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19º domingo t.o.

Lect.: I Reyes 19,4-8;  Ef 4,30-5,2;
 Jn 6,41-51


  1. Contrario a lo que estamos acostumbrados a pensar,  este capítulo 6 de Juan, sobre el pan de vida,  es de difícil lectura, teniendo en cuenta su denso lenguaje simbólico y el contexto en que se escribe. Sería  fácil pensar que se trata de una evocación de la Eucaristía, como se cree popularmente, pero los estudiosos bíblicos concuerdan en que esta no es la intención primera del evangelista. Más se complican las cosas cuando los liturgistas deciden introducir el capítulo para meditarlo en las celebraciones de 5 domingos seguidos, rompiendo la secuencia de lecturas del evangelio de Marcos que corresponde a este año. Para colmos, tuvimos que interrumpir su lectura el domingo pasado en Costa Rica, por celebrar nuestra patrona la Virgen de los Ángeles, cuya liturgia incluía otras lecturas muy distintas. Así las cosas, permítanme un intento para ayudar a nuestra reflexión dominical, aportando dos muy breves reflexiones introductorias, casi marginales, que no entran a toda la riqueza del mensaje. Ambas giran en torno al uso de la metáfora de la comida y del pan para hablar de nuestra relación con Jesús y con la Buena Noticia.
  2. Lo primero que atrae nuestra atención es que esa misma metáfora venía siendo utilizada desde el Antiguo Testamento. El maná del desierto era, ante toda, una figura de la Ley, de la Palabra de Dios y de la Sabiduría que eran vistas como alimento para el pueblo de Israel. Algo tan cotidiano como la comida, como los alimentos, cuando los referimos a la vida espiritual, nos ofrecen de inmediato dos rasgos bastante evidentes que nos dicen mucho de cómo se desarrolla esa vida espiritual. Lo primero, es la finalidad de todo alimento: su propósito es darnos vida. Lo segundo, es hacernos ver que para tener vida, los seres humanos tenemos una gran dependencia de todo el resto de la creación. No podríamos vivir ni un solo instante, ni podríamos haber sido concebidos, sino fuera por los dones que recibimos continuamente de los animales, las plantas, los minerales con los que formamos una sola realidad, una sola comunión. Es precisamente esta realidad una idea clave en la última Carta Encíclica “Laudato si”, del Papa Francisco: constituimos una sola cosa con la tierra, con la naturaleza, con este planeta que es nuestra Casa común, nuestra hermana y nuestra madre y de ahí el llamado del Papa a vivir de tal manera que no solo no hagamos daño a la naturaleza entera sino que seamos corresponsables de su liberación y  plenitud.
  3. Ahora, en el evangelio de Juan, es la vida y muerte de Jesús, lo que se explicita como pan, como comida y bebida, en alimento para nuestra realización personal plena, de todo el mundo, no solo del pueblo de Israel. No olvidemos que cuando la mentalidad judía en esa época habla de “carne y sangre” se refiere a la persona en su integralidad. Por eso, comer el “cuerpo y sangre" de Jesús es hacer nuestra su vida entera. Como los alimentos materiales mismos, también la forma de ser, de vivir y morir de Jesús al ofrecérsenos como alimentos, nos hacen ver también que nuestra realización plena de vida depende de lo que recibimos de fuera de nosotros mismos, de la comunidad humana, de la comunidad natural que es toda la tierra de la que somos extraídos, y de una forma de vivir, la de Jesús, que transparenta la presencia de la divinidad en lo hondo de la creación. 
  4. Pero por supuesto, para que la vida, la muerte, la palabra y  las acciones de Jesús sean alimento para cada uno de nosotros, a semejanza de los alimentos materiales, tienen que ser asimiladas, apropiadas, hechas personales por cada uno de nosotros. No se trata de nada mágico ni automático sino, como lo reflexionaremos  en los próximos dos domingos, de un proceso en el que debemos empeñar nuestra voluntad, nuestra libertad y nuestra disponibilidad para recibir lo que se nos da como don gratuito: una forma de vida que nos abre a la plenitud.Ω

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