Lect.: 2 Re 4, 8-11. 14-16a ; Rom 6, 3-4. 8-11; Mt 10, 37-42
1. Veintiún siglos han pasado, desde que Mateo escribiera este discurso de la misión de los discípulos de Jesús. Como vimos el domingo pasado y hoy en la continuación del texto, las palabras de Jesús terminan con planteamientos muy radicales sobre las persecuciones que les pueden esperar y, todavía más radicales, con las advertencias sobre probables divisiones que tendrán dentro de sus mismas familias, siempre por causa del Reino. Sin duda que para nosotros hoy, en comunidades cristianas en países como Costa Rica, el panorama que vemos es muy distinto que el que vivía la comunidad de Mateo. Los cristianos, —y más específicamente los católicos en nuestro país no parece que proclamemos un mensaje radical frente a la sociedad vigente que genere persecuciones ni que provoque divisiones al interior de nuestras mismas familias. Todo lo contrario. En nuestro país, la religión oficial es la católica; en el sistema público de educación se enseña una asignatura de religión. Se escuchan protestas si a la hora de juramentarse para un cargo público, se omite el nombre de Dios. Entonces, ¿qué ha pasado? ¿es que la sociedad se ha “convertido” a los valores evangélicos y ya no es necesario predicar y realizar “una reconstrucción, una verdadera recreación de las redes de relaciones humanas, en fraternidad, sobre la base de la solidaridad y la justicia, en las que estas cualidades y no el poder de dominación de unos sobre otros, sean las que configuren la sociedad”? ¿O será, más bien, que la Iglesia no está priorizando ya esas dimensiones esenciales de la Buena Noticia?
2. Si revisamos estudios históricos de las diversas interpretaciones experimentadas por estos planteamientos de la comunidad de Mateo, encontramos que hay quienes afirman que se ha producido a lo largo de los siglos un recorrido que ha modificado el sentido original que apuntaba hacia un horizonte de una sociedad nueva, —el Reino de Dios en última instancia— y se le ha reemplazado por una concepción blanda de una Iglesia que debe limitarse a ser “fermento” dentro de la estructura de relaciones sociales, políticas, económicas y familiares vigentes. Para algún estudioso bíblico, incluso, este “contraste entre el efecto originario del evangelio y la gran trivialidad del cristianismo en la sociedad de hoy constituye, … el verdadero escándalo de este dicho”. (Ver nota).
3. También se afirma que estas enseñanzas y prácticas de las comunidades de Mateo han cedido en la vida de las iglesias ante una “línea de interiorización”, —lo que podríamos llamar una interpretación “espiritualista” del mensaje y la vida de Jesús. Esto explicaría no solo la no priorización de esas dimensiones esenciales del evangelio, sino también el que se vea con suspicacia cuando algún predicador, teólogo o comunidad hablan de las dimensiones políticas del mensaje de Jesús de Nazaret. Pensemos tan solo en el caso relativamente actual del rechazo o “condena” de la Teología de la Liberación.
4. Si la Palabra que recibimos cada domingo apunta a interpelar nuestras convicciones más hondas y nuestras prácticas pretendidamente cristianas, este texto de Mateo que hemos leído hoy está esperando nuestra respuesta personal.Ω
Nota: Ver Ulrich LUZ, El evangelio según san Mateo, tomo 2, Ediciones Sígueme, Salamanca.
Si "Iglesia" es la institución, hace mucho tiempo que debería habersele hecho una desinfección profunda. Si, en cambio, "Iglesia" somos "nosotros", concuerdo totalmente con vos: "este texto de Mateo... está esperando nuestra respuesta personal" y esa respuesta no puede depender de una institución agotada. Aunque sigamos en la "iglesia como institución" el cambio es personal y debería ser tan contagioso como el coronavirus, si queremos que se empiece a sentir el efecto.
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