esto lo desmiente la historia.
- A esta reflexión que nos da esta fiesta de hoy, se añade otra dimensión muy importante En el texto de Lucas de hoy al bendecir el anciano Simeón a María, le anuncia que el niño será signo de contradicción, para caída y elevación de muchos y para María una espada le atravesará el alma. Años después, Jesús ya un hombre joven, hará realidad ese doble anuncio, cuando llega el momento de abandonar su clan y a sus padres para llevar a cabo su misión. Esa decisión de Jesús fue tan transgresora de las costumbres de la época que sus parientes llegaron a considerarlo loco, “fuera de sí” (Mc 3: 21). Era impensable y constituía un tremendo irrespeto que alguien abandonara su clan, el cual representaba los valores y tradiciones de sus ancestros y determinaba la identidad de cada miembro. Si Jesús relativizaba esa familia ampliada, solo era posible, creían los parientes, porque había perdido la razón. Esto probablemente hizo que María se sintieratraspasada en su corazón. Más aún cuando le oyó decir que “su madre y sus hermanos eran todos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.
- Por eso prolongar nuestra reflexión navideña con esta devoción de la sagrada familia nos abre horizontes pero, al mismo tiempo, nos presenta retos. En un país como Costa Rica, durante los últimos 30 años, los tipos de familia se han diversificado disminuyendo sensiblemente el llamado “modelo tradicional”: mamá, papá e hijos. Esa “familia nuclear” pasó de estar presente en un 51,2 por ciento de los hogares nacionales, en 1984, a estarlo en un 41,8 por ciento en el 2011 (datos del INEC). Entre las composiciones familiares que aumentaron sobresalen aquellos formadas por un padre o madre sin pareja pero con hijos. Las familias monoparentales pasaron de un 8,6 por ciento, en 1984, a un 13,8 por ciento en el 2011. De esos hogares monoparentales en Costa Rica, el 89 por ciento (151.569 del total) son jefeados por una mujer.
- Todo esto nos hace pensar en que, como Jesús, debemos vivir los valores del Reino de manera encarnada, culturalmente, en nuestro tiempo y lugar. Y, al mismo tiempo, esta “encarnación” de la vida divina en cada uno de nosotros nos exige el desprendimiento suficiente para adaptarnos a la evolución de los tiempos y para descubrir formas de vivir el los valores del evangelio en nuevas situaciones históricas, en nuevas formas familiares, en nuevos tipos de sociedad.
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