lect: Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23
- Lo importante de estas celebraciones es no quedarse en la “conmemoración” de hechos antiguos. Por razones que sabemos o podemos adivinar, la liturgia se ha hecho rígida y el paso por diferentes aspectos de la vida de Cristo se quedan como viejas fotografías, amarillentas (cuando había fotos impresas en papel), que “recordamos” como algo importante que sucedió a Jesús de Nazaret y a los primeros discípulos y nada más. Y así como de la Ascensión teníamos la vieja estampa de Jesús subiendo sobre nubes, en Pentecostés tenemos en otra estampita a María la Madre de Jesús, rodeada de los apóstoles, y con unas “lenguas” de fuego encima de sus cabezas, todos muy devotoa. Es, como decía uno de Uds. lectores de estas reflexiones, la “religión de estampitas” en que hemos crecido la mayoría.
- En realidad, cada uno de esos eventos de la vida de Jesús se nos presenta como un llamado a descubrir en nuestra vida actual una dimensión real que tenemos que descubrir, En el caso de lo que llamamos Pentecostés, es una celebración de la presencia del Espíritu de Dios en cada uno de nosotros, como personas individuales y unidos comunitariamente. De esto hemos hablado repetidas veces en domingos anteriores, sobre todo en el recién concluido tiempo de pascua. Por experimentar esa presencia los primeros discípulos cayeron en la cuenta que Jesús era el Viviente y que estaba ahora presente en la vida de ellos. Experimentaron que había Algo o Alguien en ellos que siendo diferente a ellos, se hacía real en ellos y los empujaba desde dentro de ellos mismos a alcanzar la plenitud de su ser humano y divino, conforme a la “estatura de Cristo” como dice san Pablo. Esa realidad la vemos en las lecturas realizada en aquellas primeras comunidades, para que “nos suene la campanita” y digamos, ¡caramba! a todos y todas se nos ha dado ese “Alguien” el mismo Espíritu de Dios para que hagamos realidad con la fuerza divina lo mismo que Jesús hizo con su predicación y sus prácticas de acompañamiento con los pobres, los débiles, los más necesitados. Eso, más que “los dones”, como solemos hablar en la liturgia y la catequesis, ese El Don, el mayor Don que hemos recibido, del que debemos cobrar conciencia para vivir disfrutando lo que somos.
- Por supuesto que vivir esa realidad no cambia la naturaleza de la vida humana, con sus conflictos y sus contradicciones. Vivir en el Espíritu, —no otra cosa es la espiritualidad cristiana— no podemos soñarlo como algo que nos hace felices y contentos todo el tiempo, sin problemas. Lo que hace esa vida en el Espíritu es conducirnos para vivir de manera especial y fecunda, al estilo de Jesús, todo lo que se nos viene encima: las alegrías y esperanzas, y las angustias y limitaciones propias, la salud y la enfermedad, el covid 19 y los retos que vendrán para el día después de la pandemia.
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