Lect.: Hech 3: 13-15. 17-19; 1 Jn 2: 1-5; Lc 24: 35 –
48
1. Me
llama poderosamente la atención el modo como un comentarista titula su
reflexión sobre los textos de hoy: “¡Los discípulos han resucitado!” Y, sin
duda, los rasgos de ese acontecimiento son los que se destacan en las lecturas
pascuales. Se ve cómo esos pobres y
sencillos hombres pasan del miedo a la alegría, cómo se inundan con la paz
prometida cómo se les abren sus inteligencias, como entienden ahora las
Escrituras, cómo son capaces de pasar de la pasividad religiosa a asumir una
misión de anunciar una buena nueva de perdón y reconciliación. En definitiva,
se les cambió la vida, pasaron a una vida nueva.
2. Sin
duda que toda esa transformación va ligada a la experiencia de Jesús
resucitado, pero la descripción de lo que eso significa escapa a lo que se
puede normalmente captar y describir con los sentidos. Si los evangelistas
utilizan expresiones tan materialistas como palpar, ver las heridas, comer
pescado… solo lo hacen para insistir en la, —para ellos—, indiscutible realidad
de esa experiencia de Jesús vivo. No tenían otra forma de expresarlo, como no
fuera con esos signos habituales de vida —tocar, escuchar, comer… Así como no
tenían otra forma fuera de la referencia a la Escritura judía, para legitimar
lo que había sucedido. Pero, al mismo tiempo, sin preocuparse mucho por la
coherencia, dejan claro que a Jesús ahora lo experimentan no como “cuando estaba con ellos,” sino de una
manera muy distinta, como por su parte lo afirmará también Pablo en sus cartas.
No se atreven ni pueden describir los evangelistas lo que ha significado la
resurrección de Jesús, salvo por las consecuencias de transformación en los
discípulos. Y esta es espectacular.
3. Está
claro que esa vida nueva, a la que han renacido, les permite conocer y actuar
como lo hacía el propio Jesús. Viven de tal manera su palabra que pueden
afirmar, como dice la carta de Juan, que el amor de Dios ha llegado en ellos a
su plenitud. Y está claro también que “vivir esa palabra” no es una actitud
intelectual, de profesión de doctrinas y leyes, sino un dejar irrumpir la vida
de Jesús en la propia, quebrando el aislamiento individualista fruto del engaño
y de la inseguridad sobre lo que uno mismo es. La experiencia de la
resurrección, —puede adivinarse en estos textos—, es experimentar una presencia
de la que no estamos separados, de la que se forma parte, como forman parte
también todos los demás. Como decíamos el domingo pasado, la experiencia de la
resurrección es la experiencia de la profunda unidad que se da
entre nosotros cuando experimentamos que nuestro ser, el de todos y cada uno,
está siendo dado por Dios y en Dios. Como le decía Jesús a Marta, en el conocido
episodio de la muerte de Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos
para tener en nosotros la vida del Eterno. Creer en Jesús, es poner la
confianza en que lo que él nos revela es lo que realmente somos ya aquí y
ahora.Ω
Comentarios
Publicar un comentario