2º domingo t.o., 17 ene. 10
Lect..: Is 62: 1 – 5; 1 Cor 12: 4 – 11; Jn 12: 4 – 11
1. En una cifra preliminar, NN.UU. hablaban esta semana de la necesidad de $ 550 millones para hacer frente a la tragedia causada por el terremoto de Haití. Por supuesto, se refieren a los daños materiales inmediatos, porque las más de 50.000 muertes, y el desagarre traumático de los supervivientes, no puede repararse con esa ni ninguna otra cifra. Y para reconstruir Puerto Príncipe de manera que tenga capacidad para enfrentar tragedias naturales como ésta, se requerirían inversiones muchísimo mayores. No se puede repetir el tipo de construcciones, ni las escasas medidas de seguridad con que contaba ese país. No se puede ayudar tan solo para volver a tener más de lo mismo. Es más, lo que hay que construir, prácticamente desde cero, es toda la infraestructura del Estado y la capacidad para impulsar un proceso íntegro de desarrollo humano. Desde hace décadas Haití ha sufrido una permanente crisis política, plagada de violencia y de violaciones a los DD. HH. que motivó la intervención de la ONU desde 1993. Pero como se tiene claro desde hace tiempos, el proceso político y de pacificación interna no puede tener éxito si no se cuenta con el otro proceso de creación de empleo decente y de desarrollo para todos. Y para ello, las grandes potencias no se han comprometido. Las dimensiones de la tragedia actual no se deben tan solo a la fuerza de la naturaleza sino a esta situación previa de abandono del pueblo haitiano.
2. ¿Qué tiene que ver todo esto con el evangelio de hoy? Es un texto claramente simbólico, no necesariamente un hecho histórico, en el que todo apunta a presentar el mensaje de Jesús como un gran anuncio e invitación a crear una vida nueva que va mucho más allá de todas las realizaciones que hayamos logrado y podamos imaginar los seres humanos. Este milagro de las Bodas de Caná es, como todos los demás en Jn, un gran signo, de la alegría y abundancia para todos que conlleva esa realidad nueva que Jesús llama el “reino de Dios” y que Jn simplemente llama “vida en abundancia”. En la tradición bíblica, la fiesta de bodas era el gran signo del encuentro de Dios con el ser humano, en donde la alegría y la abundancia superarían todo lo que uno pudiera ambicionar. Esto resulta evidente, por ej. en la cantidad de vino producido (unos 500 litros), desproporcionado a las necesidades de una pequeña fiesta de pueblo. Pero esa vida nueva que anuncia Jesús, y que se simboliza en las bodas de Caná, no podemos entenderla simplemente como la promesa en términos de cantidad, como si Jesús quisiera ilusionarnos con la idea de un mundo, al final, en el que la felicidad consistiría en cantidades colosales de bienes materiales y de bienestar psicológico. Jn sugiere que ese “vino” que Jesús produce, es decir, la vida nueva, es de una calidad distinta y mejor. Se exige, para entenderla, un cambio en nuestra manera de entender la vida humana, las relaciones entre nosotros y con la naturaleza y, en definitiva, un cambio en la manera de entender lo que somos cada uno de nosotros. Como lo volveremos a ver en domingos siguientes a lo largo de este año, ese cambio Jesús lo anuncia como posible para aquí y para ahora, sin tener que esperar a una ilusoria reactivación gigantesca de la producción y la economía. No importa en qué circunstancias nos haya tocado vivir.
3. Empezamos esta reflexión evocado la tragedia actual de Haití. A la luz del evangelio de hoy podemos pensar que la solución a esa tragedia, y a otras futuras de otros países pobres del 3er mundo, no se logrará solo con donaciones de última hora, sino cuando la comunidad internacional contribuya significativamente al desarrollo pleno de esos países, antes de que las tragedias naturales se produzcan. Eso implica una verdadera conversión de mentalidad y actitud de parte de todos los que hoy sí disfrutamos en diversa medida de los bienes de este mundo —no solo de los dirigentes políticos y económicos— y el descubrimiento de lo que significa realmente vivir una vida plena solidariamente realizada.Ω
Lect..: Is 62: 1 – 5; 1 Cor 12: 4 – 11; Jn 12: 4 – 11
1. En una cifra preliminar, NN.UU. hablaban esta semana de la necesidad de $ 550 millones para hacer frente a la tragedia causada por el terremoto de Haití. Por supuesto, se refieren a los daños materiales inmediatos, porque las más de 50.000 muertes, y el desagarre traumático de los supervivientes, no puede repararse con esa ni ninguna otra cifra. Y para reconstruir Puerto Príncipe de manera que tenga capacidad para enfrentar tragedias naturales como ésta, se requerirían inversiones muchísimo mayores. No se puede repetir el tipo de construcciones, ni las escasas medidas de seguridad con que contaba ese país. No se puede ayudar tan solo para volver a tener más de lo mismo. Es más, lo que hay que construir, prácticamente desde cero, es toda la infraestructura del Estado y la capacidad para impulsar un proceso íntegro de desarrollo humano. Desde hace décadas Haití ha sufrido una permanente crisis política, plagada de violencia y de violaciones a los DD. HH. que motivó la intervención de la ONU desde 1993. Pero como se tiene claro desde hace tiempos, el proceso político y de pacificación interna no puede tener éxito si no se cuenta con el otro proceso de creación de empleo decente y de desarrollo para todos. Y para ello, las grandes potencias no se han comprometido. Las dimensiones de la tragedia actual no se deben tan solo a la fuerza de la naturaleza sino a esta situación previa de abandono del pueblo haitiano.
2. ¿Qué tiene que ver todo esto con el evangelio de hoy? Es un texto claramente simbólico, no necesariamente un hecho histórico, en el que todo apunta a presentar el mensaje de Jesús como un gran anuncio e invitación a crear una vida nueva que va mucho más allá de todas las realizaciones que hayamos logrado y podamos imaginar los seres humanos. Este milagro de las Bodas de Caná es, como todos los demás en Jn, un gran signo, de la alegría y abundancia para todos que conlleva esa realidad nueva que Jesús llama el “reino de Dios” y que Jn simplemente llama “vida en abundancia”. En la tradición bíblica, la fiesta de bodas era el gran signo del encuentro de Dios con el ser humano, en donde la alegría y la abundancia superarían todo lo que uno pudiera ambicionar. Esto resulta evidente, por ej. en la cantidad de vino producido (unos 500 litros), desproporcionado a las necesidades de una pequeña fiesta de pueblo. Pero esa vida nueva que anuncia Jesús, y que se simboliza en las bodas de Caná, no podemos entenderla simplemente como la promesa en términos de cantidad, como si Jesús quisiera ilusionarnos con la idea de un mundo, al final, en el que la felicidad consistiría en cantidades colosales de bienes materiales y de bienestar psicológico. Jn sugiere que ese “vino” que Jesús produce, es decir, la vida nueva, es de una calidad distinta y mejor. Se exige, para entenderla, un cambio en nuestra manera de entender la vida humana, las relaciones entre nosotros y con la naturaleza y, en definitiva, un cambio en la manera de entender lo que somos cada uno de nosotros. Como lo volveremos a ver en domingos siguientes a lo largo de este año, ese cambio Jesús lo anuncia como posible para aquí y para ahora, sin tener que esperar a una ilusoria reactivación gigantesca de la producción y la economía. No importa en qué circunstancias nos haya tocado vivir.
3. Empezamos esta reflexión evocado la tragedia actual de Haití. A la luz del evangelio de hoy podemos pensar que la solución a esa tragedia, y a otras futuras de otros países pobres del 3er mundo, no se logrará solo con donaciones de última hora, sino cuando la comunidad internacional contribuya significativamente al desarrollo pleno de esos países, antes de que las tragedias naturales se produzcan. Eso implica una verdadera conversión de mentalidad y actitud de parte de todos los que hoy sí disfrutamos en diversa medida de los bienes de este mundo —no solo de los dirigentes políticos y económicos— y el descubrimiento de lo que significa realmente vivir una vida plena solidariamente realizada.Ω
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