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22º domingo t.o.


Lect.: Deut 4, 1-2. 6-8; Sant 1, 17-18. 21b-22.27; Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

1.    Como es normal, la lectura de textos que tienen milenios de antigüedad, nos hacen enfrentarnos con culturas muy diferentes de las nuestras, con costumbres que nos suenan extrañas, a veces incluso ridículas o divertidas, pero en todo caso, chocantes, fuera de lugar para nuestra época. Acordémonos, por ejemplo, de la lectura de san Pablo el domingo pasado, en la que veía las relaciones matrimoniales con un filtro machista, típico de esa época, y acababa presentando en su ideal de familia, un comportamiento de la mujer, dócil, sometida, al varón. Hoy, en el texto de Marcos, nos topamos con otra visión, que nos resulta también ajena a nuestra cultura actual, en Occidente, al menos. Es la visión judía de hace 21 siglos, y más antigua aún, en la que se mezclaban costumbres prácticas, de carácter higiénico con un respaldo religioso. Se le daba carácter sagrado a las prácticas de lavarse las manos, posiblemente para lograr que poco a poco aquel pueblo sencillo fuera aceptando acciones que no entendían todavía como de beneficio para la salud. Pero hoy día a ningún papá o mama se le ocurriría  enseñar a sus chiquitos la buena costumbre de lavarse las manos antes de comer, diciéndoles que es una forma de respetar a Dios. Se les diría directamente que es para evitar contaminarse con gérmenes que pueden ocasionarles enfermedades.
2.    Los judíos convirtieron esas y otras costumbres propias de ellos, primero, como una forma de guardar su propia identidad pero, muy pronto, como una forma de excluir a otros. De ahí que no permitían comer en la misma mesa a los que llamaban “impuros”: no solo a los que no se lavaban las manos, sino más ampliamente, a los pecadores, a los enfermos, a los paganos.  Jesús no contradice, por supuesto, que sea bueno lavarse las manos. Lo que niega, en primer lugar, es que esto tenga un carácter religioso que condicione la relación con Dios. En segundo lugar, a nivel más profundo, niega la tendencia a convertir las propias tradiciones, la propia manera de entender los valores y la propia identidad en muros de separación con otros sectores sociales, con otros pueblos. Menos aún cuando esos otros grupos y sectores son más pobres, más débiles, más necesitados que el propio. Así vimos en los cinco domingos anteriores, que la Cena del Señor Jesús la quiso como un poderoso signo de comunión de todos los seres humanos, una gran parábola de lo que fue toda la vida de Jesús, marcada por su entrega, por su disposición a compartir todo lo que era, incluso a dar la vida en el servicio a todos. 
3.    Participar en la Eucaristía es un compromiso de no aceptar y derribar los muros que nos dividen y separan a los seres humanos. A veces son muros físicos: como el que el ex presidente Bush levantó entre México y EE.UU., para evitar el ingreso de inmigrantes centroamericanos y mexicanos sin papeles; o el muro que los gobiernos españoles mantienen en sus territorios de Ceuta y Melilla para impedir el paso de emigrantes pobres de regiones africanas; o el muro que Hungría acaba de levantar para impedir el paso de emigrantes sirios y otros, que huyen del terror de la violencia en sus países. Otros son muros legales como la ausencia  de disposiciones que permitan la acogida en Europa a miles de emigrantes que mueren incluso en sus intentos de alcanzar mejores condiciones de vida que tienen los países ricos. Y, en Costa Rica,  podríamos preguntarnos, ¿acaso tenemos muros de separación?, ¿no es  cierto que vivimos bastante el espíritu eucarístico de comunión? Es el momento de revisar si hay algún tipo de "muros de separación" que esté causando el crecimiento de la desigualdad en el país y arrinconando más a los más pobres y separando a quienes gozan de más beneficios de la riqueza del país. Es el momento de revisar también si los prejuicios, unas formas tradicionales de ver el mundo, son muros que nos separan de grupos de población diversa, con una identidad sexual distinta, o con formas distintas de valorar las relaciones humanas.  Repitámoslo, participar en la Eucaristía es un compromiso de no aceptar y derribar los muros que nos dividen y separan a los seres humanos.Ω

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