Jueves Santo, 21 de abril de 2011
Lect.: Éx 12: 1-8. 11.14; 1 Cor 11: 23-26; Jn 13: 1 – 15
1. Resulta un ejercicio interesante tratar de pensar, con base en los evangelios y en Pablo, hasta donde lleguemos, qué podría tener Jesús en la conciencia en el momento de la Última Cena. Si enfocamos ese momento con esa perspectiva, podremos aproximarnos un poco más al sentido que tiene la celebración de este Jueves Santo y, por extensión, el de la celebración de la Eucaristía. Hay cosas que no podemos pensar que Jesús tuviera en su conciencia. Por ejemplo, dicho con todo respeto, no calza de ninguna manera suponer que Jesús estuviera pensando en que estaba “instaurando un sacramento”, o que apuntaba a “crear” una “forma sacramental” de estar presente entre los suyos, después de su muerte. Menos aún que lo hacía para ser “objeto de adoración” en los templos de la cristiandad que vendrían luego. Todo esto son construcciones teológicas muy posteriores y, por tanto, anacrónicas en ese momento. Tampoco es creíble, ni se puede interpretar así a Pablo, que Jesús estuviera pensando en crear un culto que venía a sustituir todo el del Antiguo Testamento y del cual él se concibiera como “sacerdote y víctima”. Ahondar en estos temas es difícil, entre otras cosas porque lo que narran los escritores del Nuevo Testamento se escribió mucho después, y con las perspectivas de las distintas comunidades. Pero hay un enfoque muy sencillo que, aunque incompleto, no es desacertado y resulta útil. Consiste en recordar que Jesús estaba viviendo esa Cena como el momento de despedida de su grupo más íntimo y que, por lo mismo, quería tomarlo como la ocasión de dejarles los gestos simbólicos que mejor sintetizaran lo que le había alentado toda su vida y que quería que alentara también la de sus discípulos.
2. Los dos gestos simbólicos los conocemos desde siempre: el partir y repartir el pan y el vino, expresión de la entrega hasta la muerte de su “carne y su sangre”, es decir, de su persona entera, y el lavarles los pies a cada uno de ellos, expresión del humilde servicio mutuo que debía pautar la práctica cristiana. Y, junto a esos dos gestos, la invitación: “Hagan esto en mi memoria”. Ya, durante los años anteriores, Jesús les había prometido que cuando dos o tres se juntaran en su nombre a orar, él estaría en medio de ellos. Ahora subraya otra forma de presencia: comer y beber de la cena del Señor consiste en comer y beber —es decir, apropiarse íntimamente— la persona del Jesús que se parte y reparte, y configurar la propia vida conforme a esa vida de servicio gratuito y amoroso de Jesús, de manera que la comunidad le hace presente a él cada vez que repite los gestos. Por eso, celebrar la Cena del Señor, hacerla “en su memoria”, no consiste en celebrar un rito religioso más, ni un acto de culto sustitutivo de aquel Antiguo Testamento. Tampoco es la búsqueda de un “nuevo maná”, para subsistir en el “desierto”. Jesús lo que pide a sus discípulos es repetir ese momento supremo previo a su muerte, en el que todos los presentes entran en comunión asimilando —“comiendo”, “digiriendo”— la misma vida que alentaba la persona de Jesús. Solo haciendo esto “en su memoria”, es decir, no por otros motivos ajenos, sino haciendo propios los motivos de Jesús, solo así esa cena comunitaria les permitiría entrar en plena comunión con Jesús y en contacto con el Padre mismo al que habían conocido por su medio. Solo esta fidelidad a “su memoria” garantizaría que no se dejarían llevar por la fuerza de sus anteriores tradiciones religiosas, ni por la influencia de otras con que se toparían en la historia posterior.
3. No es fácil celebrar así este Jueves Santo ni nuestras Eucaristías. Es muy exigente “hacer esto en su memoria”, comprometiéndose con lo que movió la vida de Jesús y que él expresó en esos dos gestos simbólicos. Es más fácil dejarse llevar por la influencia de otras creencias distintas, de otras tradiciones religiosas quizás con ritos elegantes y solemnes, así como por variaciones sentimentales. Pero nos alienta saber que haciendo esto en su memoria, nos ponemos en camino de encontrar nuestro auténtico ser humano, tal como se materializó en la vida y muerte de Jesús de Nazaret.Ω
Lect.: Éx 12: 1-8. 11.14; 1 Cor 11: 23-26; Jn 13: 1 – 15
1. Resulta un ejercicio interesante tratar de pensar, con base en los evangelios y en Pablo, hasta donde lleguemos, qué podría tener Jesús en la conciencia en el momento de la Última Cena. Si enfocamos ese momento con esa perspectiva, podremos aproximarnos un poco más al sentido que tiene la celebración de este Jueves Santo y, por extensión, el de la celebración de la Eucaristía. Hay cosas que no podemos pensar que Jesús tuviera en su conciencia. Por ejemplo, dicho con todo respeto, no calza de ninguna manera suponer que Jesús estuviera pensando en que estaba “instaurando un sacramento”, o que apuntaba a “crear” una “forma sacramental” de estar presente entre los suyos, después de su muerte. Menos aún que lo hacía para ser “objeto de adoración” en los templos de la cristiandad que vendrían luego. Todo esto son construcciones teológicas muy posteriores y, por tanto, anacrónicas en ese momento. Tampoco es creíble, ni se puede interpretar así a Pablo, que Jesús estuviera pensando en crear un culto que venía a sustituir todo el del Antiguo Testamento y del cual él se concibiera como “sacerdote y víctima”. Ahondar en estos temas es difícil, entre otras cosas porque lo que narran los escritores del Nuevo Testamento se escribió mucho después, y con las perspectivas de las distintas comunidades. Pero hay un enfoque muy sencillo que, aunque incompleto, no es desacertado y resulta útil. Consiste en recordar que Jesús estaba viviendo esa Cena como el momento de despedida de su grupo más íntimo y que, por lo mismo, quería tomarlo como la ocasión de dejarles los gestos simbólicos que mejor sintetizaran lo que le había alentado toda su vida y que quería que alentara también la de sus discípulos.
2. Los dos gestos simbólicos los conocemos desde siempre: el partir y repartir el pan y el vino, expresión de la entrega hasta la muerte de su “carne y su sangre”, es decir, de su persona entera, y el lavarles los pies a cada uno de ellos, expresión del humilde servicio mutuo que debía pautar la práctica cristiana. Y, junto a esos dos gestos, la invitación: “Hagan esto en mi memoria”. Ya, durante los años anteriores, Jesús les había prometido que cuando dos o tres se juntaran en su nombre a orar, él estaría en medio de ellos. Ahora subraya otra forma de presencia: comer y beber de la cena del Señor consiste en comer y beber —es decir, apropiarse íntimamente— la persona del Jesús que se parte y reparte, y configurar la propia vida conforme a esa vida de servicio gratuito y amoroso de Jesús, de manera que la comunidad le hace presente a él cada vez que repite los gestos. Por eso, celebrar la Cena del Señor, hacerla “en su memoria”, no consiste en celebrar un rito religioso más, ni un acto de culto sustitutivo de aquel Antiguo Testamento. Tampoco es la búsqueda de un “nuevo maná”, para subsistir en el “desierto”. Jesús lo que pide a sus discípulos es repetir ese momento supremo previo a su muerte, en el que todos los presentes entran en comunión asimilando —“comiendo”, “digiriendo”— la misma vida que alentaba la persona de Jesús. Solo haciendo esto “en su memoria”, es decir, no por otros motivos ajenos, sino haciendo propios los motivos de Jesús, solo así esa cena comunitaria les permitiría entrar en plena comunión con Jesús y en contacto con el Padre mismo al que habían conocido por su medio. Solo esta fidelidad a “su memoria” garantizaría que no se dejarían llevar por la fuerza de sus anteriores tradiciones religiosas, ni por la influencia de otras con que se toparían en la historia posterior.
3. No es fácil celebrar así este Jueves Santo ni nuestras Eucaristías. Es muy exigente “hacer esto en su memoria”, comprometiéndose con lo que movió la vida de Jesús y que él expresó en esos dos gestos simbólicos. Es más fácil dejarse llevar por la influencia de otras creencias distintas, de otras tradiciones religiosas quizás con ritos elegantes y solemnes, así como por variaciones sentimentales. Pero nos alienta saber que haciendo esto en su memoria, nos ponemos en camino de encontrar nuestro auténtico ser humano, tal como se materializó en la vida y muerte de Jesús de Nazaret.Ω
Sí, qué difícil, pero tanto más meritorio, cuanto más difícil para aquellos que puedan lograrlo. Y los hay. Gracias por esta reflexión
ResponderBorrarSí, qué difícil, pero tanto más meritorio, cuanto más difícil para aquellos que puedan lograrlo. Y los hay. Gracias por esta reflexión
ResponderBorrarEl problema no es tanto de la falta de decisión o de ganas de caminar por ahí. Creo, Anabelle,que gran parte de la dificultad proviene de la "hegemonía" de esas otras interpretaciones de la eucaristía. Al ser creencias, interpretaciones religiosas, y de siglos, tienen mucha fuerza y han tomado el lugar de la original evangélica. Complicado enfrentarse a eso sin parecer que estás siendo irreverente, por decir lo menos, ¿no crees?
ResponderBorrarSí, definitivamente. Esto es lo más difícil, y lo más lamentable. Hay que ir haciendo pequeños agujeros en esa visión "oficial" si queremos ser fieles al evangelio. Más allá de eso, esa visión que decís va permeando todo tipo de relaciones y conductas...
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