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3er domingo t.o.

Lect.: Neh 8:2-4, 5-6, 8-10; I Cor12:12-30; Lc 1:1-4; 4:14-21

  1. El documento en que el Papa Francisco nos convoca para celebrar este año como “Año de la Misericordia” empieza así: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret.”  Estas palabras del Papa nos permiten entender,  entonces, el sentido del texto evangélico de hoy. En el momento en que Jesús inaugura su misión, se presenta en la sinagoga de Nazaret como alguien en quien “se cumplen hoy”,  cuatro actividades de misericordia: “anunciar a los pobres la Buena Noticia”, “proclamar la liberación a los cautivos”, “dar la vista a los ciegos”, y “dar la libertad a los oprimidos”.  Ahí se resume la misión de Jesús, su programa de vida.  Si queremos saber en qué consiste lo esencial del ser cristiano, —nuestro propio programa de vida—, ahí nos da la respuesta el relato de Lucas: ser para todos, como Jesús, rostro de la misericordia del Padre.
  2. En la Palestina donde nace el Evangelio miles de campesinos y gente sencilla se veía empobrecida y cautiva de señores poderosos por deudas imposibles de pagarse. Pero además la Escritura considera pobres también a los ciegos,  los oprimidos, los hambrientos, los desolados, los aborrecidos y difamados, los perseguidos y marginados,  los cojos, leprosos, sordos. En resumen, todos los que eran considerados como el desecho de la sociedad, los que eran oprimidos por la manera como esa sociedad estaba organizada y solo podían acogerse a la misericordia de Dios. Hacia ellos tenía que dirigirse de manera privilegiada la misión del enviado del Padre, que es rostro de su misericordia.
  3. Hablando de nuestro tiempo, de la sociedad actual, el Papa Francisco habla a menudo de todos los que sufren y de los que sufren más, los que él llama los “descartables” de la sociedad. Recalca cómo Jesús,  viendo la multitud de personas que lo seguían y que estaban cansadas y extenuadas, perdidas y sin guía, se sintió desde lo profundo movido por la misericordia.  Y luego de hablar de lo que caracterizó la vida de Jesús, en unas frases extraordinarias añade el Papa: “Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia.”
  4. La segunda lectura de hoy, de la 1ª carta a los Corintios, nos da Pablo una razón más para entender por qué la misericordia deba ser la  actitud normal de todos nosotros ante los dolores, los problemas y angustias que viven todos los seres humanos: en un solo Espíritu todos formamos un solo cuerpo y, por eso, cuando un miembro de ese cuerpo sufre, sin excepción, todos los demás sufrimos con él. Por eso, también dice Francisco que la misericordia es la “viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”. Y el “lema” de este Año Santo  es “misericordiosos como el Padre”. Por lo demás, debemos descubrir la relación existente entre justicia y misericordia. No pensemos que se contradicen entre sí, sino que son dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar la plenitud del amor. La misericordia da lugar a que la práctica de la justicia no quede reducida a un mero legalismo, que se vuelva humana. Participar en una eucaristía como esta que estamos celebrando debe reafirmarnos a cada uno de nosotros a desarrollar nuestra capacidad de ser misericordiosos como el Padre.Ω

Comentarios

  1. ¡Qué límite delgado entre lástima y compasión con misericordia!

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