Lect.: Eclo 3, 17-18. 20. 28-29; Hebr12, 18-19. 22-24 a;
Lc14, 1. 7-14
- A nivel popular, y con sentido de humor, a veces decimos que todos o muchos nos comportamos de manera distinta según “la camiseta que tenemos puesta”. Así, podemos decirle a un amigo, “con vos no se puede hablar objetivamente de fútbol, porque siempre andás con la camiseta de liguista, o florense, y todo lo ves de ese color”. O en otros casos, “imposible discutir con vos de problemas del barrio o del país, porque nunca te quitás la camiseta de liberacionista o de paquista, y solo ves lo que te conviene. De hecho, todos tenemos una “colección de camisetas” y funcionamos conforme a cada una de ellas, según la que tenemos puesta y a menudo sentimos que tenemos que decirle a la persona con la que hablamos: ¿con cuál camiseta está Ud. hablando?, para saber como tratarla. Porque podemos aparecer para algunos como el hijo de doña fulana, que era la enfermera del barrio, o la dueña de la pulpería; o como el maestro del pueblo, o como el padre de misa de 6, o el licenciado fulano de tal, y por ahí sigue la lista. Es algo normal, pero también es fuente de problemas. No es raro que por tener tantas camisetas, o por estar demasiado apegado a unas de ellas, ya éstas nos han tragado, y han hecho desaparecer lo que realmente somos. Debajo de tanto “chuica”, ya cuesta descubrir nuestra identidad verdadera y profunda.
- El problema parece ser muy viejo en el ambiente cristiano, porque ya Lucas lo discutía con su comunidad. Y de ahí vienen las parábolas de hoy y la llamada a comportarse con humildad —“humillarse” no hay que tomarlo en sentido negativo, sino como equivalente a tener humildad y tener humildad equivale a comportarse según la verdad de lo que cada uno es y no a lo que cada uno se cree ser, por la cantidad de títulos, de plata, de propiedades o de chunches o incluso de conocimientos que posee, —en el fondo, por la colección de camisetas que usa para que la sociedad lo reconozca.
- Para el evangelio, detrás de todas las apariencias solo hay una identidad que vale la pena y que todos compartimos. La buena nueva es precisamente esa noticia: que todos somos hijos del mismo Dios, que compartimos por igual esa vida divina y de ahí que el comportamiento más valioso que podemos tener es el comportamiento de hermanos y hermanas con todos los otros hijos e hijas, que son todos los demás, sin excepción. Para Jesús, en especial, los pobres, los excluidos.
- La imagen que usa hoy Lucas, la del banquete, representa el banquete del Reino, la plenitud de vida y comunión con Dios a la que somos llamados. Y no podremos entrar ahí, pretendiendo ocupar puestos por imaginarios méritos, condecoraciones o títulos. A la puerta del Reino habrá que quitarse todas las camisetas y despojarse de todo lo que nos impide brillar como hijos y hermanos que es lo único que vale la pena. Y eso no se improvisa, no podemos dejarlo para el último momento. Es tarea esencial de nuestro vivir hoy ese descubrimiento de lo que realmente somos y para ello, esas renuncias a todo lo demás.Ω
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