Jueves Santo, 9 abr. 09
Lect.: Éx 12: 1 – 8. 11 – 14; 1 Cor 11: 23 – 26; Jn 13: 1 – 15
1. Hay dos frases estrechamente conectadas en las lecturas que acabamos de escuchar. “Hagan esto en memoria mía” (Pablo) y “lo que yo he hecho con Uds. háganlo Uds. también” (Jn). Son ambas una llamada a recordar el sentido original de la vida de Jesús y, por tanto, a recuperar el sentido de nuestra propia identidad como cristianos. Los seres humanos tenemos flaca memoria. No solo por posibles enfermedades cerebrales. Aun a los más sanos, la memoria se nos afecta por la pérdida de atención incluso hacia las cosas importantes de nuestra vida y por la multitud de información, de influencias y de acontecimientos que nos rodean y que pueden desfigurar la manera de entender esas cosas importantes de nuestra vida. Esto afecta también nuestra comprensión del sentido de la vida de Jesús y, por lo tanto, de nuestra identidad como cristianos. Por eso una vez al año al menos, de manera intensa y solemne, como comunidad cristiana tratamos de recuperar la memoria de quién fue Jesús, sacudiendo todo el polvo y paja que se puede haber acumulado con el tiempo y las distorsiones humanas que desfiguran su recuerdo. Y en esta liturgia de Jueves Santo, esa recuperación de la memoria de quién fue Jesús se nos da de una manera extraordinariamente simple e impactante al mismo tiempo, por medio de dos símbolos: el lavatorio de los pies y la fracción del pan y reparto del vino.
2. Es imposible no sorprenderse. Para recuperar la memoria de quién fue Jesús y cuál sea nuestra identidad no se nos presenta un resumen de enseñanzas teológicas y doctrinales; tampoco se nos ofrece una descripción de usos, costumbres y mandamientos de una institución eclesial. Es más, ni siquiera se nos presenta una imagen de Jesús como un ejemplo moral de perfección. Nada de eso es considerado como central o imprescindible. Para recuperar la memoria de Jesús se nos presentan dos gestos que reflejan la actitud existencial de Jesús característica de lo que fue toda su vida. Uno, el lavatorio de los pies, que es realizado como un símbolo de servicio de Jesús no solo a los discípulos sino a todos los hombres y mujeres a quienes estos discípulos deberían servir. El otro, el repartir pan y vino que significan la entrega, la donación del propio cuerpo y sangre, es decir, de la propia vida por el bien de muchos. En definitiva, ambos gestos y símbolos se identifican en su contenido esencial. Por eso, probablemente, el evangelio de Jn no narra la institución de la eucaristía, cuyo sentido esencial lo recoge en el lavatorio de pies.
3. Cuando se nos invita a hacer estos gestos en memoria de Jesús, se nos está invitando a dos cosas. En primer lugar, a identificarnos con él configurando nuestra vida diaria en este espíritu de servicio y entrega para el bien de toda la comunidad humana. La mejor forma, la más fuerte de hacer presente su memoria es dejándonos poseer por su Espíritu de manera que en cada uno de nosotros se haga real y se prolongue su presencia y su estilo de vida. Pero, en segundo lugar, se nos invita también a reunirnos como comunidad para repetir los gestos simbólicos y así reavivar nuestra memoria de lo que es esencial en el seguimiento de Jesús. Para eso debería ser la celebración eucarística, para no olvidar cuál es nuestra identidad de cristianos marcados por la forma de vivir de Jesús como la forma de vivir que vale la pena.
4. “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora” le dice Jesús a Pedro. No hay que extrañarse de que a nosotros también se nos pierda o se nos confunda el sentido mismo de la Eucaristía, aunque la repitamos quizás cada domingo. Este Jueves Santo, al poner la fracción del pan junto con el lavatorio de los pies, se nos da la oportunidad de superar confusiones y recuperar la verdadera memoria de lo que fue y lo que hizo Jesús y el verdadero sentido de la Eucaristía, como el momento de apropiarse el espíritu de entrega y servicio de Jesús, razón de ser de nuestra propia vida cristiana. Ω
Lect.: Éx 12: 1 – 8. 11 – 14; 1 Cor 11: 23 – 26; Jn 13: 1 – 15
1. Hay dos frases estrechamente conectadas en las lecturas que acabamos de escuchar. “Hagan esto en memoria mía” (Pablo) y “lo que yo he hecho con Uds. háganlo Uds. también” (Jn). Son ambas una llamada a recordar el sentido original de la vida de Jesús y, por tanto, a recuperar el sentido de nuestra propia identidad como cristianos. Los seres humanos tenemos flaca memoria. No solo por posibles enfermedades cerebrales. Aun a los más sanos, la memoria se nos afecta por la pérdida de atención incluso hacia las cosas importantes de nuestra vida y por la multitud de información, de influencias y de acontecimientos que nos rodean y que pueden desfigurar la manera de entender esas cosas importantes de nuestra vida. Esto afecta también nuestra comprensión del sentido de la vida de Jesús y, por lo tanto, de nuestra identidad como cristianos. Por eso una vez al año al menos, de manera intensa y solemne, como comunidad cristiana tratamos de recuperar la memoria de quién fue Jesús, sacudiendo todo el polvo y paja que se puede haber acumulado con el tiempo y las distorsiones humanas que desfiguran su recuerdo. Y en esta liturgia de Jueves Santo, esa recuperación de la memoria de quién fue Jesús se nos da de una manera extraordinariamente simple e impactante al mismo tiempo, por medio de dos símbolos: el lavatorio de los pies y la fracción del pan y reparto del vino.
2. Es imposible no sorprenderse. Para recuperar la memoria de quién fue Jesús y cuál sea nuestra identidad no se nos presenta un resumen de enseñanzas teológicas y doctrinales; tampoco se nos ofrece una descripción de usos, costumbres y mandamientos de una institución eclesial. Es más, ni siquiera se nos presenta una imagen de Jesús como un ejemplo moral de perfección. Nada de eso es considerado como central o imprescindible. Para recuperar la memoria de Jesús se nos presentan dos gestos que reflejan la actitud existencial de Jesús característica de lo que fue toda su vida. Uno, el lavatorio de los pies, que es realizado como un símbolo de servicio de Jesús no solo a los discípulos sino a todos los hombres y mujeres a quienes estos discípulos deberían servir. El otro, el repartir pan y vino que significan la entrega, la donación del propio cuerpo y sangre, es decir, de la propia vida por el bien de muchos. En definitiva, ambos gestos y símbolos se identifican en su contenido esencial. Por eso, probablemente, el evangelio de Jn no narra la institución de la eucaristía, cuyo sentido esencial lo recoge en el lavatorio de pies.
3. Cuando se nos invita a hacer estos gestos en memoria de Jesús, se nos está invitando a dos cosas. En primer lugar, a identificarnos con él configurando nuestra vida diaria en este espíritu de servicio y entrega para el bien de toda la comunidad humana. La mejor forma, la más fuerte de hacer presente su memoria es dejándonos poseer por su Espíritu de manera que en cada uno de nosotros se haga real y se prolongue su presencia y su estilo de vida. Pero, en segundo lugar, se nos invita también a reunirnos como comunidad para repetir los gestos simbólicos y así reavivar nuestra memoria de lo que es esencial en el seguimiento de Jesús. Para eso debería ser la celebración eucarística, para no olvidar cuál es nuestra identidad de cristianos marcados por la forma de vivir de Jesús como la forma de vivir que vale la pena.
4. “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora” le dice Jesús a Pedro. No hay que extrañarse de que a nosotros también se nos pierda o se nos confunda el sentido mismo de la Eucaristía, aunque la repitamos quizás cada domingo. Este Jueves Santo, al poner la fracción del pan junto con el lavatorio de los pies, se nos da la oportunidad de superar confusiones y recuperar la verdadera memoria de lo que fue y lo que hizo Jesús y el verdadero sentido de la Eucaristía, como el momento de apropiarse el espíritu de entrega y servicio de Jesús, razón de ser de nuestra propia vida cristiana. Ω
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