5º domingo de Cuaresma, 29 mar. 09
Lect.: Jer 31: 31 – 34; Hebr 5: 7 – 9; Jn 12: 20 – 33
1. El cuadro que hoy pinta la carta a los hebreos nos enseña una imagen de Jesús a la que no estamos acostumbrados. Un hombre que “durante su vida mortal, a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte”. ¡Caray! Debería sorprendernos, porque la imagen que de ordinario tenemos de Jesús lo muestra como en absoluto control de la situación, plenamente identificado con Dios desde el principio, una especie de súper hombre que en ningún momento tiene un rasgo de debilidad. Es una imagen a la que tendemos a venerar pero con la que resulta difícil identificarse. En cambio, para el autor de Hebreos Dios escucha a Jesús en su angustia y le permite que, a pesar de ser Hijo, aprenda en el sufrimiento a obedecer, es decir, a entender y realizar la voluntad de Dios. Esto también choca con ciertas visiones piadosas y teológicas, bien intencionadas pero no evangélicas, que no ven que Jesús pasó, él también, por un proceso de aprendizaje. No es extraño que a lo largo de los siglos nos cueste representarnos a Jesús en toda su humanidad, reaccionando con angustia ante el dolor y la muerte, como nos sucede a todos nosotros. La muerte, el dolor, el sufrimiento corporal y psicológico nos colocan en situaciones límites en las que parece perderse el sentido de nuestra vida. Incluso al punto de reaccionar con desesperación, con frustración, con rebeldía. También cada uno de nosotros, como el Jesús de Hebreos, con lágrimas hemos pasado por situaciones que nos hacen gritar “¿por qué a mí?, “¿por qué te lo llevaste?”, … O nos empujan a “negociar” con Dios: “si me curas o lo curas, no volveré a tomar, o a ser infiel en mi matrimonio”…
2. El evangelio de Jn no aclara el misterio de la muerte y el sufrimiento humanos. En cierta medida hasta parece hacer más complejo ese misterio al decir que en la cruz de Cristo es revelada la gloria de Dios. ¿Cómo puede revelarse Dios —padre amoroso— en la muerte de su hijo? Cierto que Jn no resuelve el misterio, pero nos revela otra dimensión profundamente alentadora de la vida humana. Lo que nos dice, utilizando unas expresiones metafóricas, es que cuando Jesús sea elevado, es decir, cuando Jesús sea clavado y asesinado en la cruz, se va a mostrar la gloria del nombre de Dios. Pareciera algo contradictorio. Pareciera morboso, masoquista, pagano, como si nuestro Padre se deleitara en el derramamiento de sangre de Jesús o nuestro. Pero no es eso. ¿Qué quiere decir? Creo que podemos afirmar que lo que quiere decir es que no hay situación ninguna de la vida humana, ni siquiera las de sufrimiento, ni siquiera la de extrema injusticia y dolor, como en la muerte de Jesús, donde esté ausente la fuerza y el amor de Dios. Incluso en la cruz se revela su presencia. Por supuesto no en el mal, e injusticia que causan esa situación, sino en la actitud de Jesús, en su desprendimiento, en su entrega de amor, aprendido a lo largo de su vida, que expresan la riqueza del amor de Dios y la gratuidad de la vida divina. Jesús se da todo, incluso cuando solo recibe el peso de la persecución y la injusticia. Esto muestra la plenitud de la vida humana como don gratuito, algo que se da cuando uno no podía esperarlo.
3. Por eso es que usa la comparación con el grano de trigo que cae en tierra y no queda estéril, sino que da mucho fruto. No trata de explicar los mecanismos de la botánica, ni los de la vida humana. Trata de hacer ver que incluso pasar por la muerte y el sufrimiento extremo, se torna fecundo, cuando estamos libres de la autosuficiencia, cuando no estamos centrados en el interés propio egoísta, y cuando la vida propia se vive en desprendimiento y entrega. En esos casos, en la muerte y el sufrimiento también nosotros “somos elevados”. A vivir esto nos invita a todos, porque como dice Jeremías, en la 1ª lectura, Dios ha ya metido su ley en nuestros pechos, de manera que todos, del más pequeño hasta el más grande, podemos reconocer la presencia de Dios.Ω
Lect.: Jer 31: 31 – 34; Hebr 5: 7 – 9; Jn 12: 20 – 33
1. El cuadro que hoy pinta la carta a los hebreos nos enseña una imagen de Jesús a la que no estamos acostumbrados. Un hombre que “durante su vida mortal, a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte”. ¡Caray! Debería sorprendernos, porque la imagen que de ordinario tenemos de Jesús lo muestra como en absoluto control de la situación, plenamente identificado con Dios desde el principio, una especie de súper hombre que en ningún momento tiene un rasgo de debilidad. Es una imagen a la que tendemos a venerar pero con la que resulta difícil identificarse. En cambio, para el autor de Hebreos Dios escucha a Jesús en su angustia y le permite que, a pesar de ser Hijo, aprenda en el sufrimiento a obedecer, es decir, a entender y realizar la voluntad de Dios. Esto también choca con ciertas visiones piadosas y teológicas, bien intencionadas pero no evangélicas, que no ven que Jesús pasó, él también, por un proceso de aprendizaje. No es extraño que a lo largo de los siglos nos cueste representarnos a Jesús en toda su humanidad, reaccionando con angustia ante el dolor y la muerte, como nos sucede a todos nosotros. La muerte, el dolor, el sufrimiento corporal y psicológico nos colocan en situaciones límites en las que parece perderse el sentido de nuestra vida. Incluso al punto de reaccionar con desesperación, con frustración, con rebeldía. También cada uno de nosotros, como el Jesús de Hebreos, con lágrimas hemos pasado por situaciones que nos hacen gritar “¿por qué a mí?, “¿por qué te lo llevaste?”, … O nos empujan a “negociar” con Dios: “si me curas o lo curas, no volveré a tomar, o a ser infiel en mi matrimonio”…
2. El evangelio de Jn no aclara el misterio de la muerte y el sufrimiento humanos. En cierta medida hasta parece hacer más complejo ese misterio al decir que en la cruz de Cristo es revelada la gloria de Dios. ¿Cómo puede revelarse Dios —padre amoroso— en la muerte de su hijo? Cierto que Jn no resuelve el misterio, pero nos revela otra dimensión profundamente alentadora de la vida humana. Lo que nos dice, utilizando unas expresiones metafóricas, es que cuando Jesús sea elevado, es decir, cuando Jesús sea clavado y asesinado en la cruz, se va a mostrar la gloria del nombre de Dios. Pareciera algo contradictorio. Pareciera morboso, masoquista, pagano, como si nuestro Padre se deleitara en el derramamiento de sangre de Jesús o nuestro. Pero no es eso. ¿Qué quiere decir? Creo que podemos afirmar que lo que quiere decir es que no hay situación ninguna de la vida humana, ni siquiera las de sufrimiento, ni siquiera la de extrema injusticia y dolor, como en la muerte de Jesús, donde esté ausente la fuerza y el amor de Dios. Incluso en la cruz se revela su presencia. Por supuesto no en el mal, e injusticia que causan esa situación, sino en la actitud de Jesús, en su desprendimiento, en su entrega de amor, aprendido a lo largo de su vida, que expresan la riqueza del amor de Dios y la gratuidad de la vida divina. Jesús se da todo, incluso cuando solo recibe el peso de la persecución y la injusticia. Esto muestra la plenitud de la vida humana como don gratuito, algo que se da cuando uno no podía esperarlo.
3. Por eso es que usa la comparación con el grano de trigo que cae en tierra y no queda estéril, sino que da mucho fruto. No trata de explicar los mecanismos de la botánica, ni los de la vida humana. Trata de hacer ver que incluso pasar por la muerte y el sufrimiento extremo, se torna fecundo, cuando estamos libres de la autosuficiencia, cuando no estamos centrados en el interés propio egoísta, y cuando la vida propia se vive en desprendimiento y entrega. En esos casos, en la muerte y el sufrimiento también nosotros “somos elevados”. A vivir esto nos invita a todos, porque como dice Jeremías, en la 1ª lectura, Dios ha ya metido su ley en nuestros pechos, de manera que todos, del más pequeño hasta el más grande, podemos reconocer la presencia de Dios.Ω
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