1er domingo de Cuaresma, 1 mar. 09
Lect.: Gen 9: 8 – 15; 1 Pedr 3: 18 – 22; Mc 1: 12 – 15
1. La vida de Jesús que narra Marcos, no es una biografía como conocemos de otros personajes. Es la narración de un itinerario, de un recorrido en el que se destacan aspectos y etapas de lo que un ser humano camina en dirección a su plenitud de vida. Por eso, este año, es significativo iniciar la cuaresma, estos 40 días de camino a la Pascua, con esa frase de que “el Espíritu empujó a Jesús al desierto”. Nos está diciendo que el caminar hacia esa propia plenitud, la propia resurrección, empieza por la vivencia de desierto. Por supuesto que no se refiere al desierto, como espacio geográfico, físico, sino a lo que simboliza. La palabra original en griego significa “abandono”. El desierto es el lugar sin agua, sin vegetación, que evoca por eso la idea de peligro para la vida, de amenaza, de muerte. No hay nada, ni nadie; ni lugar para esconderse. Es el lugar donde se está cara a cara con uno mismo, sin máscaras, con los deseos constructivos y destructivos que realmente nos habitan por dentro, —esos son nuestros propios demonios—, sin nadie más a quien echarle la culpa de lo que sentimos. Más que un espacio, entonces, la idea de desierto evoca la necesidad de pasar, al comienzo y a lo largo de nuestra vida espiritual, por las vivencias de desierto entendidas como momentos de abandono y desposesión total, para enfrentarme a mí mismo, y a través de ese enfrentamiento, que es muy duro y puede ser hasta aterrorizador, descubrir la imagen de Dios grabada en nuestro propio espíritu.
2. En nuestra vida ordinaria hay centenares de cosas que nos distraen de la búsqueda y descubrimiento de lo que cada uno es verdaderamente. Sobre todo en el mundo moderno, lleno de ruido todo el tiempo. Rodeados constantemente de relaciones más o menos superficiales, impulsados por una sociedad y una economía que, por lo menos hasta hace poco, hasta el comienzo de la actual crisis, nos inclinaba a un consumismo irracional, no de lo necesario, sino sobre todo de lo superfluo e innecesario. Es difícil pensar así en lo que es esencial para la propia vida, descubrir el camino hacia la propia realización de lo que uno puede llegar a ser, cuando se está distraído, absorbido por la moda, la obsesión por tener los últimos modelos de lo que sea, o no perderse los espectáculos más excitantes. Y en esa situación es difícil conocerse, entender quién es uno mismo, cómo es uno mismo. Con esos condicionantes podemos idealizarnos, o subvalorarnos, podemos creernos lo que no somos, culpar a otros de lo erróneo que hacemos, construirnos apariencias, disfraces, para presentarnos delante de los demás. Por supuesto, con toda esa indumentaria encima, y apartados por esas distracciones de la búsqueda de nosotros mismos, se nos hace también imposible tener relaciones profundas con los demás, y tener relaciones auténticas con Dios.
3. Dejarse impulsar por el Espíritu al desierto es aprovechar momentos que la misma vida quizás nos da, para replantearnos lo que somos y redescubrirnos para redescubrir a Dios. Puede ser con motivo de la muerte o enfermedad seria de un ser querido, o nuestra propia enfermedad. Puede ser con una inesperada situación de pérdida de empleo, a raíz de la actual crisis. Puede ser a partir de un fracaso profesional o de una relación. O puede ser el intento deliberado, de abrirse con sinceridad interiormente en un día de retiro espiritual, de soledad. De todas esas ocasiones podemos hacer momentos de desierto, que nos conduzcan a transfigurarnos y, finalmente a la resurrección del ser humano nuevo en cada uno de nosotros. Es con este ánimo que queremos que el Señor nos ayude a empezar la cuaresma.Ω
Lect.: Gen 9: 8 – 15; 1 Pedr 3: 18 – 22; Mc 1: 12 – 15
1. La vida de Jesús que narra Marcos, no es una biografía como conocemos de otros personajes. Es la narración de un itinerario, de un recorrido en el que se destacan aspectos y etapas de lo que un ser humano camina en dirección a su plenitud de vida. Por eso, este año, es significativo iniciar la cuaresma, estos 40 días de camino a la Pascua, con esa frase de que “el Espíritu empujó a Jesús al desierto”. Nos está diciendo que el caminar hacia esa propia plenitud, la propia resurrección, empieza por la vivencia de desierto. Por supuesto que no se refiere al desierto, como espacio geográfico, físico, sino a lo que simboliza. La palabra original en griego significa “abandono”. El desierto es el lugar sin agua, sin vegetación, que evoca por eso la idea de peligro para la vida, de amenaza, de muerte. No hay nada, ni nadie; ni lugar para esconderse. Es el lugar donde se está cara a cara con uno mismo, sin máscaras, con los deseos constructivos y destructivos que realmente nos habitan por dentro, —esos son nuestros propios demonios—, sin nadie más a quien echarle la culpa de lo que sentimos. Más que un espacio, entonces, la idea de desierto evoca la necesidad de pasar, al comienzo y a lo largo de nuestra vida espiritual, por las vivencias de desierto entendidas como momentos de abandono y desposesión total, para enfrentarme a mí mismo, y a través de ese enfrentamiento, que es muy duro y puede ser hasta aterrorizador, descubrir la imagen de Dios grabada en nuestro propio espíritu.
2. En nuestra vida ordinaria hay centenares de cosas que nos distraen de la búsqueda y descubrimiento de lo que cada uno es verdaderamente. Sobre todo en el mundo moderno, lleno de ruido todo el tiempo. Rodeados constantemente de relaciones más o menos superficiales, impulsados por una sociedad y una economía que, por lo menos hasta hace poco, hasta el comienzo de la actual crisis, nos inclinaba a un consumismo irracional, no de lo necesario, sino sobre todo de lo superfluo e innecesario. Es difícil pensar así en lo que es esencial para la propia vida, descubrir el camino hacia la propia realización de lo que uno puede llegar a ser, cuando se está distraído, absorbido por la moda, la obsesión por tener los últimos modelos de lo que sea, o no perderse los espectáculos más excitantes. Y en esa situación es difícil conocerse, entender quién es uno mismo, cómo es uno mismo. Con esos condicionantes podemos idealizarnos, o subvalorarnos, podemos creernos lo que no somos, culpar a otros de lo erróneo que hacemos, construirnos apariencias, disfraces, para presentarnos delante de los demás. Por supuesto, con toda esa indumentaria encima, y apartados por esas distracciones de la búsqueda de nosotros mismos, se nos hace también imposible tener relaciones profundas con los demás, y tener relaciones auténticas con Dios.
3. Dejarse impulsar por el Espíritu al desierto es aprovechar momentos que la misma vida quizás nos da, para replantearnos lo que somos y redescubrirnos para redescubrir a Dios. Puede ser con motivo de la muerte o enfermedad seria de un ser querido, o nuestra propia enfermedad. Puede ser con una inesperada situación de pérdida de empleo, a raíz de la actual crisis. Puede ser a partir de un fracaso profesional o de una relación. O puede ser el intento deliberado, de abrirse con sinceridad interiormente en un día de retiro espiritual, de soledad. De todas esas ocasiones podemos hacer momentos de desierto, que nos conduzcan a transfigurarnos y, finalmente a la resurrección del ser humano nuevo en cada uno de nosotros. Es con este ánimo que queremos que el Señor nos ayude a empezar la cuaresma.Ω
Gracias por el excelente y atinado comentario. Aprovecharé que es el de hoy mismo y se lo haré llegar a algunos de mis amigos con invitación para que visiten el blog, siempre interesante. Anabelle
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