Lect.: Hechos 5:12-16; Apocalipsis 1:9-13, 17-19; Juan 20:19-31
- Una de las primeras experiencias que tienen los discípulos que les hacer ver que Jesús vive, es la experiencia de ser liberados del pecado y capaces de liberar a otros. Para comprender el impacto de esta experiencia hay que recordar que, para el evangelista Juan, el pecado no es una mancha, ni una caída en una debilidad, sino una actitud de adhesión a un sistema de vida que gira en torno a prácticas de injusticia, opresión. El pecado es ese sistema de relaciones sociales, cuyas prácticas destruyen al ser humano, a sus víctimas, pero también a quien se adhiere a él. Por eso el Bautista, desde que ve a Jesús lo llama “ el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (1:29). Habla del pecado, en singular. Porque se está refiriendo a ese sistema injusto de relaciones sociales, a ese entramado de relaciones que se construye sobre el individualismo egoísta, que conduce a la opresión, que desfigura a los que se adhieren a él, condicionando sus prácticas de vida al orientarlas. Es un sistema también de pensamiento que condiciona y marca a quienes se apuntan a él, a los individuos que se hacen cómplices de la injusticia encarnada en el sistema opresor. Y al mismo tiempo, es un sistema, una armazón, que se consolida con las actitudes y prácticas de los individuos.
- En esta experiencia pascual que se nos narra en el texto de hoy los discípulos caen en la cuenta de que al participar en la vida resucitada del Maestro, su adhesión a él los libera del pecado, es decir, de los vínculos con el modo de vida que se deriva del sistema injusto. Por eso, la experiencia de ruptura con el pecado va ligada al don del Espíritu Santo simbolizado en el soplo que hace Jesús sobre ellos. Es el Espíritu de Jesús el que les permite amar hasta el extremo, generando una práctica de entrega y servicio que rompe la adhesión al sistema egoísta, al mundo injusto.
- Esto no significa que nos saque del “mundo”, al contrario nos ha enviado a estar profundamente sumergidos físicamente en el mundo real, material, pero con el reto de vivir en el mundo sin militar en la dinámica del sistema del mundo que genera ausencia de amor, y con ello, injusticia y opresión (Jn 15: 19 y 2 Cor 10: 3). Podríamos decir incluso que en esas circunstancias el reto es mayor, porque nos plantea luchar por cambiar ese sistema de relaciones injusto para liberarnos del pecado a las personas y a la sociedad en su conjunto, para permearnos de los valores de la Buena Noticia.
- No se trata de una tarea fácil, como podemos verlo, también en el pasaje hoy, cuando lo primero que experimentan los discípulos en la vida con el Resucitado, son las huellas de la pasión de Cristo. Son un recordatorio de hasta dónde lo llevó su servicio al pueblo y la confrontación con los sumos sacerdotes y jefes del sistema teocrático que ordenaron su muerte. Si no es una tarea fácil, lo es todavía menos cuando la pensamos como si se tratara de tareas individuales. Pero no es así. En torno a Jesús lo que deben crearse enseguida son comunidades, unidas a él por la participación en su compromiso con la fuerza de su Espíritu. En esas comunidades lo prioritario es la creación de un ámbito de valores que abra un horizonte desde el cual se vislumbren caminos para erradicar el sistema de injusticia y pecado que continúa marcando la dirección de muchas de nuestras sociedades.Ω
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