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Lavatorio de pies: compromiso con la igualdad y la libertad

Lect.: Éxodo 12:1-8, 11-14; I Corintios 11:23-26; Juan 13:1-15

  1. Jesús había roto con las autoridades político - religiosas del Templo. No por meras razones rituales, ni de diferencias doctrinales de detalle. Rompe con  la manera de ver y de presentar a Dios, tanto de los sumos sacerdotes judíos como de los romanos que divinizaban al César. Rompe, sobre todo, con la práctica de los responsables del Templo que habían montado un andamiaje que les permitía mantener una dominación política y financiera y el control de la propiedad de los principales productos de Palestina —el trigo, el vino y el aceite—, a costas de la pobreza de la mayor parte de la población. Todo ello con la armazón religiosa que los legitimaba, además del respaldo militar de la ocupación romana y sus cómplices locales en Palestina. Jesús, claramente, en la mejor línea profética, denuncia a quienes habían hecho del Templo una “cueva de ladrones” y, en su práctica y predicación, se alinea con los pobres, a quienes promete el Reino; incluye a los excluidos de los beneficios de aquella sociedad, simbolizados por los leprosos y acepta a las mujeres entre sus discípulas, y les da la palabra. Todo este enfrentamiento y ruptura inevitablemente le lleva a la muerte víctima de los poderosos, lo que no es una ofrenda sacrificial sino el acto libre último de su vida de entrega.
  2. La cena con sus discípulos cercanos, que luego las primeras comunidades entenderán que era de despedida, es también la inauguración de una nueva comunidad que ya no va a estar centrada en el Templo judío, ni en la ley. En esta noche, de lo que hoy llamamos Jueves Santo,  el evangelista Juan recurre a gestos y palabras que van a mostrar cuál es el fundamento sólido de la nueva comunidad. Con el extraordinario gesto del lavatorio de los pies Jesús explica cómo se va a construir su comunidad, sobre la base de la igualdad y la libertad como fruto del amor mutuo materializado en servicio. Y, por el mismo gesto, trasluce, revela, la imagen del Dios en el que él cree.
  3. “Él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el extremo” dice Juan.  Y ese “extremo”, en ese momento, no es la muerte, sino algo aparentemente menos radical y más sencillo: amarrarse un paño a la cintura a modo de delantal y lavar los pies a los discípulos, en una tarea que solían hacer para los visitantes, los esclavos, criados y mujeres. El símbolo es claro: del servicio y, más allá, del servicio practicado por quien era llamado “Señor y Maestro”. Es decir, se trata de un acto de servicio que iguala a los discípulos a su propio nivel y dignidad de hijo de Dios. Y que, sacándoles de la condición de siervo subraya también su condición de hombres libres.
  4. Queda gestualmente más claro en qué consiste el mandamiento del amor: no en un mero sentimiento, pasión o de aprecio amistoso, sino en la entrega para que los hijos e hijas de Dios puedan ser y vivir, iguales y libres, como plenamente humanos. Ser hijos de Dios es inseparable de ser hombres y mujeres plenas.  Es con esto que damos gloria a Dios, al contribuir a que el ser humano llegue a realizar hasta el final el proyecto creador.
  5. Y en este mismo episodio del lavatorio del los pies se pone en evidencia otra manera de “entender”  lo que es el Dios en quien creemos. A Dios nadie le ha visto jamás, había dicho el mismo evangelista en el primer capítulo de su libro, pero Jesús, el Hijo del Hombre es la presencia de Dios entre nosotros. Por eso podemos ver sus acciones como las del Padre (10,37). Es Dios mismo el que lava los pies a los discípulos y que nos invita a hacer lo mismo. No se trata ya de un Dios que pide que le construyamos nuevos megatemplos y le rindamos culto espectacular. Es al realizar el amor como servicio a los discípulos donde expresamos al mismo tiempo el amor por el Padre.  El culto a él se identifica en adelante con el servicio al hombre, en amor  y lealtad (Jn 4:23), que será, en los seguidores de Jesús, el único mandamiento.
  6. Esta Semana Santa se encuentra con una Costa Rica afectada por serias divisiones. Al quebrantamiento de la igualdad que ya veníamos arrastrando en las últimas décadas, se ha añadido ahora un enfrentamiento de un nivel que no es el habitual de otros procesos electorales. La mezcla de argumentos religiosos, apodados “cristianos”, con problemas políticos, ha agudizado la fractura de una manera grave (un antiguo historiador de la Iglesia decía que el peor de los odios es el odio de los teólogos, porque identifican a su adversario con el pecado). El mensaje detrás del lavatorio de pies nos abre una senda para superar estas divisiones y las heridas consiguientes. No por la vía de  ignorar infantilmente nuestras diferencias y conflictos muy reales, ni por la distinción simplista entre el pecado y el pecador, sino por la senda que intentaría converger en políticas públicas y prácticas institucionales que permitan avanzar en la línea de una Costa Rica donde el respeto a los derechos de todas y todos, consoliden nuestra igualdad y libertad.Ω

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