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26º domingo t.o., 30 septiembre de 2012


Lect.: Núm 11, 25-29; Sant 5, 1-6; Mc 9, 38-43. 45. 47-48

  1. Vivimos en una sociedad cada vez más pluralista, en lo político, en lo cultural y, también, en lo religioso. En parte, por la dinámica misma globalizadora, sobre todo por el acceso a la diversidad que nos permiten los medios de comunicación. Esta realidad progresiva no la borra el hecho de que en la Constitución Política se declare el Estado costarricense confesionalmente católico. Es comprensible, entonces, que esta misma realidad nos plantee, mucho más que antes, el desafío de nuestra identidad cristiana. ¿En qué consiste? ¿Cómo la fortalecemos? Y aquí aparece, de nuevo una pluralidad de posiciones: desde la de quienes se despreocupan del tema, en una actitud relativista extrema, hasta los que quisieran casi imponer una “santa cruzada” para impedir que se hable, publique o permita nada que pueda afectar los “sentimientos religiosos” de la llamada “mayoría católica”. ¿Cómo decidir cuál deba ser la actitud a asumir? Nada fácil, sobre todo considerando tanto el peso de largas tradiciones conservadoras, como el riesgo que puede presentar una nueva cultura para los valores cristianos.
  2. Y aquí, una vez más, viene el evangelista Marcos en nuestra ayuda con el texto de hoy que refleja una situación de conflicto entre comunidades cristianas que apenas empezaban a constituirse.  La Iglesia de Juan ha identificado a “uno”, que echaba demonios en nombre de Jesús, y se lo han querido impedir “porque no es de los nuestros”. Parece reflejarse aquí la persistencia de aquella actitud ya criticada en domingos y textos anteriores,  coloreada por el interés de grupos de discípulos  en “llegar a ser los más importantes”, en tener los “primeros puestos”. Ahora, la misma tentación se disfraza en el intento de monopolizar las acciones poderosas de Jesús. Y adopta la posición de convertirse en un grupo para controlar quiénes pueden vincularse a Jesús y quiénes no. No es sino otra manera, más indirecta quizás, de ostentar poder.
  3. Pero la comunidad de Marcos no teme entrar en conflicto con la de Juan por defender lo que ve como más afín al servicio al Reino. Evoca entonces las palabras del Maestro, “el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” y con ello nos ayuda a clarificarnos sobre nuestra identidad cristiana, sobre lo que significa estar “dentro o fuera” del movimiento de Jesús. La prioridad es clara. “Estar con Jesús” no consiste en un asunto de membrete, de logo, ni siquiera de adscripción formal a un grupo eclesiástico determinado. “Estar con Jesús” es estar con su proyecto constructor del ser humano, es realizar acciones que libere a las personas de todo “espíritu impuro”, es decir, de todo poder deshumanizador. Independientemente de que se esté o no afiliado a "nuestro grupo". En el texto del domingo pasado los niños, por sí mismos y como símbolo de los más débiles y excluidos, aparecían como centro del interés de la comunidad cristiana. Sigue subrayándose la idea de que la identidad cristiana se define por el servicio a quienes son el centro del mensaje de Jesús.
  4. Perder de vista este mensaje lleva a priorizar como señales de identidad a cosas muy secundarias. Peor aún, genera pronto una actitud  de secta y la intolerancia sectaria típica en busca constante de “enemigos no católicos”; son reacciones que se confunden con pasmosa facilidad, con “la valoración de lo propio” y con “el celo apostólico”, con “la defensa de Dios” (¡!), cuando son, de hecho, su contrario.  En tiempos como estos, en un país como Costa Rica con sus debates sobre las guías sexuales, o sobre un producto literario del Ministro de Educación, las celebraciones eucarísticas de las comunidades cristianas, son espacios adecuados no solo para recuperar el sentido de las enseñanzas evangélicas, sino para que el ambiente de oración, comunión y compromiso ayude a purificar el peso de tradiciones que paralizan la Buena Noticia.Ω

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