5º domingo de Cuaresma, 9 mar. 08
Lect.: Ez 37: 12 – 14; Rom 8: 8 – 11; Jn 11: 1 – 45.
1. Quizás a algunos de Uds. les confunda la lectura del evangelio de Jn. Como no es una narración de hechos históricos, en el sentido que lo son los sinópticos, sino de reflexiones teológicas, puede hacerse difícil entenderlo. Dos cosas pueden ayudarnos a penetrar su comprensión. Una, darnos cuenta de que detrás de cada relato hay un significado más profundo. La otra, que las reflexiones de Jn no siempre quieren dejarnos las cosas claras, sino provocar con aparentes contradicciones a que sigamos pensando, buscando. Siempre hay como dos niveles de lectura, por ej. en encuentro con Nicodemo (nacer de nuevo): con la samaritana (agua viva, manantial); con ciego de nacimiento (nueva visión de la creación como tarea actual). En todos estos casos, siempre hay un hecho llamativo en el que participa Jesús, que sirve para revelar algo más profundo. Se nos invita a descubrirlo, a continuar buscando su significado.
2. Algo parecido sucede con el episodio de Lázaro. Si se tratara de mostrar con un milagro que Jesús tiene poder para volver a alguien a la vida, se nos plantearían un montón de problemas. Uno podría preguntarse, ¿por qué solo lo hizo con Lázaro? ¿por qué no lo hace con otros, con tal o cual ser querido nuestro cuando se lo pedimos? ¿por qué no le dejó ese poder a sus discípulos? ¿Por qué no ha eliminado la muerte del mundo? Pero el propio Jn explica y repite varias veces que este suceso de Lázaro tiene otra finalidad: ayudar a que los discípulos y otra gente que lo rodeaba, pudieran creer. Pero, ¿creer qué? Lo responde de dos maneras: que el Padre lo ha enviado, dice al final. Y, sobre todo, en el párrafo central, creer que él es la resurrección y la vida, de todos, de los que están vivos, aunque mueran algún día. ¿De qué está hablando? Dice un comentarista bíblico que este texto central se ha hecho difícil de entender, entre otras cosas, por dos razones. Una porque lo leemos recortado, quitándole los vv. siguientes sobre la decisión del Consejo del Templo de matarlo. Y la otra, porque nos hemos acostumbrado a leer este texto solo en funerales. Todo el mundo tiende entonces a pensar que el texto solo encierra la promesa de que volveremos a la vida al final de los tiempos. Pero de lo que está hablando es de otra cosa que voy a expresar de una manera que suena rara: está hablando de la resurrección de los vivos. Eso sí que es un reto duro para creer. Marta da la respuesta “fácil”: “creo que habrá una resurrección en el último día”. Y Jesús la corrige: el que cree en mí, ya, ahora resucita, tiene la vida que yo le doy.
3. Esta es una de esas enseñanzas que nos dejan un poco desconcertados y que, por eso, apunta a dejarnos inquietos, no con una respuesta clarita de catecismo o de un manual, sino con una ventana abierta a algo tan profundo y novedoso que debemos ir comprendiendo poco a poco. Jesús habla de una resurrección de los vivos, que para alcanzarla hay que creer —tener fe—, porque creer es conocer a Dios, a Jesucristo y a nosotros en él. Creer da vida a los que estamos física, biológicamente vivos, porque nos permite descubrir la dimensión más profunda de nuestro ser. Creer de esta manera nos permite descubrir que hay una forma de vivir que supera los niveles ordinarios de la vida, que permite vivir la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, los motivos de alegría y de tristeza, de manera completamente distinta a como los vivimos habitualmente. Es la que sugiere Pablo en la 2ª lect.: si el Espíritu del que resucitó a Jesús habita en Uds. estará vivificando también sus cuerpos mortales. Es decir, por decirlo de alguna manera, estaremos en nuestra existencia actual dando un salto de nivel; estaremos en vida resucitando a una calidad de ser humano que va a aproximándose más y más a ser plenamente la imagen y semejanza del Dios cuyo Espíritu habita en nosotros. Descubrir esto es como descubrir en nosotros mismos el manantial que salta a la vida eterna, es una nueva creación, un nuevo nacimiento.Ω
Lect.: Ez 37: 12 – 14; Rom 8: 8 – 11; Jn 11: 1 – 45.
1. Quizás a algunos de Uds. les confunda la lectura del evangelio de Jn. Como no es una narración de hechos históricos, en el sentido que lo son los sinópticos, sino de reflexiones teológicas, puede hacerse difícil entenderlo. Dos cosas pueden ayudarnos a penetrar su comprensión. Una, darnos cuenta de que detrás de cada relato hay un significado más profundo. La otra, que las reflexiones de Jn no siempre quieren dejarnos las cosas claras, sino provocar con aparentes contradicciones a que sigamos pensando, buscando. Siempre hay como dos niveles de lectura, por ej. en encuentro con Nicodemo (nacer de nuevo): con la samaritana (agua viva, manantial); con ciego de nacimiento (nueva visión de la creación como tarea actual). En todos estos casos, siempre hay un hecho llamativo en el que participa Jesús, que sirve para revelar algo más profundo. Se nos invita a descubrirlo, a continuar buscando su significado.
2. Algo parecido sucede con el episodio de Lázaro. Si se tratara de mostrar con un milagro que Jesús tiene poder para volver a alguien a la vida, se nos plantearían un montón de problemas. Uno podría preguntarse, ¿por qué solo lo hizo con Lázaro? ¿por qué no lo hace con otros, con tal o cual ser querido nuestro cuando se lo pedimos? ¿por qué no le dejó ese poder a sus discípulos? ¿Por qué no ha eliminado la muerte del mundo? Pero el propio Jn explica y repite varias veces que este suceso de Lázaro tiene otra finalidad: ayudar a que los discípulos y otra gente que lo rodeaba, pudieran creer. Pero, ¿creer qué? Lo responde de dos maneras: que el Padre lo ha enviado, dice al final. Y, sobre todo, en el párrafo central, creer que él es la resurrección y la vida, de todos, de los que están vivos, aunque mueran algún día. ¿De qué está hablando? Dice un comentarista bíblico que este texto central se ha hecho difícil de entender, entre otras cosas, por dos razones. Una porque lo leemos recortado, quitándole los vv. siguientes sobre la decisión del Consejo del Templo de matarlo. Y la otra, porque nos hemos acostumbrado a leer este texto solo en funerales. Todo el mundo tiende entonces a pensar que el texto solo encierra la promesa de que volveremos a la vida al final de los tiempos. Pero de lo que está hablando es de otra cosa que voy a expresar de una manera que suena rara: está hablando de la resurrección de los vivos. Eso sí que es un reto duro para creer. Marta da la respuesta “fácil”: “creo que habrá una resurrección en el último día”. Y Jesús la corrige: el que cree en mí, ya, ahora resucita, tiene la vida que yo le doy.
3. Esta es una de esas enseñanzas que nos dejan un poco desconcertados y que, por eso, apunta a dejarnos inquietos, no con una respuesta clarita de catecismo o de un manual, sino con una ventana abierta a algo tan profundo y novedoso que debemos ir comprendiendo poco a poco. Jesús habla de una resurrección de los vivos, que para alcanzarla hay que creer —tener fe—, porque creer es conocer a Dios, a Jesucristo y a nosotros en él. Creer da vida a los que estamos física, biológicamente vivos, porque nos permite descubrir la dimensión más profunda de nuestro ser. Creer de esta manera nos permite descubrir que hay una forma de vivir que supera los niveles ordinarios de la vida, que permite vivir la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, los motivos de alegría y de tristeza, de manera completamente distinta a como los vivimos habitualmente. Es la que sugiere Pablo en la 2ª lect.: si el Espíritu del que resucitó a Jesús habita en Uds. estará vivificando también sus cuerpos mortales. Es decir, por decirlo de alguna manera, estaremos en nuestra existencia actual dando un salto de nivel; estaremos en vida resucitando a una calidad de ser humano que va a aproximándose más y más a ser plenamente la imagen y semejanza del Dios cuyo Espíritu habita en nosotros. Descubrir esto es como descubrir en nosotros mismos el manantial que salta a la vida eterna, es una nueva creación, un nuevo nacimiento.Ω
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