Lect.: 2ª Re 5, 14-17; 2ª Tim 2, 8-13; Lc 17, 11-19
- En este “ministerio itinerante” que asume Jesús en su trayecto de subida a Jerusalén, como hemos visto, une a sus acciones, la enseñanza sobre el Reino de Dios por medio de parábolas. Pero algunas de sus acciones en sí mismas tienen también el carácter doble de revelar un aspecto importante de ese Reino, junto a la práctica de una acción benefactora. Es el caso del pasaje de hoy sobre la curación de los leprosos.
- Ciertamente, como lo hacen muchos comentaristas, el milagro sirve para continuar resaltando el poder de la fe, de lo que hablábamos domingos anteriores, así como otras actitudes que acompañan a la fe, como es el caso del agradecimiento que solo se manifiesta en uno de los curados. Pero personalmente veo que, leído desde nuestro contexto actual, el episodio da lugar a fijar la mirada en otros aspectos que encontramos en situaciones por las que atravesamos y desafían determinadas prácticas sociales “normalizadas” en nuestra sociedad. Porque no se trataba en el relato de una curación como otras que realizó el Señor, se trataba de una curación de un grupo de leprosos.
- Independientemente de la precisión del diagnóstico de la época para identificar la lepra propiamente dicha, u otras enfermedades graves de la piel, el hecho es que los afectados por este tipo de dolencias vivían en una situación a la que no se podían comparar otros problemas de salud, de la vista, del oído o de la movilidad, a los que Jesús había curado.
- Tradicionalmente, en la literatura hebrea, la lepra se presenta como una enfermedad que excluye de la comunidad con los demás, con Dios y agudiza, de esa manera, el sufrimiento y la proximidad a la muerte. De hecho el leproso “está muerto para la comunidad y el ritual de su aislamiento se parece al de un rito funerario” (Bovon).
- Habiendo pasado recientemente muchos de nosotros por la experiencia de medidas sanitarias estrictas para detener el contagio del corona virus podemos aproximarnos a una idea, aunque de lejos, de lo que podían ser las medidas de aislamiento por las que tenían que pasar los leprosos en la Palestina de la época de Jesús. Sin embargo, el nivel de exclusión de la comunidad de los leprosos de entonces, encuentra, me parece, un mayor paralelismo en nuestros tiempos con las actitudes discriminatorias que han afectado primero, a las víctimas del VIH - Sida y, luego, por injustificada extensión, a los integrantes de la comunidad LGTBIQ únicamente por su identidad sexual.
- En los tiempos en que empieza a predicarse el evangelio no hay temor en presentar a un Jesús que atiende los gritos de los discriminados y adelanta la reinserción y resocialización de todos los injustamente excluidos de la comunidad que, como ha insistido el Papa Francisco, son descartados de los beneficios de la sociedad. Es una llamada más a cambiar prácticas antievangélicas que se han colado en la Iglesia.Ω
También se ejerce discriminación velada sobre comunidades que se consideran conservadoras, a los ojos de algunas posiciones modernas. A algunos católicos se nos trata como leprosos. Hay de todo.
ResponderBorrar