Vigilia Pascual, 22 mar. 08
Lect.: (7 lecturas del AT), Rom 6: 3 – 11; Mt 28: 1 – 10
1. Cuando leo este texto de Mt, y otros paralelos, me quedo impactado, maravillado y superado por completo por el contenido del relato. Un temblor de tierra, un ángel que baja del cielo, que se acerca y corre la pesada piedra del sepulcro, para sentarse luego encima. Su aspecto como de relámpago, su vestido blanco como la nieve. Los guardias tiemblan de miedo y quedan como muertos. ¡Todo un espectáculo extraordinario! La pregunta que me viene entonces a la cabeza y al corazón es: ¿cómo sería para las discípulas y los apóstoles la experiencia personal que tuvieron convenciéndoles que Jesús estaba vivo, después de la crucifixión? ¿de qué magnitud e impacto sería en sus corazones esa experiencia para tener que recurrir a todos esos símbolos grandiosos y espectaculares? Si tomáramos literalmente las narraciones, nos arriesgaríamos a pensar que los discípulos, sobre todo las mujeres, estaban fantaseando, teniendo visiones, quizás afectadas por el terrible dolor del Calvario. Pero con todo el respeto por aquellos primeros cristianos, nos damos cuenta de que el recurso a todas estas expresiones tan llamativas, tan aparatosas, tan vistosas, es la forma con que cuentan los evangelistas —según la mentalidad de la época— para decirnos que ahí, en la Pascua, sucedió un hecho que escapa a toda descripción. Que supera a toda otra experiencia. Una vivencia que es la más profunda que se puede tener y que se refiere a Jesús de Nazaret y a ellos mismos, —y también a nosotros mismos. Es la experiencia de la plenitud de vida que tras su martirio, alcanzó Jesús al lado del Padre. Y es la experiencia de que ahora a Jesús no le conocen ya en la carne, no comparten con él de manera terrenal, sino en el nivel más pleno de la realidad, en el mismo nivel de la vida divina. Esto es lo que los evangelios llamaron la resurrección de Jesús.
2. Pablo es quien en la 2ª lectura se encarga, además, de decirnos, que ese hecho tan formidable, esta pascua es también nuestra fiesta personal, porque ya hemos empezado a participar de ella al incorporarnos a Cristo por el bautismo. La comparación que usa el apóstol es impactante: “así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros debemos andar en una vida nueva”. La fiesta de la pascua es, entonces, la fiesta también de nuestra propia resurrección, de nuestra participación en una nueva condición humana o, quizás, deberíamos decir, en nuestra auténtica condición humana, dejando atrás y destruido nuestro yo cerrado, egoísta, atado con innumerables restricciones. Es más bien ahora que estamos vivos para Dios en Cristo Jesús. Por eso hermanos, para nosotros esta es la noche en que somos restituidos a la gracia, en que se rompen nuestras cadenas, en que se esclarecen nuestras tinieblas. Es la noche en que realmente descubrimos que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino.
3. En estos tres días hemos recordado un misterio que es simultáneamente de muerte y vida. Hemos acompañado a Jesús en la noche en que lo traicionaron, hemos contemplado su libre autodonación hasta la muerte y con esto hemos experimentado en Él el paso de la muerte a la vida plena. Esta es la marca de nuestra vida espiritual que deberemos seguir recorriendo en los días que nos queden por delante: muerte – vida. Pero haremos el recorrido iluminados por la llama de ese cirio que nos ha esclarecido esta noche, y que nos dará la serenidad de seguir viviendo llenos de esperanza.Ω
Lect.: (7 lecturas del AT), Rom 6: 3 – 11; Mt 28: 1 – 10
1. Cuando leo este texto de Mt, y otros paralelos, me quedo impactado, maravillado y superado por completo por el contenido del relato. Un temblor de tierra, un ángel que baja del cielo, que se acerca y corre la pesada piedra del sepulcro, para sentarse luego encima. Su aspecto como de relámpago, su vestido blanco como la nieve. Los guardias tiemblan de miedo y quedan como muertos. ¡Todo un espectáculo extraordinario! La pregunta que me viene entonces a la cabeza y al corazón es: ¿cómo sería para las discípulas y los apóstoles la experiencia personal que tuvieron convenciéndoles que Jesús estaba vivo, después de la crucifixión? ¿de qué magnitud e impacto sería en sus corazones esa experiencia para tener que recurrir a todos esos símbolos grandiosos y espectaculares? Si tomáramos literalmente las narraciones, nos arriesgaríamos a pensar que los discípulos, sobre todo las mujeres, estaban fantaseando, teniendo visiones, quizás afectadas por el terrible dolor del Calvario. Pero con todo el respeto por aquellos primeros cristianos, nos damos cuenta de que el recurso a todas estas expresiones tan llamativas, tan aparatosas, tan vistosas, es la forma con que cuentan los evangelistas —según la mentalidad de la época— para decirnos que ahí, en la Pascua, sucedió un hecho que escapa a toda descripción. Que supera a toda otra experiencia. Una vivencia que es la más profunda que se puede tener y que se refiere a Jesús de Nazaret y a ellos mismos, —y también a nosotros mismos. Es la experiencia de la plenitud de vida que tras su martirio, alcanzó Jesús al lado del Padre. Y es la experiencia de que ahora a Jesús no le conocen ya en la carne, no comparten con él de manera terrenal, sino en el nivel más pleno de la realidad, en el mismo nivel de la vida divina. Esto es lo que los evangelios llamaron la resurrección de Jesús.
2. Pablo es quien en la 2ª lectura se encarga, además, de decirnos, que ese hecho tan formidable, esta pascua es también nuestra fiesta personal, porque ya hemos empezado a participar de ella al incorporarnos a Cristo por el bautismo. La comparación que usa el apóstol es impactante: “así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros debemos andar en una vida nueva”. La fiesta de la pascua es, entonces, la fiesta también de nuestra propia resurrección, de nuestra participación en una nueva condición humana o, quizás, deberíamos decir, en nuestra auténtica condición humana, dejando atrás y destruido nuestro yo cerrado, egoísta, atado con innumerables restricciones. Es más bien ahora que estamos vivos para Dios en Cristo Jesús. Por eso hermanos, para nosotros esta es la noche en que somos restituidos a la gracia, en que se rompen nuestras cadenas, en que se esclarecen nuestras tinieblas. Es la noche en que realmente descubrimos que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino.
3. En estos tres días hemos recordado un misterio que es simultáneamente de muerte y vida. Hemos acompañado a Jesús en la noche en que lo traicionaron, hemos contemplado su libre autodonación hasta la muerte y con esto hemos experimentado en Él el paso de la muerte a la vida plena. Esta es la marca de nuestra vida espiritual que deberemos seguir recorriendo en los días que nos queden por delante: muerte – vida. Pero haremos el recorrido iluminados por la llama de ese cirio que nos ha esclarecido esta noche, y que nos dará la serenidad de seguir viviendo llenos de esperanza.Ω
Hola Amigos, solo quería darles mi saludo, en especial a Jorge Arturo, y dejar constancia que pude ingresar al Blog. Apenas logre ojear las predicaciones, en especial la de la vigilia pascual, que es la celebración que más me gusta y me preguntaba si fueramos hoy nosotros los que presenciaramos la muerte de Jesús y tuvieramos el convencimiento de su nueva vida, como lo narraríamos, como podríamos dar constancia de esa experiencia. Seguiré revisando con más calma (de paso echando a perder en este aprendizaje=
ResponderBorrar