4º domingo de Cuaresma, 22 mar. 09
Lect.: 2 Crón 36: 14 – 16. 19 – 23; Ef 2: 4 – 10; Jn 3: 14 – 21
1. El domingo pasado veíamos a Jesús enfrentándose a una de las peores distorsiones: la corrupción de lo religioso. El templo de Jerusalén se había convertido en la figura emblemática de un sistema que mercantilizaba lo religioso. Un peligro que, decíamos, todavía amenaza nuestras iglesias y religiones contemporáneas. Por supuesto que amenaza más directamente a los ministros religiosos, que enfrentamos la tentación de cambiar lo que es un ministerio, un servicio, en una fuente de privilegio, de posición económica y, peor aún, de dominación autoritaria sobre otros. Pero la mercantilización de lo religioso nos amenaza a todos cuando de manera inconsciente enfrentamos la tentación de pensar que la salvación puede comprarse, obtenerse a cambio de obras, de sacrificios, de limosnas, de rituales y cantidad de plegarias. Estamos tan acostumbrados a vivir en una sociedad y en una economía donde todo tiene precio y donde nada se consigue sin dinero, que cometemos el error de aplicar la misma lógica a nuestra vida religiosa. Sin darnos cuenta quizás, nos equivocamos pensando que con unas buenas acciones lograremos disminuir años de purgatorio, o que con unas limosnas y ayunos lograremos que Dios cierre los ojos ante nuestros fallos y debilidades. Era también una visión primitiva, infantil de vivir lo religioso pero que todavía se cuela de modo inconsciente quizás en nuestra práctica.
2. Acompañando el itinerario espiritual de Jesús descubrimos este 4º domingo una manera totalmente distinta de vivir lo religioso en la que el rasgo principal no es la compra y la venta de nada, sino el regalo, el don, la dádiva, el desprendimiento, la gracia. La experiencia central que Jesús tiene de sí mismo, conforme lo presenta Juan, es la de verse como un regalo del Padre a todo el mundo para que todos descubramos en él nuestra salvación, es decir, nuestra realización humana plena. Jesús alaba la grandeza del amor de su Padre que se muestra en entregárnoslo como dádiva de su parte. Pablo en la 2ª lectura recalca la misma experiencia: aún estando muertos por el pecado, el amor de Dios nos ha hecho el don de vivir en Cristo y de resucitar a una vida nueva en él. Todo como gracia, como regalo de su gran bondad.
3. Ese mismo rasgo del amor del Padre marca a Jesús que vivirá su vida espiritual como una espiritualidad de la autodonación libre. A Jesús nadie lo obliga, nadie lo domina; es él mismo quien entrega libremente su vida al servicio hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. No se acerca a la pasión como si fuera un duro destino, ni como si fuera una manera de calmar la ira de un dios pagano, sino como una manera de asumir libremente las consecuencias de su compromiso personal, en un espíritu de entrega, de gracia. Este espíritu es lo que permite a Jesús dar su vida y recuperarla. Nunca la pierde. A este mismo estilo de vida nos invita como trayectoria para recorrer. Es a vivir una espiritualidad de gratuidad, de autodonación amorosa, compartiendo lo que somos y tenemos. Espiritualidad que permita que cada una de nuestras acciones sean para los demás lugar de encuentro con Dios. Que los demás vean en nosotros, como en Jesús, un regalo del Padre. Es la invitación a dar gratis lo que hemos recibido gratis.Ω
Lect.: 2 Crón 36: 14 – 16. 19 – 23; Ef 2: 4 – 10; Jn 3: 14 – 21
1. El domingo pasado veíamos a Jesús enfrentándose a una de las peores distorsiones: la corrupción de lo religioso. El templo de Jerusalén se había convertido en la figura emblemática de un sistema que mercantilizaba lo religioso. Un peligro que, decíamos, todavía amenaza nuestras iglesias y religiones contemporáneas. Por supuesto que amenaza más directamente a los ministros religiosos, que enfrentamos la tentación de cambiar lo que es un ministerio, un servicio, en una fuente de privilegio, de posición económica y, peor aún, de dominación autoritaria sobre otros. Pero la mercantilización de lo religioso nos amenaza a todos cuando de manera inconsciente enfrentamos la tentación de pensar que la salvación puede comprarse, obtenerse a cambio de obras, de sacrificios, de limosnas, de rituales y cantidad de plegarias. Estamos tan acostumbrados a vivir en una sociedad y en una economía donde todo tiene precio y donde nada se consigue sin dinero, que cometemos el error de aplicar la misma lógica a nuestra vida religiosa. Sin darnos cuenta quizás, nos equivocamos pensando que con unas buenas acciones lograremos disminuir años de purgatorio, o que con unas limosnas y ayunos lograremos que Dios cierre los ojos ante nuestros fallos y debilidades. Era también una visión primitiva, infantil de vivir lo religioso pero que todavía se cuela de modo inconsciente quizás en nuestra práctica.
2. Acompañando el itinerario espiritual de Jesús descubrimos este 4º domingo una manera totalmente distinta de vivir lo religioso en la que el rasgo principal no es la compra y la venta de nada, sino el regalo, el don, la dádiva, el desprendimiento, la gracia. La experiencia central que Jesús tiene de sí mismo, conforme lo presenta Juan, es la de verse como un regalo del Padre a todo el mundo para que todos descubramos en él nuestra salvación, es decir, nuestra realización humana plena. Jesús alaba la grandeza del amor de su Padre que se muestra en entregárnoslo como dádiva de su parte. Pablo en la 2ª lectura recalca la misma experiencia: aún estando muertos por el pecado, el amor de Dios nos ha hecho el don de vivir en Cristo y de resucitar a una vida nueva en él. Todo como gracia, como regalo de su gran bondad.
3. Ese mismo rasgo del amor del Padre marca a Jesús que vivirá su vida espiritual como una espiritualidad de la autodonación libre. A Jesús nadie lo obliga, nadie lo domina; es él mismo quien entrega libremente su vida al servicio hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. No se acerca a la pasión como si fuera un duro destino, ni como si fuera una manera de calmar la ira de un dios pagano, sino como una manera de asumir libremente las consecuencias de su compromiso personal, en un espíritu de entrega, de gracia. Este espíritu es lo que permite a Jesús dar su vida y recuperarla. Nunca la pierde. A este mismo estilo de vida nos invita como trayectoria para recorrer. Es a vivir una espiritualidad de gratuidad, de autodonación amorosa, compartiendo lo que somos y tenemos. Espiritualidad que permita que cada una de nuestras acciones sean para los demás lugar de encuentro con Dios. Que los demás vean en nosotros, como en Jesús, un regalo del Padre. Es la invitación a dar gratis lo que hemos recibido gratis.Ω
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