4º domingo. t.o. 31 ene. 10
Lect.: Jer 1: 4 – 5. 17 – 19; 1 Cor 12: 31 – 13: 13; Lc 4: 21 – 30
1. Siempre nos ha llamado la atención que Lc ponga, ya en este cap. 4 la primer situación de rechazo a Jesús. Y no cualquier rechazo, sino uno violento. Toda la gente de la sinagoga, dice, se pusieron furiosos, y lo empujaron hasta el borde de un barranco con la intención de despeñarlo. Según el evangelista, Jesús acaba de proclamar el programa de su misión, con contenidos que más bien parecerían seductores y fascinantes para todos. Apuntan, como decíamos el domingo pasado, a construir una sociedad donde todos podamos vivir como hermanos, liberándonos de apegos egoístas y excluyentes. Con un ideal tan hermoso, tan constructivo, ¿por qué se iba a provocar una reacción negativa en los oyentes? El mismo Lc dice que todos expresaban su aprobación y se admiraban de sus palabras de gracia. ¿Entonces? El cambio tan súbito parece darse cuando Jesús cuestiona el carácter único y privilegiado del pueblo de Israel, comentando aquello de que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Es difícil armar una explicación a reacciones tan opuestas en un mismo auditorio y en tan corto tiempo. De la admiración, pasan, a la violencia. Pero dejando a un lado el estudio de fondo del texto de Lc, hay un solo aspecto en el que vale la pena fijarse: el rechazo que desde un principio generó el mensaje de Jesús. ¿A qué se debió?
2. Una primera respuesta podría darse diciendo que los poderosos, políticos y religiosos, siempre sintieron amenazadas sus posiciones y sus intereses, por la predicación de Jesús. Eso es, por lo que sabemos, históricamente cierto. De manera que cuestionar la interpretación tradicional del papel de Israel conllevaba, de alguna manera, cuestionar la estructura de poder que se daba dentro de este mismo pueblo. Al final, esto se mostrará con más claridad en los enfrentamientos últimos que llevarán al juicio, condena y muerte de Jesús. Sin embargo, esta reflexión podríamos hacerla sin que nos toque a cada uno de cerca. Por una u otra razón no nos sentimos parte de esas élites de poder que quedan cuestionadas por el mensaje de Jesús. Pero hay otra reflexión que nos toca más de cerca. Al fin y al cabo los que podían haber estado presentes en la humilde sinagoga de Nazaret no eran los poderosos que luego se enemistarían con Jesús. Esos poderosos estaban en Jerusalén y en las grandes ciudades de la época y no en la humilde aldea donde Jesús se había criado. A pesar de ello, esta gente más sencilla se sintieron también afectados por la parte más crítica de la predicación de Jesús y reaccionaron con violencia. Vale la pena pensar más a qué se debió esto. Aquí solo una sugerencia al respecto.
3. Para sobrevivir ante las penas, las estrecheces y problemas de la vida cotidiana, todos hemos ido construyéndonos una manera de explicar la situación en que vivimos. Por lo general esa explicación nos la armamos con ayuda de nuestras creencias religiosas. Si no contáramos con esa explicación, la vida se nos haría intolerable. Algunos recurren a la idea de que todo lo que sucede es voluntad de Dios y que él sabrá por qué lo hace y que, al final, él recompensará nuestra paciencia y conformismo. Otros quizás piensan que ya en esta vida Dios va a suscitar líderes que cambiarán las cosas, liberándonos de los opresores, de los verdugos poderosos, de los explotadores. La cosa es que sea cual sea la explicación que nos damos, esa explicación la necesitamos para poder sobrevivir y por eso fácilmente la transformamos en dogmas inamovibles. Nos dan seguridad. Cuando alguien como Jesús aparece y su predicación y su vida ponen en cuestión nuestra manera de ver las cosas, nuestros dogmas, nuestra manera de entender a Dios y a nosotros mismos, eso nos causa crisis. Y la reacción natural es rechazarlo porque va en ello nuestra propia seguridad. Nos da miedo exponernos a lo que vendría a ser un cambio radical en nuestra manera de pensar, de ver, de creer. Aunque Lc no lo menciona como sí lo hace Jn al comienzo de su evangelio, por eso es que el encuentro con Jesús y su mensaje sobre el Reino pide “un nuevo nacimiento”, que abarca también nuestra disposición a ver, pensar, valorar la vida de una manera nueva. Lo que nos puede quedar del episodio de Lc de hoy es la advertencia de que los dogmas y las creencias religiosas, pueden ser un obstáculo muy fuerte que tendremos que superar para nacer al anuncio de la buena nueva.Ω
Lect.: Jer 1: 4 – 5. 17 – 19; 1 Cor 12: 31 – 13: 13; Lc 4: 21 – 30
1. Siempre nos ha llamado la atención que Lc ponga, ya en este cap. 4 la primer situación de rechazo a Jesús. Y no cualquier rechazo, sino uno violento. Toda la gente de la sinagoga, dice, se pusieron furiosos, y lo empujaron hasta el borde de un barranco con la intención de despeñarlo. Según el evangelista, Jesús acaba de proclamar el programa de su misión, con contenidos que más bien parecerían seductores y fascinantes para todos. Apuntan, como decíamos el domingo pasado, a construir una sociedad donde todos podamos vivir como hermanos, liberándonos de apegos egoístas y excluyentes. Con un ideal tan hermoso, tan constructivo, ¿por qué se iba a provocar una reacción negativa en los oyentes? El mismo Lc dice que todos expresaban su aprobación y se admiraban de sus palabras de gracia. ¿Entonces? El cambio tan súbito parece darse cuando Jesús cuestiona el carácter único y privilegiado del pueblo de Israel, comentando aquello de que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Es difícil armar una explicación a reacciones tan opuestas en un mismo auditorio y en tan corto tiempo. De la admiración, pasan, a la violencia. Pero dejando a un lado el estudio de fondo del texto de Lc, hay un solo aspecto en el que vale la pena fijarse: el rechazo que desde un principio generó el mensaje de Jesús. ¿A qué se debió?
2. Una primera respuesta podría darse diciendo que los poderosos, políticos y religiosos, siempre sintieron amenazadas sus posiciones y sus intereses, por la predicación de Jesús. Eso es, por lo que sabemos, históricamente cierto. De manera que cuestionar la interpretación tradicional del papel de Israel conllevaba, de alguna manera, cuestionar la estructura de poder que se daba dentro de este mismo pueblo. Al final, esto se mostrará con más claridad en los enfrentamientos últimos que llevarán al juicio, condena y muerte de Jesús. Sin embargo, esta reflexión podríamos hacerla sin que nos toque a cada uno de cerca. Por una u otra razón no nos sentimos parte de esas élites de poder que quedan cuestionadas por el mensaje de Jesús. Pero hay otra reflexión que nos toca más de cerca. Al fin y al cabo los que podían haber estado presentes en la humilde sinagoga de Nazaret no eran los poderosos que luego se enemistarían con Jesús. Esos poderosos estaban en Jerusalén y en las grandes ciudades de la época y no en la humilde aldea donde Jesús se había criado. A pesar de ello, esta gente más sencilla se sintieron también afectados por la parte más crítica de la predicación de Jesús y reaccionaron con violencia. Vale la pena pensar más a qué se debió esto. Aquí solo una sugerencia al respecto.
3. Para sobrevivir ante las penas, las estrecheces y problemas de la vida cotidiana, todos hemos ido construyéndonos una manera de explicar la situación en que vivimos. Por lo general esa explicación nos la armamos con ayuda de nuestras creencias religiosas. Si no contáramos con esa explicación, la vida se nos haría intolerable. Algunos recurren a la idea de que todo lo que sucede es voluntad de Dios y que él sabrá por qué lo hace y que, al final, él recompensará nuestra paciencia y conformismo. Otros quizás piensan que ya en esta vida Dios va a suscitar líderes que cambiarán las cosas, liberándonos de los opresores, de los verdugos poderosos, de los explotadores. La cosa es que sea cual sea la explicación que nos damos, esa explicación la necesitamos para poder sobrevivir y por eso fácilmente la transformamos en dogmas inamovibles. Nos dan seguridad. Cuando alguien como Jesús aparece y su predicación y su vida ponen en cuestión nuestra manera de ver las cosas, nuestros dogmas, nuestra manera de entender a Dios y a nosotros mismos, eso nos causa crisis. Y la reacción natural es rechazarlo porque va en ello nuestra propia seguridad. Nos da miedo exponernos a lo que vendría a ser un cambio radical en nuestra manera de pensar, de ver, de creer. Aunque Lc no lo menciona como sí lo hace Jn al comienzo de su evangelio, por eso es que el encuentro con Jesús y su mensaje sobre el Reino pide “un nuevo nacimiento”, que abarca también nuestra disposición a ver, pensar, valorar la vida de una manera nueva. Lo que nos puede quedar del episodio de Lc de hoy es la advertencia de que los dogmas y las creencias religiosas, pueden ser un obstáculo muy fuerte que tendremos que superar para nacer al anuncio de la buena nueva.Ω
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