5º domingo de Pascua, reflexión anterior retomada el 10 may. 09
Lect.: Hech 9: 26 - 31; 1 Jn 3: 18 - 24; Jn 15: 1 - 8
1. La fuerza de la rutina, en buena parte, en los discursos, en los sermones, en las prácticas religiosas, es la causante de que muchas palabras del evangelio pierdan su novedad, y muchos de sus mensajes se distorsionen en meras repeticiones de frases hechas, cajoneras, sin mayor fuerza que la que pueden tener los pensamientos de calendario o incluso, las recomendaciones de los horóscopos. Así pasa, por ejemplo, con una palabra y un mensaje que nos trae el texto de Jn de hoy. La palabra es “permanecer” o “morar”. Y el mensaje, en su primera parte, es “permanezcan, o pongan su morada, en mí y yo en ustedes”. En su segunda parte: el que permanece o tiene su morada en mí, ese creará fruto abundante, se creará lo que pida y será creado como discípulo.
2. Si pudiéramos hacer el esfuerzo de despojarnos de la carga de la rutina, en primer lugar, escucharíamos estas palabras con susto. ¿Cómo es eso de “poner la morada” dentro de Jesús? ¿Cómo puede alguien entrar dentro de otra persona y a partir de ahí producir algo ambos? Suena raro. Sólo la unión matrimonial, de forma transitoria e imperfecta lo logra. Uds. me dirán: “Por favor, Ud. mismo lo ha dicho otras veces, hay que leer los símbolos y las metáforas del evangelio y no tomarlas al pie de la letra”. Cierto. No debemos tomar esta comparación al pie de la letra, pero hay que tomarla muy en serio, porque ahí nos está hablando del misterio de nuestra verdadera identidad, —humana y cristiana— que se define por una relación que supera nuestra comprensión y que sin embargo estamos sumergidos en ella cada uno de nosotros, Cristo y Dios mismo. Cierto, entonces, que no se puede interpretar de forma literal, físicamente. Pero si el mensaje usa estas metáforas es porque trata de motivarnos a entender que nuestra vida es algo que va mucho más allá de lo que parece. Cuando la vivimos a fondo, nos descubrimos siendo como una misma planta, una misma viña con Cristo, que a su vez, es una misma cosa con Dios, por lo que tenemos su misma savia, su misma vida, sus mismos frutos que Él produce por medio nuestro. El contraste entre vivir la vida vegetativa, superficialmente, y vivirla a este nivel, es tan grande que el texto original de Jn utiliza el verbo “engendrar” o “crear” para referirse a lo que se produce en nosotros y lo que nosotros podemos producir. Somos creados como discípulos, es decir, como criaturas nuevas, que diría san Pablo, y podemos crear cosas realmente nuevas, que es lo que da gloria a Dios.
3. La semana pasada meditábamos sobre nuestra identidad personal y decíamos que se realiza de una manera paradójica: solo llegamos a ser verdaderamente lo que somos cuando nos sumergimos en nuestro nivel más profundo. Aunque cuando alcanzamos ese nivel lo que nos sucede es que nos sumergimos en esa realidad de autodonación, de amor-que-se-da, que es Dios y esto nos conduce a asumir como Jesús una vida que es exitosa en la medida en que da la vida. Es la paradoja de perder el propio yo, egoísta, hallando una nueva identidad que se abre a los demás. El mismo Jn, en otro momento (12:24), había comparado esta transformación con la propia muerte, porque equivale a renunciar a lo que uno cree que uno es, al propio yo y al propio interés. Pero, en realidad, el miedo a esa renuncia es un error. Y dice Jn ahí mismo que quien se resiste a esta transformación, a esa “muerte” “se queda solo”, mientras que quien la atraviesa, “da mucho fruto”.
4. Lo que consideramos nuestra identidad, nuestro yo, —entendido a nivel superficial— es, en realidad, el resultado de inclinaciones fáciles, cómodas, “light”, egoístas estimuladas por influencias ajenas de la publicidad, de los intereses comerciales, políticos de otros. Y ese yo sobrevive incluso cuando pertenecemos a una iglesia y practicamos una religión adaptada a ese mismo nivel superficial. Vamos a pedir en esta eucaristía la fuerza para perder el miedo a la muerte de ese yo, y para recrear nuestra identidad por la savia del mismo Espíritu de Cristo.Ω
Lect.: Hech 9: 26 - 31; 1 Jn 3: 18 - 24; Jn 15: 1 - 8
1. La fuerza de la rutina, en buena parte, en los discursos, en los sermones, en las prácticas religiosas, es la causante de que muchas palabras del evangelio pierdan su novedad, y muchos de sus mensajes se distorsionen en meras repeticiones de frases hechas, cajoneras, sin mayor fuerza que la que pueden tener los pensamientos de calendario o incluso, las recomendaciones de los horóscopos. Así pasa, por ejemplo, con una palabra y un mensaje que nos trae el texto de Jn de hoy. La palabra es “permanecer” o “morar”. Y el mensaje, en su primera parte, es “permanezcan, o pongan su morada, en mí y yo en ustedes”. En su segunda parte: el que permanece o tiene su morada en mí, ese creará fruto abundante, se creará lo que pida y será creado como discípulo.
2. Si pudiéramos hacer el esfuerzo de despojarnos de la carga de la rutina, en primer lugar, escucharíamos estas palabras con susto. ¿Cómo es eso de “poner la morada” dentro de Jesús? ¿Cómo puede alguien entrar dentro de otra persona y a partir de ahí producir algo ambos? Suena raro. Sólo la unión matrimonial, de forma transitoria e imperfecta lo logra. Uds. me dirán: “Por favor, Ud. mismo lo ha dicho otras veces, hay que leer los símbolos y las metáforas del evangelio y no tomarlas al pie de la letra”. Cierto. No debemos tomar esta comparación al pie de la letra, pero hay que tomarla muy en serio, porque ahí nos está hablando del misterio de nuestra verdadera identidad, —humana y cristiana— que se define por una relación que supera nuestra comprensión y que sin embargo estamos sumergidos en ella cada uno de nosotros, Cristo y Dios mismo. Cierto, entonces, que no se puede interpretar de forma literal, físicamente. Pero si el mensaje usa estas metáforas es porque trata de motivarnos a entender que nuestra vida es algo que va mucho más allá de lo que parece. Cuando la vivimos a fondo, nos descubrimos siendo como una misma planta, una misma viña con Cristo, que a su vez, es una misma cosa con Dios, por lo que tenemos su misma savia, su misma vida, sus mismos frutos que Él produce por medio nuestro. El contraste entre vivir la vida vegetativa, superficialmente, y vivirla a este nivel, es tan grande que el texto original de Jn utiliza el verbo “engendrar” o “crear” para referirse a lo que se produce en nosotros y lo que nosotros podemos producir. Somos creados como discípulos, es decir, como criaturas nuevas, que diría san Pablo, y podemos crear cosas realmente nuevas, que es lo que da gloria a Dios.
3. La semana pasada meditábamos sobre nuestra identidad personal y decíamos que se realiza de una manera paradójica: solo llegamos a ser verdaderamente lo que somos cuando nos sumergimos en nuestro nivel más profundo. Aunque cuando alcanzamos ese nivel lo que nos sucede es que nos sumergimos en esa realidad de autodonación, de amor-que-se-da, que es Dios y esto nos conduce a asumir como Jesús una vida que es exitosa en la medida en que da la vida. Es la paradoja de perder el propio yo, egoísta, hallando una nueva identidad que se abre a los demás. El mismo Jn, en otro momento (12:24), había comparado esta transformación con la propia muerte, porque equivale a renunciar a lo que uno cree que uno es, al propio yo y al propio interés. Pero, en realidad, el miedo a esa renuncia es un error. Y dice Jn ahí mismo que quien se resiste a esta transformación, a esa “muerte” “se queda solo”, mientras que quien la atraviesa, “da mucho fruto”.
4. Lo que consideramos nuestra identidad, nuestro yo, —entendido a nivel superficial— es, en realidad, el resultado de inclinaciones fáciles, cómodas, “light”, egoístas estimuladas por influencias ajenas de la publicidad, de los intereses comerciales, políticos de otros. Y ese yo sobrevive incluso cuando pertenecemos a una iglesia y practicamos una religión adaptada a ese mismo nivel superficial. Vamos a pedir en esta eucaristía la fuerza para perder el miedo a la muerte de ese yo, y para recrear nuestra identidad por la savia del mismo Espíritu de Cristo.Ω
Excelente mensaje, ahora me queda más claro en lo personal, porqué esta cita se da en el tiempo de pascua.
ResponderBorrarSi la resurreción de Cristo, es una invitación para nosotros a morir para entrar definitivamente a la realidad que todo lo abarca, y este entrar es igual que en la cita, establecer la morada sin perder la identidad en su tránsito, sino que radicalizar la identidad mediante la muerte y el misterio de la resurrección, es más claro porque la semilla al morir y solo así, puede desarrollarse plenamente, por que solo de esta forma cumplirá su propósito y dará el fruto para el que fué creada originalmente.
Por eso morir va seguido de resucitar para todo cristiano, y eso es como lo menciona Küng, entrar en "esa realidad inabarcable y abarcadora,(...)la realidad más real a la que damos el nombre de Dios."
Sí, Chuz, como lo sugerís, la idea de resurrección nos coloca en esa nueva perspectiva para ver la densidad de nuestra vida presente, y no para pensar en "el otro lado" como a veces se cree. Entrar en esa realidad inabarcable y abarcadora, ya estamos dentro. Pero es todo una larga tarea que tenemos que trabajar para "morar", "habitar", estar presente en ella. Como dice un autor, nos cuesta incluso "estar presentes a nosotros mismos" y al momento y lugar que vivimos. Y es requisito para "estar con plenitud de conciencia en Dios.- Gracias por tu lectura y comentario.
ResponderBorrarEsta semana, que casualmente nuestro grupo estará analizando el cap 3 de Legaut, tu reflexión parece especialmente atinada: "al acercarme al misterio del otro -- desde ese conocimiento profundo de mi ser -- me lo apropio y lo hago mi prójimo, y a la inversa, porque mi sola presencia hace nacer en él/ella
ResponderBorraresas ansias de desarrollo espiritual..."