Lect.: Isaías 61:1-2, 10-11; Lucas 1:46-50, 53-54; I Tesal 5:16-24; Juan 1:6-8, 19-28
- Ayer se realizó, una vez más, en nuestra capital el “festival de la luz” que, como otros años, atrajo a miles de personas, especialmente a niños y niñas. Es muy apropiado que este evento tenga lugar cada año en las vísperas de la Navidad. Forma parte ya de la tradicional costumbre de llenar con luces esta fiesta cristiana del nacimiento de Jesús de Nazaret. Empezamos con las velas de la corona de adviento que vamos encendiendo progresivamente semana a semana. Luces en el gran árbol frente al hospital de niños, en los más pequeños árboles de nuestras casas, en nuestros portales, en las calles, en fin en todas partes, el brillo de la luz lo asociamos casi inconscientemente con la época navideña. Es un gran símbolo que nos presenta también hoy el relato evangélico. El protagonista de este pasaje es Juan el Bautista y, por eso, es muy significativo escuchar cómo lo presenta el evangelista. Simplemente dice dos cosas: que fue “un hombre enviado por Dios” y que vino “para dar testimonio de la luz”. Es esta segunda afirmación, “dar testimonio de la luz”, la que nos va a abrir todo un extenso panorama en el que podemos redescubrir y profundizar la manera cristiana de ver la realidad. Pero para entender todo el alcance de esta frase hay que irse unos versículos atrás, en el prólogo de este evangelio. Ahí el autor empieza a sorprendernos. Nos dice que en la Palabra creadora de Dios estaba la vida y que la vida era la luz de los hombres. No dice que la luz de la verdad lleve a la vida, sino que para los humanos la única luz - verdad es el resplandor de la vida.
- Para el Antiguo Testamento y en el ambiente judío, el término «luz» era uno de los modos ordinarios de designar la Ley de Moisés. La Ley como luz era la norma que guiaba la conducta del ser humano. Los salmos y los libros sapienciales hablan de la Ley como de una lámpara, de los mandamientos como de una iluminación para el pueblo. Pero, de repente el evangelista Juan da un giro a esa interpretación desde el comienzo de su evangelio, —que leeremos el día de Navidad—, al hablar, primero, de la vida como fuente de luz y, luego al presentar al Bautista como “testimonio de la luz”. ¿en qué consiste este giro, este cambio de interpretación de lo que simboliza la luz? Parece un cambio de palabras insignificante pero no lo es. En boca del Bautista, la luz, —de la que él viene a dar testimonio— no es una ley, no son mandamientos, no es una doctrina, la luz primero es la vida, y enseguida, la vida plena de una persona. Es alguien que viene detrás de él, a quien no conocen las autoridades religiosas judías, a quien no es digno de atarle los cordones de las sandalias. Se refiere, obviamente, en el contexto del evangelio, a Jesús de Nazaret. Todo el evangelio de Juan mostrará después la vida de Jesús, todas sus acciones y palabras, como la luz que puede iluminar, sanar y dar vida a todos. Es una vida que, según la lectura de Isaías hoy, es guiada por el Espíritu que lo ha ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres y le ha enviado a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad;
- a pregonar año de gracia de Yahveh.” Este tipo de vida es lo que podemos considerar vida humana plena, capaz de iluminar. Si asimilamos este cambio de visión y de énfasis, podremos cambiar muchas de las actitudes que, a menudo, están distorsionando nuestra práctica cristiana. [Por ejemplo, con demasiada frecuencia escuchamos a personas que buscando orientación para su vida le preguntan al sacerdote: ¿se puede hacer esto o lo otro? ¿qué es lo que está permitido en la Iglesia en vida familiar, en relaciones sexuales o en relaciones de negocios? ¿qué han mandado los obispos sobre las guías de formación sexual que se utilizan en nuestros programas educativos? ¿está permitido ver tal tipo de películas o leer libros de tales autores? Preguntas como éstas eran mucho más comunes en tiempos en los que yo me criaba, pero pienso que todavía marcan la vida de muchas personas.] Sin darse cuenta, queriendo vivir bien su vida cristiana, con un enfoque legalista, centrado en mandamientos y prohibiciones, nos apartamos del camino del evangelio. Porque la luz de Dios, según lo entendieron ya las primeras comunidades joaninas no proviene de la Ley, de reglas, de prohibiciones o de mandamientos externos. La iluminación nos viene en general, de la vida misma; en particular, de la persona y de la vida de Jesús de Nazaret y se nos sigue transmitiendo a través del modo de vida de quienes han hecho suyo el modo de vida del Jesús del evangelio. Es una luz que se transparenta en nuestras vidas porque se encuentra necesariamente en nuestro interior, por el anhelo de plenitud que nos mueve a todos desde que nos configuró así el proyecto divino, según el cual hemos sido creados.
- Lo ilustra el caso de María la madre de Jesús, tal y como se refleja en su canto, el “Magnificat”, que recitamos en el salmo responsorial de hoy, donde ella alaba la misericordia de Dios porque “a los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”. Lo ilustra también la luz que encontramos en el comportamiento de quienes, al igual que Jesús, practican el servicio a hermanos y hermanas, la solidaridad con los necesitados y la lucha contra la injusticia por defender a los que sufren las consecuencias de la pobreza y la desigualdad. La luz brilla, en fin, en aquellos que construyen puentes y no muros, lazos y no condenas.
- Pero el texto evangélico (Jn 1: 4 - 5) deja claro que no es una tarea que carezca de costos. La luz debe brillar en las tinieblas pero éstas no perciben la luz ni la reciben. El relato mismo de cómo fariseos, sacerdotes y clérigos, investigan y tratan de acorralar a Juan el Bautista, muestra cómo las tinieblas reaccionan con violencia cuando se encuentran ante la luz verdadera que los ciega. Cuando se encuentren más tarde frente a Jesús llegarán al punto de condenarle y asesinarle, a propuesta del Sumo Sacerdote. Como lo califican estudiosos bíblicos, la tiniebla es una manera simbólica de designar en realidad la ideología de todo sistema de poder, político, económico o religioso, que se opone a que hombres y mujeres realicemos en nosotros mismos el proyecto creador, de alcanzar libremente la plenitud de vida. Bajo el ropaje de supuestos defensores de la verdad, defienden doctrinas y leyes, pero no la luz que proviene de la vida plena. El caso de las autoridades judías contra el Bautista y contra Jesús, solo es un caso particular que había absolutizado la Ley de Moisés, instrumentalizado el culto para explotar a las clases populares y utilizado un Templo que, como el mismo Jesús había dicho, habían profanado convirtiéndolo en cueva de ladrones.
- Pero las tinieblas no pueden extinguir la luz. Carecen de consistencia. El Papa Francisco, que está cumpliendo hoy 81 años, es un buen ejemplo esperanzador de lo que significa que una persona, y no una ley o una doctrina, sea fuente de luz. Pese a todas las oposiciones y críticas desde dentro de la misma jerarquía católica, Francisco nos ha hecho sentirnos cercanos a la Buena Noticia de Jesús. De él podemos decir, como del Bautista, que ha venido para ser testimonio de la luz. Por eso nosotros también podemos confiadamente reafirmar nuestro compromiso en esta eucaristía para ser “testigos de la luz” que ayuden a disipar las tinieblas de las ideologías de quienes ostentan un mal utilizado poder religioso político.Ω
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