Lect.: Is 42, 1-4. 6-7 ; Hch 10, 34-38 ; Mc 1, 7-11
- Hace varias semanas, cuando celebrábamos el tiempo de Adviento, nos topamos con ese personaje un tanto extraño, conocido como Juan el Bautista. Hoy reaparece en el bautismo de Jesús, en este domingo que cierra, por una parte, las fiestas navideñas y, por otra, inicia la llamada “vida pública” de Jesús. Digamos, mejor, su etapa de actividad evangelizadora. Pero, repasemos un poco, ¿quién era esta llamativa figura del Bautista y cuál su relación con Jesús para que éste se deje bautizar por él? Y, algo más, ¿cuál es el significado del Bautismo de Juan y qué implica para Jesús que lo recibió?
- Para contestar estas preguntas tenemos que empezar por reconocer que con frecuencia no hemos manejado las respuestas adecuadas porque, entre la piedad popular y las frecuentes elaboraciones teológicas, ya han construido explicaciones simplificadas que pasan por alto detalles históricos importantes. Para repetirlo de manera muy resumida, Juan era un profeta que predicaba duras críticas a los comportamientos de infidelidad de los grupos dirigentes de Israel que habían llevado a que la mayoría del pueblo campesino y demás sectores populares judíos vivieran penurias y carencias por completo incompatibles con el ideal de “Tierra prometida”, con las aspiraciones que Dios había forjado en las mentes y corazones del pueblo.
- Coincidiendo con otros profetas de la época, además de su crítica, Juan también buscaba un mundo mejor y distinto, como el representado por la esperanza que había sacado a su pueblo de la cautividad de Egipto. Se diferenciaba, sin embargo, en que no proponía caminos violentos para cambiar la situación, aunque consideraba, con su visión apocalíptica, que la maldad, la injusticia y la explotación de los pobres y los débiles habían llegado a tal extremo que solo la intervención de la divinidad misma podría transformar el estado de las cosas. Sabía, sin embargo, que los israelitas fieles tendrían que prepararse para la llegada de esa intervención divina. De ahí la modalidad de “bautismo” que empezó a practicar. No era una práctica piadosa más; no era una mera ablución con agua sagrada, era la repetición simbólica y ritual de la Conquista de la Tierra Prometida, tal como la había iniciado Moisés y llevada a cabo por Josué. Ese era el significado de “bautizarse” en el Jordán: expresar el paso del territorio judío al desierto de Transjordania, para volver, sumergiéndose en el Jordán, a recobrar la Tierra Prometida y, sobre todo, a recobrar formas de convivencia conforme a la Ley y la Palabra de Yavé.
- Este fue el bautismo que Jesús quiso recibir al iniciar su misión evangelizadora, su difusión y construcción de la Buena Noticia. Jesús, como muchos otros discípulos de Juan que se sumergían en las aguas del Jordán, se comprometía a vivir lo que Isaías (cap. 42) expresa en la primera lectura de este domingo: a “no vacilar ni quebrarse, hasta implantar la justicia en el país, a dejarse coger de la mano del Señor y dejarse formar como alianza de un pueblo y luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la cárcel y de la prisión a los que habitan en tinieblas». Con este tipo de compromiso, no resultaría extraño que las prácticas “bautismales” de Juan lo llevaran a ser asesinado por Herodes. Y que ese mismo compromiso, vivido por Jesús, chocara con los ideas y prácticas de los dirigentes religiosos y políticos de Israel y lo llevara a una vida de entrega que culminó en la cruz. Un mensaje para nosotros hoy, respecto al compromiso de vida que se nos pide .Ω
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