1er domingo de adviento
Lect.:
Isaías 63:16-17, 19; 64:2-7 ; I Corintios 1:3-9; Marcos 13:33-37
- El texto del evangelio de Marcos que leemos hoy en la liturgia, está escrito para unas comunidades cristianas que se veían interpeladas por situaciones muy duras. No solo los conflictos con sectores judíos. Aunque las comunidades propiamente ligadas al evangelio de Marcos, se encontraban en Roma, también mantenían relación con las de Palestina y por el origen de muchos de ellos, los afectaban las noticias sobre las amenazas de guerra y de invasión de los romanos a Jerusalén. Podían caer en la tentación de creer que esas catástrofes eran anuncio del fin del mundo. Para superar esa tentación y esos miedos el evangelista escribe este capítulo 13, del que es parte el pasaje de hoy. Este capítulo es llamado hoy día “el pequeño apocalipsis de Marcos”, porque “Apocalipsis” significa “revelación, descubrimiento” y en estos párrafos el autor, utilizando ese estilo literario “apocalíptico” ayuda a descubrir e interpretar el sentido del tiempo presente que estaban viviendo. Marcos mira los acontecimientos que estaban afectando a su comunidad, y los interpreta a la luz de lo que él sí considera el final de los tiempos: el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Cristo. Está convencido de que con la venida de Dios en Jesús de Nazaret, con su nacimiento en Belén, con la cruz y la resurrección, no hay nada que temer, porque se había inaugurado un tiempo nuevo que cambia el sentido de los acontecimientos. Por eso para el evangelista, esas guerras y catástrofes no representan un final trágico de la historia. Hay una nueva dirección posible para la historia que empieza con Jesús. Ya no hay que pensar en un final de destrucción, sino en otro tipo de final que, desde su fe, ya tuvo lugar, no un final del mundo material sino del tiempo, de la dirección que llevaba la historia humana. Ahora, la Buena Noticia del Reino, anuncia el final de interpretaciones pesimistas del destino de la humanidad, y es comienzo de una vida nueva, plena, en el Dios manifestado en Cristo. La etapa que se inaugura, además, es la de la misión de los cristianos y cristianas anunciando esa Buena Noticia a todos los pueblos. Solamente con esto, se puede ver, en la perspectiva de Marcos, el sinsentido de los profetas de desgracias, los “falsos profetas” que se empeñan en presentar, con un ropaje religioso, un futuro amenazador por parte de un Dios que pareciera arrepentido de su creación. El horizonte de Marcos es un horizonte luminoso.
- Esta mañana, el Papa Francisco, en su reflexión acostumbrada a la hora del Angelus, aclaraba lo que significa el Adviento, período litúrgico que empezamos hoy, explicando que “es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo.” También es esta una visión que configura un horizonte luminoso, donde el énfasis se pone en las continuas oportunidades de encontrarnos con Dios en nuestra vida ordinaria.
- Ya estamos, pues, según la revelación de Marcos, viviendo en los últimos tiempos nuevos de la humanidad, en los que el reino de Dios se ha manifestado como una experiencia de relaciones transformadas con los hermanos y con el Padre, tal y como las vivió Jesús de Nazaret. Por eso tiene mucho sentido el llamado de Francisco a tomar este período del año, anterior a Navidad, para prepararnos a acoger al Señor que sale a nuestro encuentro en los acontecimientos que nos toca vivir y en las personas que nos rodean. En esta fecha Marcos y Francisco nos llaman a estar atentos, vigilantes, capaces de descubrir esos espacios y momentos de encuentro con Dios. Hace un par de domingos, hablamos desde aquí mismo indicando que un tema clave para la espiritualidad evangélica, es el tema de la vigilancia. “En los evangelios y en las cartas de Pablo, —decíamos— a veces se usa el término vigilar y, a veces, estar en vela, o estar despierto. Sea cual sea la palabra de entonces, se refiere a un tema central, básico para vivir la vida cristiana, que hoy podríamos enunciar como: “la actitud de vivir con plena conciencia cada momento de nuestra vida, no vivir superficialmente, dejando que los acontecimientos nos caigan encima o nos pasen por delante.” Es la actitud básica que nos permite descubrir nuestra vida ordinaria, por decirlo así “preñada” de la presencia de Dios, en la medida en que descubrimos nuestra propia identidad, porque “en ese encuentro en el que nos encontramos con Dios, fuente de nuestro ser, llegamos también a conocer nuestra verdadera identidad y misión en este mundo, lo que somos realmente a los ojos de Dios”. Esta perspectiva cristiana coincide, por cierto, con otras grandes tradiciones espirituales. En los próximos domingos los textos litúrgicos nos ayudarán a prepararnos para realizar ese descubrimiento o para fortalecerlo, si es que ya lo hemos alcanzado.Ω
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