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Domingo de Pascua: dónde encontrar al Resucitado

Lect:  Hechos 10:34, 37-43:  Colosenses 3:1-4; Juan 20:1-9


  1. En cantos y en textos, proclamamos cada año en la Pascua, que Jesús resucitó. Hermoso y esperanzador, pero, ¿qué significado tienen para nosotros los relatos de la resurrección? En el espíritu de la lectura de Pablo que acabamos de escuchar, tenemos que estar claros que este acontecimiento de la resurrección no hace referencia solamente a algo que sucedió a Jesús, hace 21 siglos, y sobre el cual debemos reflexionar. Lo esencial es caer en la cuenta de que hay algo que nos dice de cada uno de nosotros mismos. Si la resurrección de Jesús es la resurrección del hijo del hombre, del ser humano pleno, es, por tanto, nuestra propia resurrección. Es un acontecimiento nuestro, algo que sucede en nosotros. En la perspectiva de Pablo no es algo que nos va a suceder, sino que ya ha sucedido o, al menos, que ya se ha iniciado. Lo proclamó hace un momento, la lectura de la Carta a los Colosenses: “si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está oculta con Cristo en Dios.” Está clara la afirmación de Pablo: ya nosotros también hemos muerto y hemos resucitado, y nuestra vida está oculta en Dios. Pero, ¿qué significa esto? No deja de sonar raro decir que “ya hemos muerto” y “hemos resucitado”.
  2. Parte de la confusión nos viene por el fuerte peso de una tradición o mejor dicho, de una pre-comprensión que hemos heredado, quizás con intención piadosa, pero sin mucho análisis ni fundamento. Ciertamente, sin mucha preparación ni entrenamiento en la adecuada lectura bíblica. Uno de los rasgos de esa perspectiva es el de tomar la lectura de estos relatos  de una manera literalista, como si la intención de los autores fuera la de consignar una serie de hechos históricos, una especie de crónica objetiva de acontecimientos, —a falta de instrumentos de grabación de video y audio como los que disponemos hoy—. De esa manera se olvida que lo importante no son los relatos por sí solos sino su significación. Como lo dicen algunos estudiosos,  se pierde de vista que el énfasis principal es transmitir un mensaje y, por tanto, se cae en un error parecido al que cometeríamos si leyéramos las parábolas de Jesús discutiendo si los personajes de los relatos son reales, en vez de penetrar en el significado de la enseñanza. En esa manera de entender, no es extraño que, cuando se habla en varios de los evangelios del sepulcro vacío o de apariciones de Cristo resucitado, la primera impresión es de que se trata de manifestaciones físicas para confirmar la resurrección. No se piensa que, más bien, puede tratarse de experiencias espirituales personales de los apóstoles que, siendo tan trascendentes, les resulta difícil comunicarlas y ellos apenas aciertan a expresarlas con el lenguaje metafórico de una aparición.
  3. Por ese mismo error, quedándose en la mera lectura “física”, “materialista” de las afirmaciones, no se puede entender lo que dice Pablo en cuanto a que ya hemos muerto y resucitado, como tampoco se entiende los relatos en que se dice que “vieron” a Jesús o “lo tocaron”. En los seis o siete domingos próximos nos detendremos un poco más en los diversos episodios pascuales para tratar de ir hilando un mensaje de conjunto. Por lo pronto, y a manera de guía introductoria, es importante llamar la atención sobre una pista distinta que nos dan los relatos evangélicos, más importante y concreta, más comunitaria y menos subjetiva que las apariciones y que, sin embargo, casi siempre pasamos por alto. En el pasaje paralelo de Marcos (16: 6 -7) a la lectura de este domingo de Juan, leemos “Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho.” Como un detalle sin importancia, el autor de este evangelio más antiguo, nos dice algo que nos permite adentrarnos en el misterio de la resurrección “dígales que vayan a Galilea, que ahí me verán”. ¿Qué quiere decir este encargo? Galilea fue la región donde Jesús empezó y desarrolló su actividad, como lo recuerda hoy Pedro en la lectura de Hechos . “Ir a Galilea” significa entonces, en un segundo nivel de interpretación, que vamos a encontrar al resucitado más bien en lo que fue el ambiente propio de la vida de Jesús en medio de aquellos pueblitos y aldeas, pobres, campesinas y de pescadores. Encontraremos al Resucitado en su trato con la gente sencilla, con los hombres y mujeres,  con los pobres y los excluidos, con los “descartables” que habitaban esa región. Es decir, va a ser identificándonos con su forma de vivir y  de morir, con su forma de relacionarse, como vamos a experimentar a Jesús resucitado. En la medida en que nosotros hagamos nuestro ese modo de vida, ese modo de relacionarnos con los demás, de enfrentar los problemas de hoy día, es ahí donde vamos a tener la experiencia de que Jesús vive.  Cada vez que como él nos preocupemos por los débiles y necesitados, cada vez que rechacemos la violencia que parece dominar este mundo y le opongamos un espíritu de fraternidad y de paz, cada vez que nos unamos a la nueva alianza por compartir y distribuir los bienes de este mundo que son de todos, —de la que hablábamos el Jueves Santo—,  cada vez que abramos nuestro corazón para identificarnos con hermanos que sufren, así sea en tierras distantes, en cada una de esas vivencias, estaremos teniendo experiencia del Resucitado, de que Jesús vive, porque estaremos dejando que sea el Espíritu que lo resucitó quien actúe por medio de nuestras manos, nuestra voz, nuestro esfuerzo. Así habremos muerto a una forma de vida egocentrada y estará nuestra vida oculta con Cristo en Dios. Toda nuestra vida de compromiso dará testimonio de que estamos participando de la vida nueva de resucitados.
  4. No echemos de menos las apariciones de que hablan algunos de los relatos, no pensemos que son las pruebas de la resurrección. Ese no es el sentido de la Buena Nueva Pascual. Démonos cuenta de que Jesús lo que prometió fue que lo encontrarían al volver a la región de Galilea, al retomar su modo de vida. Nuestra “Galilea” es nuestra vida de compromiso con los pobres y excluidos en el mundo de hoy. En ese compromiso es en donde experimentaremos que la vida nueva de Jesús es más fuerte que la muerte y que participando de ella habremos resucitado “antes de morir” físicamente.Ω

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