Lect. (en C.R.) Daniel, …
Lc 7: 11 - 17
1.
Sabemos que el milagro que hoy nos narra Lucas, como todos los milagros que
leemos en los evangelios sus autores nos los presentan como señales o signos de que en Jesús de Nazaret
se nos manifiesta la humana plena, en unidad profunda con la divinidad. Las
curaciones de los ciegos, de los paralíticos, de los mudos y sordos, el
levantar de su lecho de muerte al hijo de la viuda, o a la hija del centurión
... sabemos que en lenguaje e imágenes del A. T., no son relatos literales,
sino formas de decirnos que el Reino de
Dios, el encuentro con el Padre lo
encontramos en Jesús y en quienes viven la vida de desapego, de servicio y
solidaridad que vivió Jesús. Decir esto es maravilloso y aparentemente
increíble. Porque equivale a decir que
continuamos recibiendo vida y vida plena de alguien que fue crucificado y murió
hace veintiún siglos. Increíble, pero
no es sino la realización de lo que
Jesús había afirmado con total confianza: si el grano de trigo que cae en
tierra no muere, se quedará solo; pero si muere dará fruto abundante (Jn 12.
24).
2.
Esta mañana recibí de un querido amigo, que ahora está, una vez más,
delicado de salud, un correo de saludo en esta conmemoración de hoy, de los
fieles difuntos. Y no era una broma suya, a pesar de que las gasta a menudo.
Era un saludo muy serio, a pesar de ser poco usual el celebrar como
fiesta el día de difuntos. Pero me hizo pensar en lo apropiado de la
celebración. No se extrañen en lo que voy a decir: en cierta manera en el día de difuntos conmemoramos lo que
cada uno de nosotros es. Nada de lo que yo soy o cualquiera de Uds tendría
realidad si no lo hubiéramos recibido de
muchos granos de trigo que cayeron en tierra y murieron y continúan dando fruto
en mí, en nosotros. Nuestras mamás, papás, abuelos, amigos, formadores,
quizás incluso hijos o hijas que murieron, siguen dando fruto en nuestra vida
actual, un fruto, incluso, que muy
probablemente ellos no previeron ni imaginaron. La plenitud de vida que
recibimos de Dios, la recibimos no en un paquete postal descendido
express del cielo, sino por medio de lo
que muchas personas nos entregaron de su propio ser. Siguen dando fruto en
nosotros.
3.
Recordar a nuestros difuntos y difuntas en este día especial, no solo es
una cariñosa nostalgia. No solo es una muestra de aprecio. Es, sobre todo, un agradecido reconocimiento de que los frutos
de sus vidas prolongan su presencia en nosotros. Somos lo que ellos nos
dieron y que ahora nosotros podemos y debemos seguir compartiendo. También a
cada uno de nosotros el Evangelio nos advierte que el grano de trigo que es
cada uno de nosotros si no queremos quedarnos solos y estériles, debemos caer
en tierra y morir, primero desprendiéndonos de lo que es superficial y recubr
lo que verdaderamente somos y, al final, entregándonos en la muerte como don
supremo. Sabiendo que no es nuestra popularidad, nuestras posesiones, nuestros
títulos, ni siquiera lo que hacemos o producimos, sino lo que somos auténticamente, lo que da fruto para que muchos otros
puedan también tener vida en abundancia, aún mucho después de que hayamos
concluida nuestra existencia terrenal. Ω
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