Lect.: Is 50,4-7 ; Sal 21 ; Flp 2,6-11 ; Mt 26,14-27,66
1. No sobra preguntarse
qué es lo que conmemoramos esta semana que iniciamos hoy. Podría decirse
que la respuesta es obvia, que celebramos la pasión y muerte de Jesús, como lo
han hecho los cristianos por siglos, y nosotros mismos por años. Pero la
pregunta importante no es sobre los eventos que recordamos, en sí mismos, sino
sobre lo que significan. Hay que preguntárselo otra vez, si es que ya lo hemos
hecho antes, para poder vivir estos días de manera consciente y madura. Y no
rutinariamente, por simple repetición. Y hay que preguntárselo porque, como
mínimo, llama la atención celebrar un sufrimiento y una muerte presentadas, por
lo demás, a menudo, de manera tan cruenta y hasta morbosa.
2.
Evidentemente no podemos poner la muerte y el dolor
como objeto de fiesta. Resultaría muy extraño, contradictorio, sobre todo para
quienes creemos en un Dios autor de la vida, del amor, de la alegría. Y, sobre
todo, si cabe, tratándose del maestro de nuestra espiritualidad. Qué es,
entonces, lo que conmemoramos y celebramos? Podemos responder diciendo que
celebramos la culminación de una vida de amor y fidelidad, vivida de tal manera
que se puede llegar hasta el dolor y la muerte sin claudicar, sin echar para
atrás. Toda la vida de Jesús, como lo muestran los evangelistas, se traduce en
inagotables actos de amor, solidaridad y servicio, en fidelidad no a una
religión formalista y superficial, corrompida por el apego al poder, sino en
fidelidad al Dios que privilegia a la persona humana, hecha a su imagen y
semejanza, por encima del templo material. Esto es lo que vivió Jesús hasta el
final y que se ganó el odio de los sacerdotes y dirigentes políticos que se
veían amenazados por el testimonio y mensaje de Jesús.
3.
Este es modelo de vida que celebramos esta semana. Y
que lo celebramos porque, obviamente, queremos abrazarlo con lo mejor de
nuestras capacidades y del espíritu que habita en nuestros corazones.Ω
¡Y lo difícil que resulta abrazar esa manera de vivir! Vivimos tan adheridos a las estructuras de poder. Nadie quiere soltarse de ellas, porque soltarse es casi un suicidio social... Por eso tu homilía nos viene perfecta en este tiempo, porque nos invita a una reflexión madura y profunda de lo que realmente significa esta fiesta y nos reta a preguntarnos a nosotros mismos si realmente somos capaces de tan siquiera intentarlo. Muchas gracias.
ResponderBorrarGracias, Anabelle. De acuerdo. Lo más doloroso, claro está, en la Iglesia, que debería ser una comunidad de servicio fraterno. Como dice el viejo dicho, las estructuras de poder en la iglesia le pegan "como a un santo un par de pistolas".
ResponderBorrarLa homilía compartida este domingo, resulta de gran interés, en razón de que nos ilumina un camino profundo de conocimiento, y no sencillamente una formalidad cargada de ritos,muchas gracias, por compartir con nosotros, e intentaremos vivir esta semana santa, con este pensamiento.
ResponderBorrarRosario, qué bueno que sigues compartiendo incluso a la distancia. Ese reto de descubrir y seguir ese camino de conocimiento es clave. Hasta el templo y los ritos podrían ayudar instrumentalmente pero, lamentablemente, no lo hacen cuando sustituyen lo que realmente importa, las personas, los seres vivos.
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