Lect: II Crónicas 36:14-17, 19-23; Efesios
2:4-10; Juan 3:14-21
Vivimos en nuestro país unos días “raros”,
al menos en lo que concierne a la Iglesia Católica. “De repente” nos damos
cuenta, —como si la cosa hubiera sucedido “de repente”—, que en cosa de pocas
décadas, la población católica pasó de ser un 93% en 1970, a que en febrero del
2018, solo el 52% tanto de los hombres como de las mujeres, se confiesen
católicas. Mientras que el 26% de las mujeres y el 19% de los hombres se
adscriben a grupos “evangélicos”. Para
mí son días “raros”, porque las voces de alarma en los obispos y sacerdotes
católicos han estado concentradas en la llamada “ideología de género”, pero no
en el progresivo desangramiento de la membresía católica ni, —menos aún—, en
las causas y medios por las que se erosiona nuestra Iglesia y se produce el
avance de los “evangélicos”.
Y, sin embargo, ese avance es notorio. No
solo en la penetración de diversas esferas de la vida social, como ahora en la
política electoral. También en la transmisión de una visión del mundo que,
engañosamente “cristiana”, en realidad tiene muy poco que ver con el Jesús del
Evangelio. Uno de los rasgos de esa
manera de ver el mundo y ver al ser humano (al menos en la versión “tica” del
programa de TV que la difunde) asocia la aparición de problemas económicos, de
desempleo, de violencia intrafamiliar, de acoso sexual, de enfermedades, … a la presencia de “espíritus oscuros” “ y de
brujerías lanzadas sobre las personas, de las cuales deben ser liberados. Se trata de una visión, que se emparenta con
otros mensajes “evangélicos”,
muy de moda en estos tiempos, que hablan de una “guerra espiritual” que habría
que emprender contra “espíritus de tinieblas” presentes en diversos sectores y
lugares de nuestro país, incluyendo el espacio político.
El texto del evangelista san Juan este
domingo nos ofrece una visión esperanzadora que contrasta, por completo con
esos engañosos anuncios que predican los que San Juan XXIII llamaba “profetas de desgracias”. En el texto del evangelio de este 4º
domingo de Cuaresma no solo se insiste en que “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”, sino también se nos hace ver que la responsabilidad de los problemas de la
vida personal de cada uno y de del conjunto de nuestra sociedad, no hay que
atribuirlos a supuestos espíritus maléficos, a “demonios” infiltrados en
nuestra vida, sino a decisiones y acciones realizadas por personas humanas
concretas, individuos y grupos. “Vino la luz al mundo, y los hombres amaron
más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.” Este es un tema reiterativo en el
evangelio de san Juan, quizás su hilo conductor más claro.
Desde el Prólogo del Evangelio (Jn 1) en
adelante, pasando por este diálogo entre Jesús y Nicodemo, se dibuja un
maravilloso cuadro: La Palabra de Dios es fuente de vida y es la luz que brilla
en las tinieblas y las disipa. Y se encarna en ese Jesús de Nazaret que se
declara “luz del mundo”
(Jn 8:12). No le “hace guerra” a las tinieblas, porque estas no son un
adversario “de su nivel”. En realidad, no existen como adversario de Dios, el
mal no tiene entidad propia, se trata de
limitaciones que las personas ponemos a la penetración de la Luz,
limitaciones innegables, que son parte de nuestra experiencia humana, que
acompañan nuestra condición de criaturas imperfectas. De hecho, nuestra
existencia humana está definida por esa interacción entre Luz y oscuridad, — día
y noche, brillo y sombra—, expresiones usadas simbólicamente en los evangelios
porque es difícil expresar de otra manera las contradicciones que a menudo se
producen entre nuestros niveles de conocimiento y de afecto, entre lo que
entendemos que debemos hacer y los apegos que tenemos a prácticas que, en
realidad, obstaculizan nuestra plenitud humana.
La invitación hecha a Nicodemo, de “nacer
de nuevo” nos abre el camino para facilitar el avance hacia esa plenitud
humana la que ya nos dirigimos. Se trata
de disponer nuestro corazón, de no obstaculizar con nuestras inevitables
sombras, el crecimiento gratuito de la Luz, que es Vida, que es la Palabra
hecha carne.
la verdad jorge arturo es que no tengo comentarios, he pensado toda esta semana en que la labor cuaresmal en torno a las reflexiones de la política ha sido las concretas, precisas y las que todo hombre como vos debería hacer. leerte es un honor.
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