Bautismo de Jesús, 10 ene. 10
Lect.: Is 40: 1 – 5. 9 – 11; Tito 2: 11 – 14; 3: 4 – 7; Lc 3: 15 – 16. 21 – 22
1. En la época en que Juan el Bautista realiza su ministerio, había muchos otros que practicaban ritos, baños sagrados de purificación, para significar la necesidad de limpiarse de imperfecciones, contaminaciones morales y rituales. ¿Cuál fue aparentemente la diferencia en el bautismo practicado por Juan? Podemos decirlo de una manera muy sintética: se trataba de un enorme gesto simbólico que recordaba el proceso que tuvo que pasar el pueblo de Israel para reencontrarse con su Dios en la tierra prometida. Tuvieron que dejar todo tipo de seguridades e internarse en el desierto, y después de larga peregrinación, pasar el río Jordán, con la confianza en que Dios detendría el torrente de las aguas. El Bautista está entonces crudamente diciendo al pueblo que tiene que empezar de nuevo. Que no puede atenerse a que ya está establecido en la tierra prometida, y que cuenta con el Templo, que no puede atenerse a nada de esto, porque todo esto se ha corrompido. En vez de servir como un camino para la búsqueda honesta de Dios, se ha convertido en un modus vivendi para los sacerdotes y dirigentes y en un cómodo colchón de seguridad para el pueblo que se ha acostumbrado a vivir sin mayores exigencias, tranquilamente confiados en que ya están salvados. El Bautista es claro: hay que empezar de nuevo, hay que salirse de esa ciudad, de ese templo, repetir la prueba del desierto y volver a pasar el Jordán. Este mensaje radical también lo recibe y seduce a Jesús.
2. A veces nos preguntamos hoy día, porque un número grande de gente abandona la Iglesia Católica e incluso otras iglesias. La tentación de algunos predicadores es de culpabilizar a los que se van, considerándolos infieles a los compromisos. Pero lo cierto es que entre quienes se van, hay muchos sinceros frustrados y desengañados porque no encuentran en nuestras iglesias una vivencia fuerte de espiritualidad; no se les proporciona un estímulo para seguir buscando a Dios a partir de los niveles más profundos de su vida personal. Más de uno hay que se queja de que hemos hecho de nuestra liturgia, por ejemplo, un conjunto de prácticas rígidas, que hay que cumplir casi mecánicamente. Y que en vez de alimentar la fe, como apertura confiada al encuentro con Dios, lo que se exige es una obediencia, a menudo ciega y casi infantil a la jerarquía, como si la iglesia fuera una monarquía absoluta. Quizás la más fuerte de las críticas y de las quejas, es la de que valoramos más las ideas, las doctrinas, determinadas creencias heredadas de otras épocas y culturas, en vez de mantener de manera fresca la búsqueda del encuentro con Dios a partir de lo que somos en realidad hoy día.
3. Ante la situación de distorsión y corrupción del Templo y la religión judía que encontró Juan invita, con el gran símbolo del bautismo en el desierto, a empezar de nuevo, a no quedarse apegado a las prácticas religiosas rutinarias existentes, de manera pasiva, sino a redescubrir activamente el camino hacia Dios. Y Jesús acepta ese bautismo y el reto que implicaba, para empezar a recorrer él mismo una ruta de experiencia propia, viva de Dios, conforme a su propia realidad. Recién terminando el tiempo navideño, celebración de nuestro propio nacimiento en Cristo, esta fiesta del bautismo de Jesús, nos llama también a empezar de nuevo a descubrir desde lo más profundo de cada uno en qué consiste ser religioso, ser espiritual, ser cristiano.
Lect.: Is 40: 1 – 5. 9 – 11; Tito 2: 11 – 14; 3: 4 – 7; Lc 3: 15 – 16. 21 – 22
1. En la época en que Juan el Bautista realiza su ministerio, había muchos otros que practicaban ritos, baños sagrados de purificación, para significar la necesidad de limpiarse de imperfecciones, contaminaciones morales y rituales. ¿Cuál fue aparentemente la diferencia en el bautismo practicado por Juan? Podemos decirlo de una manera muy sintética: se trataba de un enorme gesto simbólico que recordaba el proceso que tuvo que pasar el pueblo de Israel para reencontrarse con su Dios en la tierra prometida. Tuvieron que dejar todo tipo de seguridades e internarse en el desierto, y después de larga peregrinación, pasar el río Jordán, con la confianza en que Dios detendría el torrente de las aguas. El Bautista está entonces crudamente diciendo al pueblo que tiene que empezar de nuevo. Que no puede atenerse a que ya está establecido en la tierra prometida, y que cuenta con el Templo, que no puede atenerse a nada de esto, porque todo esto se ha corrompido. En vez de servir como un camino para la búsqueda honesta de Dios, se ha convertido en un modus vivendi para los sacerdotes y dirigentes y en un cómodo colchón de seguridad para el pueblo que se ha acostumbrado a vivir sin mayores exigencias, tranquilamente confiados en que ya están salvados. El Bautista es claro: hay que empezar de nuevo, hay que salirse de esa ciudad, de ese templo, repetir la prueba del desierto y volver a pasar el Jordán. Este mensaje radical también lo recibe y seduce a Jesús.
2. A veces nos preguntamos hoy día, porque un número grande de gente abandona la Iglesia Católica e incluso otras iglesias. La tentación de algunos predicadores es de culpabilizar a los que se van, considerándolos infieles a los compromisos. Pero lo cierto es que entre quienes se van, hay muchos sinceros frustrados y desengañados porque no encuentran en nuestras iglesias una vivencia fuerte de espiritualidad; no se les proporciona un estímulo para seguir buscando a Dios a partir de los niveles más profundos de su vida personal. Más de uno hay que se queja de que hemos hecho de nuestra liturgia, por ejemplo, un conjunto de prácticas rígidas, que hay que cumplir casi mecánicamente. Y que en vez de alimentar la fe, como apertura confiada al encuentro con Dios, lo que se exige es una obediencia, a menudo ciega y casi infantil a la jerarquía, como si la iglesia fuera una monarquía absoluta. Quizás la más fuerte de las críticas y de las quejas, es la de que valoramos más las ideas, las doctrinas, determinadas creencias heredadas de otras épocas y culturas, en vez de mantener de manera fresca la búsqueda del encuentro con Dios a partir de lo que somos en realidad hoy día.
3. Ante la situación de distorsión y corrupción del Templo y la religión judía que encontró Juan invita, con el gran símbolo del bautismo en el desierto, a empezar de nuevo, a no quedarse apegado a las prácticas religiosas rutinarias existentes, de manera pasiva, sino a redescubrir activamente el camino hacia Dios. Y Jesús acepta ese bautismo y el reto que implicaba, para empezar a recorrer él mismo una ruta de experiencia propia, viva de Dios, conforme a su propia realidad. Recién terminando el tiempo navideño, celebración de nuestro propio nacimiento en Cristo, esta fiesta del bautismo de Jesús, nos llama también a empezar de nuevo a descubrir desde lo más profundo de cada uno en qué consiste ser religioso, ser espiritual, ser cristiano.
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