Domingo de Ramos, 5 abr. 09
Lect.: Is 50: 4 – 7; Flp 2: 6 – 11; Mc 14: 1 – 15: 47
1. Durante 5 semanas quisimos leer los evangelios como narración del itinerario espiritual de Jesús, de su recorrido hacia la pascua, para construir nuestro propio itinerario espiritual hacia nuestro nacimiento a una vida plena. Todo empezó por la propia vivencia del desierto, como símbolo de renuncia a cuanto distrae para estar cara a cara con uno mismo, encontrar lo esencial de lo que somos y abrirnos a relaciones auténticas con los demás y con Dios. Después (transfiguración) oímos el llamado a vivir sin separación entre lo sagrado y lo profano, sin la esquizofrenia de dejar el mundo por fuera de lo espiritual. Luego (con la expulsión de los mercaderes del Templo) la advertencia a estar conscientes del peligro de la perversión de lo religioso, de constituirlo como un fin en sí mismo, e incluso como fuente de poder, dinero o prestigio. Estrechamente conectado con esto, (4º domingo) el énfasis en el carácter salvífico de la obra de Jesús permite descubrir la experiencia religiosa no como una compraventa de bienes espirituales, como si los pecadores tuviéramos que calmar la ira del juez, sino como una experiencia de gratuidad que nos lleva a vernos a nosotros mismo como un regalo. Finalmente, el domingo pasado, hablar de la muerte en la cruz como gloria de Dios, nos descubre que vivida la vida con intensidad, podemos descubrir a Dios en todos los instersticios de la vida, incluso en la muerte, porque en el reverso del sufrimiento y la muerte, vividas como total entrega, como desprendimiento en el servicio, se revela de forma más evidente la gloria de Dios. Y así llegamos a este inicio de Semana Santa donde veremos meditando en detalle cómo este itinerario espiritual de Jesús aun culminando en la cruz, hace que incluso la muerte manifieste lo que es una vida que vale la pena, que tiene sentido, que llega a alcanzar la plenitud.
2. Como domingo introductorio a la Semana Santa solo vamos a recalcar esa idea, como guía de reflexión y vivencia litúrgica del resto de la semana. Decimos que el recorrido espiritual de Jesús nos hace descubrir en la pasión y muerte el final de una vida que vale la pena. Aunque suene paradójico nos abre un panorama para vivir nuestra vida cristiana de manera distinta. Con este enfoque podemos ver que Jesús no muere para entrar en el Reino de Dios, como lo suelen entender algunas lecturas piadosas. No. Jesús muere porque ya estaba en el Reino de Dios, porque él hacía presente los valores de este Reino de justicia, de igualdad, de amor, de cuidado por los pobres y desfavorecidos, y esto chocó de frente con quienes tenían construida la política, la religión y toda la sociedad de la época sobre otros falsos valores de privilegio, de dominación, de acumulación injusta de riquezas, poder y prestigio. Cada aspecto de la pasión y muerte de Jesús, que meditemos esta semana, es entonces una interpelación personal para examinar nuestra propia vida y saber si estamos construyéndola conforme a esos valores del Reino, dando así sentido a nuestro diario desgaste vital, o si estamos, más bien, conformándonos con esos falsos valores de la sociedad y la economía contemporánea. Y cada liturgia en la que participemos esta semana, será ocasión para dejarnos moldear por los valores del Reino, identificándonos en la comunión con Jesús.Ω
Lect.: Is 50: 4 – 7; Flp 2: 6 – 11; Mc 14: 1 – 15: 47
1. Durante 5 semanas quisimos leer los evangelios como narración del itinerario espiritual de Jesús, de su recorrido hacia la pascua, para construir nuestro propio itinerario espiritual hacia nuestro nacimiento a una vida plena. Todo empezó por la propia vivencia del desierto, como símbolo de renuncia a cuanto distrae para estar cara a cara con uno mismo, encontrar lo esencial de lo que somos y abrirnos a relaciones auténticas con los demás y con Dios. Después (transfiguración) oímos el llamado a vivir sin separación entre lo sagrado y lo profano, sin la esquizofrenia de dejar el mundo por fuera de lo espiritual. Luego (con la expulsión de los mercaderes del Templo) la advertencia a estar conscientes del peligro de la perversión de lo religioso, de constituirlo como un fin en sí mismo, e incluso como fuente de poder, dinero o prestigio. Estrechamente conectado con esto, (4º domingo) el énfasis en el carácter salvífico de la obra de Jesús permite descubrir la experiencia religiosa no como una compraventa de bienes espirituales, como si los pecadores tuviéramos que calmar la ira del juez, sino como una experiencia de gratuidad que nos lleva a vernos a nosotros mismo como un regalo. Finalmente, el domingo pasado, hablar de la muerte en la cruz como gloria de Dios, nos descubre que vivida la vida con intensidad, podemos descubrir a Dios en todos los instersticios de la vida, incluso en la muerte, porque en el reverso del sufrimiento y la muerte, vividas como total entrega, como desprendimiento en el servicio, se revela de forma más evidente la gloria de Dios. Y así llegamos a este inicio de Semana Santa donde veremos meditando en detalle cómo este itinerario espiritual de Jesús aun culminando en la cruz, hace que incluso la muerte manifieste lo que es una vida que vale la pena, que tiene sentido, que llega a alcanzar la plenitud.
2. Como domingo introductorio a la Semana Santa solo vamos a recalcar esa idea, como guía de reflexión y vivencia litúrgica del resto de la semana. Decimos que el recorrido espiritual de Jesús nos hace descubrir en la pasión y muerte el final de una vida que vale la pena. Aunque suene paradójico nos abre un panorama para vivir nuestra vida cristiana de manera distinta. Con este enfoque podemos ver que Jesús no muere para entrar en el Reino de Dios, como lo suelen entender algunas lecturas piadosas. No. Jesús muere porque ya estaba en el Reino de Dios, porque él hacía presente los valores de este Reino de justicia, de igualdad, de amor, de cuidado por los pobres y desfavorecidos, y esto chocó de frente con quienes tenían construida la política, la religión y toda la sociedad de la época sobre otros falsos valores de privilegio, de dominación, de acumulación injusta de riquezas, poder y prestigio. Cada aspecto de la pasión y muerte de Jesús, que meditemos esta semana, es entonces una interpelación personal para examinar nuestra propia vida y saber si estamos construyéndola conforme a esos valores del Reino, dando así sentido a nuestro diario desgaste vital, o si estamos, más bien, conformándonos con esos falsos valores de la sociedad y la economía contemporánea. Y cada liturgia en la que participemos esta semana, será ocasión para dejarnos moldear por los valores del Reino, identificándonos en la comunión con Jesús.Ω
Comentarios
Publicar un comentario