Lect.: Deut 8,2-3.14b-16a; 1ª carta Pablo a los Corintios 10,16-17; Juan 6,51-58.
- Pienso que concluir este tiempo de Pascua festejando la celebración de la Eucaristía es oportuno y esclarecedor. No es conmemorar un “misterio” más de la vida de Cristo, ni subrayar un aspecto importante doctrinal. Es, más bien, la oportunidad para ver en síntesis lo que significa para nosotros celebrar la resurrección de Cristo y de esa manera, también, aclarar malos entendidos en aspectos claves de nuestra fe cristiana.
- Poco a poco hemos ido entendiendo, en la medida en que nos aplicamos a ello, que al afirmar nuestra convicción en la resurrección de Cristo no estamos afirmando que el cuerpo de Jesús volvió a la vida terrena que tenía antes de su crucifixión y muerte. No es lo mismo “resurrección” que “resucitación de un cadáver”. Con Pablo y los evangelios afirmamos que Dios elevó a Jesús de la muerte, llevándolo a ser parte de su propia vida. Este “momento pascual” para hablar del cual carecemos de palabras adecuadas, tuvo, sin embargo, efectos que sí pudieron experimentar los primeros discípulos y Pablo y que permanecen hasta hoy en cuantos “entran” en ese momento pascual uniéndose a la vida de ese Jesús resucitado.
- Esas experiencias de la resurrección, que llenan nuestras vidas, son las que vienen a nuestra conciencia para aclararnos cada vez que celebramos la Eucaristía. Reunirse, en sentido profundo, cristianos y cristianas, superando nuestros distanciamientos, derrumbando todo muro, discriminación y frontera, lograr nuestra unidad aun empezando en pequeños grupos, en un signo fundamental de que se comparte la vida del Resucitado al compartir el pan y todo lo que ello significa. Reconciliarse, es decir darse y recibir perdón es básico para esa reunión. Esta apunta a superar nuestros temores, cobardías, prejuicios y a redescubrir a Dios como fuente de vida, como capacidad para amar y como disposición para ser plenamente lo que cada uno está llamado a ser. Ese es el Dios que se nos hace presente en Jesús resucitado y en nuestra propia vida, como lo proclamamos al proclamar el Evangelio, leído en común, y vivido en las circunstancias ordinarias de nuestra existencia actual.
- Esta es la importancia de celebrar la Cena del Señor, la Eucaristía, inseparable de la celebración de poder experimentar la vida de quienes han resucitado con Cristo. Tremendo compromiso con el que concluimos este tiempo litúrgico de la Pascua.Ω
Qué bella la experiencia de comunión. Gracias.
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