Lect. I Reyes 4:8-11,
14-16; Romanos 6:3-4, 8-11; Mateo 10:37-42
- Si nuestra reflexión del domingo pasado nos hacía concluir que el anuncio del evangelio no es para generar aplausos, en el texto de hoy Mateo nos lleva un paso más allá para afirmar que el evangelio de Jesús genera necesariamente enfrentamientos. Esto no implica ninguna contradicción con otras afirmaciones en las que se presenta el mensaje de Jesús como mensaje de amor y de paz. No hay contradicción porque él no está hablando de cualquier interpretación sentimental del amor, ni de una paz que pretenda construirse cerrando los ojos ante las injusticias.
- Jesús habla y practica un amor radical, es decir, que pretende sanar las raíces de los males de este mundo. Pero al colocarse en este nivel, Mateo reconoce que es inevitable que se enfrenten con el mensaje y la práctica cristianas quienes no quieren que se toquen las raíces del sufrimiento que acompaña a la injusticia, la pobreza, y la desigualdad. Para quienes lucran con la situación existente, con una sociedad que, a pesar de todos los discursos “bonitos”, “políticamente correctos”, no está realmente construida para crear condiciones que permitan a todos y todas alcanzar la plenitud humana y con ellos la vida de todo el planeta. Quienes lucran de la situación existente, lo más que pueden admitir de las iglesias son llamadas a dar pequeñas ayudas a los pobres y excluidos, o que realicen obras de beneficencia para acoger a las víctimas y descartados del sistema. Pero no toleran que las Iglesias denuncien las raíces de los problemas y den pasos serios para eliminar los mecanismos generadores de pobreza y desigualdad.
- La radicalidad del mensaje de Jesús aparece planteado en este capítulo 10 del evangelio de Mateo, aunque no es el único lugar de los evangelios donde se deja claro. Pero llama la atención este capítulo por las formas tan chocantes de hablar que pone aquí en labios del Maestro. Formas chocantes a las que quizás por la rutina, por el peso de la costumbre, o por la ritualización de las lecturas bíblicas en la liturgia, las hemos despojado de toda su fuerza. Hay que volver a leerlas con otros ojos para dejarse impactar por ellas. Por una parte, el anuncio de que los enfrentamientos pueden darse incluso al interior de las propias familias, entre padres e hijos; y, por supuesto, al sugerir el enfrentamiento entre el evangelio y los intereses individualistas que solo piensan en salvar la propia vida. Esta ruptura del reino de Dios con el “mundo”, no es algo que Jesús plantea teóricamente; él la vivió en su propia historia: ruptura con su propia familia e incomprensión de parte de sus parientes; renuncia a su estabilidad dentro del clan al que pertenecía, a los bienes y tradiciones sociales. Y es el seguimiento en este conflicto con el “mundo” a lo que llama a sus discípulos a continuar.
- Es igualmente radical el anuncio de que discípulo suyo es quien está dispuesto a compartir su mismo destino, hasta un final simbolizado con la cruz, y que para la comunidad de Mateo, treinta o cuarenta años después de la muerte en el calvario no cabía la menor duda de lo que quería decir. Generaciones posteriores y lenguaje semi religioso popular han banalizado la “cruz” como sinónimo de cualquier dolor o sufrimiento, de enfermedades o incomprensiones. Pero no es ese el sentido en los evangelios, en particular en ese capítulo 10 de Mateo. Aquí se declara que el símbolo de cargar la cruz y seguirlo es sinónimo de la disposición para abrazar ese compromiso de vida por las víctimas de la injusticia, que conlleva el riesgo de concluir con la pérdida de la vida como la perdió Jesús, a raíz de un choque continuado con las autoridades políticas y religiosas de Israel que veían en la práctica y la predicación de Jesús una amenaza a su poder y privilegios.
- Predicar esa radicalidad no puede interpretarse como asumir un llamado a tomar medidas revolucionarias, de lucha política como suelen entenderse a menudo ni, por la vía pacífica luchar por puestos de poder para realizar cambios, y mucho menos el recurso a la violencia. Tampoco equivale, en el otro extremo, a limitarse a cambios interiores en la intimidad de la vida personal, a las dificultades que conlleva la lucha por despojarse del dominio del yo, aunque esto esté incluido en la transformación evangélica personal. Tomar la cruz plantea el debate real, el enfrentamiento con quienes quieren seguir manteniendo el poder y privilegios que impide una estructura de relaciones fraternas y solidarias en la sociedad.
- Si no se trata de esas rutas de acción, ¿a qué apunta la radicalidad de Mateo, leído desde nuestra realidad actual? Pienso que nos abre a la consideración de vivir la radicalidad cuando entramos en comunión con las necesidades e intereses de los pobres, los excluidos, los descartados, las víctimas del sistema. Se trata de realizar el reinado de Dios, no con los medios poderosos y espectaculares de este mundo, entrampados con su misma lógica, sino con “una transformación que se inicia voluntariamente y desde abajo, cuando un pueblo se organiza pacíficamente [de mil maneras y por muy diversas vías] confiando en Dios para compartir sus escasos recursos, y aceptando a [el modo de vida y compromiso de] Jesús en su medio”. Ciertamente la radicalidad evangélica puede estar presente cuando damos pasos firmes, por pequeños que sean, al alcance de cada uno, según el ambiente en que cada uno se mueve y la ocupación que cada uno tiene, en la construcción o adhesión a redes y espacios de fraternidad y solidaridad con los descartados, los excluidos. Este esfuerzo de comunión auténtica y concreta, animado por el Espíritu, por la vida nueva a la que, como nos lo recuerda Pablo hoy en la segunda lectura, es a la que hemos resucitado, es la que terminará por derrocar a los poderes de ese mundo construido de espaldas a la plenitud humana.Ω
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