Lect.: Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11;
Mateo 21: 1 - 11
- Toda la procesión o marcha de “subida” de Jesús a Jerusalén, al menos como la narra Mateo, es un poderoso conjunto de símbolos para expresar lo que Jesús quiere proclamar como síntesis de toda su vida, lo que constituyó la gran pasión de toda su actividad y de toda su predicación: el Reino de Dios. Es interesante pensar que cuando hablamos de la “pasión” de Jesús, aunque el término hace referencia habitual a las torturas previas a su crucifixión, sus sufrimientos, también nos evoca el otro sentido de la palabra “pasión”, menos reduccionista, de contenido más positivo y quizás, más frecuente en el lenguaje cotidiano, es el que alude a ese sentimiento e interés que consume a una persona, un entusiasmo dedicado hacia alguien o algo. Es lo que hace decir que una persona está apasionada por una causa o una relación. La gran pasión que encendió la llama de la vida de Jesús fue su pasión por la justicia de Dios que daría inspiración a realizar una comunidad humana auténtica. “Esta primera pasión de Jesús por la justicia distributiva es la que lo conducirá inevitablemente a la segunda pasión, punitiva, en manos de Pilato.” “focalizarse en aquello por lo que Jesús estuvo apasionado toda su viva, es un camino para entender por qué su vida terminó en los acontecimientos del Viernes Santo” (Así lo hacen ver, los estudiosos Borg y Crossan, en su libro “La última semana”).
- Esta pasión es lo que constituye, por tanto, el tema central de esta que llamamos la Semana Santa y a la que hace referencia el simbolismo de su subida final al Templo. Sube a Jerusalén y se dirige al Templo, montado en un burrito y rodeado de un puñado de campesinos de las aldeas de Galilea. Los evangelistas se inspiran, para interpretar el hecho, en una profecía de Zacarías que utiliza esas figuras literarias. El profeta (Zacarías 9: 9 - 10) habla de un mesías, un nuevo líder para el pueblo de Dios, que entrará a Jerusalén, cabalgando la cría de una burra, signo de sencillez y debilidad. Lo más importante, con su aparente carencia de fuerzas, es que este líder paradójicamente será quien destruya los carros de guerra, las cabalgaduras de combate y los arcos de ataque. Será quien desafíe el poder militar, político y financiero que mantenía la ocupación romana y sus colaboradores locales en Palestina. Será quien, con la sola fuerza de su actitud y práctica pacíficas, y la de la fe y confianza del pueblo sencillo, realmente establezca la paz en las naciones, sobre la base de una nueva forma de convivencia humana.
- Hace un año, en esta misma celebración, hablé de cómo, al mismo tiempo que Jesús llegaba a Jerusalén desde Galilea, tenía lugar un hecho que no lo mencionan los evangelistas: por el otro lado, en otra marcha o desfile, subía a la ciudad el Gobernador Pilato rodeado de tropas y despliegue militar, más que a celebrar las fiestas, a asegurarse de que se guardaría el orden y que nadie se iba a soliviantar. [Para no repetir la reflexión, los remito a volver a leerla, en mi blog de homilías o en mi muro de Facebook]. Hoy solo recojo aquí una observación: notar el contraste entre ambas procesiones resalta provocativamente esa manera de entender Jesús su vida y su misión, desde lo que él entendía como la perspectiva del único Dios, su Padre, frente a la visión de los grupos dominantes de la Palestina de entonces.
- Tener presente esa proclamación que hace Jesús el Domingo de Ramos es de gran riqueza espiritual, para orientarnos en nuestras meditaciones de estos próximos días. Frente al despliegue de poderío romano, y frente al Templo de Jerusalén que representa el sistema de dominación existente, político, económico y religioso, Jesús se atreve a presentar su alternativa como ideal de vida, para su época, para las primeras comunidades cristianas, y para las generaciones posteriores como la nuestra. Evidentemente, el atrevimiento de presentar esta alternativa, que cuestionaba de raíz lo que enseñaban e imponían las élites judías en colaboración con Roma, no podía terminar de otra forma de como terminó, con el juicio y condena a muerte de Jesús. Proclamar esta manera de entender el Reino de Dios, en el propio umbral del Templo, como quien dice en la mera “cueva del león”, era la gota que desbordaba el vaso, ya bastante lleno por los testimonios de Jesús, con una vida de servicio a los pobres y a los marginados por el sistema dominador.
- Al inaugurar esta semana se nos presenta de manera sintética lo que fueron la prioridades de vida de Jesús de Nazaret, y su vigencia para quienes queramos compartir su pasión de vida, el entusiasmo por realizarnos en la vida nueva del Reino de Dios. Sin olvidarnos de que esta opción conlleva, de una u otra forma, consecuencias similares para los discípulos, a las que tuvo el Maestro, si somos coherentes, sinceros y constantes en nuestro compromiso. Por lo pronto, en lo inmediato, este mensaje que nos da el evangelio debería cuestionarnos sobre la manera tradicional de celebrar la Semana Santa, muchas veces reducida a formas externas que pueden ser culturalmente muy válidas (como las procesiones), y a unas prácticas de piedad meramente emotiva, a veces incluso un tanto masoquista o sádica, cada vez menos comprensibles en nuestra cultura contemporánea (como esas expresiones teológicas que hablan de un Dios que entrega a su hijo a la muerte). Ni una ni otras son suficientes, por sí mismas, para lograr nuestra identificación con la pasión por la que vivió Jesús, a lo largo de toda su existencia. .Ω
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