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Fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles


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Lect.: Eclo 24:1-2, 5-7, 12-16, 26-30; Gal 4: 4-7; Jn 19: 25 - 27
  1. Las fotos de la Romería a Cartago de este año nos muestran, como siempre, los gestos de dolor, de solidaridad, de esperanza, de miles de personas que cargan sus enfermedades, sus desorientaciones, sus agradecimientos hasta el Santuario Nacional donde se halla la Imagen de la Negrita. Son expresiones de muchos siglos de devoción popular a María, en múltiples advocaciones y títulos. Pero, ¿cuáles son las raíces evangélicas de toda esta devoción? Las encontramos en muy breves líneas de los evangelistas y este domingo, en concreto, en un texto del cuarto evangelio. Ahí, al pie de la cruz, se encuentran unas pocas mujeres y el discípulo a quien Jesús amaba. Jesús ve junto a éste, a su madre y les dice aquellas palabras que se nos repiten desde entonces en nuestra memoria: "«Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.»"
  2. Cabe leer este relato de manera literal, y ver el sencillo gesto de un Jesús moribundo quien, en sus últimos momentos, se preocupa del futuro de su madre viuda y ahora sin el apoyo de su hijo. Un último gesto de responsabilidad, sin duda, en una sociedad machista donde las viudas padecían abandono frecuente. Pero el evangelista Juan nunca se queda en los hechos simples y siempre va más allá, leyendo el contenido simbólico, intenso, de cada acontecimiento y cada acción. No es un simple relator o cronista sino que es un maestro espiritual para la comunidad a la que dirige sus escritos. ¿Qué quiere Juan que descubramos en este episodio?
  3. A lo largo de todo este evangelio ha tendido un hilo conductor que empezó a desenrollar con el diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo. La vida cristiana es un proceso para nacer de nuevo y no importa si se es joven o viejo para alcanzarlo, sino que depende de ser capaz de escuchar la voz del Espíritu, que sopla donde quiere y que no sabes de dónde viene ni a dónde va. Es decir, que el que nace de lo alto es quien emprende una larga jornada, de toda su vida, a menudo en medio de incertidumbre, pero que llega con fidelidad en la entrega hasta el final de su vida. Precisamente en este momento, al pie de la cruz, el evangelista muestra este grupito pequeño que ha sabido llegar con Jesús hasta el final. Son unas pocas discípulas mujeres, la madre de Jesús y el discípulo a quien Jesús amó.
  4. Prácticamente todos los comentaristas de este texto destacan, entre otras cosas, un rasgo curioso: el evangelista no menciona por su nombre ni a la Madre, ni al "discípulo amado”. Recordemos brevemente que esto sucede a lo largo de todo el cuarto evangelio.Cuando habla de la madre, nunca la da su nombre de María. Y en las ocasiones en que se refiere al “discípulo a quien Jesús amó”, —aunque a lo largo del tiempo, diversas devociones e interpretaciones posteriores pensaban que se trataba de Juan o de María Magdalena—, en realidad el evangelista nunca le da un nombre, para él se  trata simplemente del "discípulo amado”.  Esto hace pensar en que el evangelista no está hablando de una figura concreta sino, sobre todo, de una figura que simboliza a todo hombre o mujer que al escuchar la Buena Nueva da el paso adelante para nacer de nuevo, empieza la larga romería de su vida y no  abandona su compromiso sino hasta cumplirlo con la entrega final de la muerte, representada en la cruz.

  5. Y allí, en el calvario, cuando la mayoría de los discípulos ya habían desertado por miedo o falta de convicción, como merecedora concreta de ese título de “discípula amada”, está la Madre, porque ella también ha sido fiel para llegar hasta el final. Y si la acompaña alguien más en la conclusión de esa romería, son unas pocas mujeres, también discípulas amadas, llenas de la fortaleza que les faltó a los discípulos masculinos. Pienso que identificarla como “Madre” en este gran final, en vez de emplear su nombre de María, es evocarle los grandes momentos de su recorrido ligados a su maternidad y, sobre todo, resaltar que quien está colgando de la cruz no es ningún ser sobrenatural, fantasmal, sino un “nacido de mujer”, como le llama Pablo, y que ese cuerpo recibido de ella,  como dice Francisco en su última Carta Encíclica, hereda y comparte la misma sensibilidad de María, la que puede llorar con el corazón traspasado la muerte de los inocentes, y compadecerse del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano. Esa misma sensibilidad le pedimos a la Negrita de Cartago, que nos ayude a desarrollarla en lo que aún nos queda de recorrido en la romería de la vida de cada uno.Ω


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