Lect.: Isaías 50, 5-9 a; Sant 2,
14-18; Mc 8, 27-35
- Ante una expresión tan radical del mensaje de Jesús, como la que da Marcos, en el texto de hoy, hay dos maneras de escaparse, que a menudo utilizamos, quizás de modo inconsciente. La primera es comentar casi escandalizados, lo cortos de entendederas que eran Pedro y los demás apóstoles. No es la primera vez que yo mismo he dicho: “increíble que los Doce, ya con cierto tiempo al lado de Jesús, todavía no le entiendan”. No esta mal. Pero cuando reaccionamos así nos olvidamos o no sabíamos que el evangelista Marcos, no está polemizando con Pedro y compañeros, que habían vivido décadas atrás. Está en alegato con el “Pedro y compañeros” de su época. Es decir, con la Iglesia naciente, a la que se dirige. Con la forma como esta se va configurando, en algunas cosas, dando la espalda a Jesús como Marcos lo ve. La pelea de Marcos, entonces, no es con los discípulos del pasado, sino con la Iglesia del presente, que él conoce, que demasiado pronto se ve tentada por el poder, por el protagonismo, en ese momento bajo el ropaje del “mesianismo triunfante” tomado de la tradición israelita.
- El segundo intento de escape de este texto tan radical es cuando caemos en una hermosa retórica y decimos algo así como: “es cierto, el evangelio nos pide seguir a Jesús tomando la cruz, es decir, disponiéndonos a morir por él”. Creo que es un gesto nuestro hermoso pero retórico, porque la mayoría de nosotros, en circunstancias normales, en Occidente, no estamos en ningún peligro de muerte por ser cristianos. Ni siquiera en riesgo de persecución, —pese a las actitudes de quienes andan “descubriendo” por todas las esquinas conspiraciones “anti – católicas”. Lo que el evangelista está reprochando al “Pedro” de su época, a los nuevos cristianos que se van agrupando en Iglesia, es que pretendan llamar “seguimiento de Jesús” a lo que no es si no un seguimiento de un proyecto personal, egocentrado, pero que no es más que el interés más o menos disfrazado de “salvar su alma”, es decir, su propia vida de manera individual.
- En la construcción de ese diálogo entre Pedro y Jesús, que nos presenta el texto de hoy, Marcos enfrenta dos maneras muy distintas, religiosas las dos, de entender el seguimiento de Jesús. Una, representada por Pedro, arropada en la confesión mesiánica, es decir, que parte de darle al maestro el grandioso título de Cristo, de Ungido, pero entendido convencionalmente, para construir una iglesia no muy distinta del colectivo del Templo, en torno a una jerarquía poderosa, que pretende construir el que creen como “proyecto de Jesús” sobre la base de las propias fuerzas, de la imposición de pensamiento, de las habituales tretas humanas que acaban en dominación de los más débiles, en exclusión de muchos, acabando en “grupos selectos”. La otra, que es del Jesús de Marcos, se enfrenta a la anterior calificándola sin ambages como proveniente de Satanás; no rechaza el título de Mesías, pero lo reinterpreta en clave de Hijo del Hombre, en clave de un seguimiento de quien es capaz de perder, de “morir” a todo el “triunfo” personal o grupal, con tal de que salga adelante el proyecto de la buena nueva de la mesa compartida, de la comunidad universal, de la vida abundante para todos.
- Pensar en ese tipo de reto sí es, todavía hoy, realista y relevante para la mayoría de nosotros. Escoger el camino de ese proyecto que le recuerda Marcos a la Iglesia de su tiempo, de su entorno, ese sí implica un “riesgo de muerte”, la muerte al intento de construir, ganar, la propia vida, la propia espiritualidad, sobre la base del yo interesado, que todavía sueña solo con salvación en términos individualistas. Aún más, supone la muerte, la renuncia a intentar los objetivos del evangelio por medio de la fuerza, de la violencia, del ejercicio de cualquier tipo de poder o imposición. Pero evangélicamente de esa “muerte” depende “ también ganar la propia vida”. Ω
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