Lect.: Jos 5: 9 a. 10 – 12; 2 Cor 5: 17 – 21; Lc 15: 1 -3. 11 – 32
- Esta parábola que cuenta Jesús, —la más larga de los evangelios— da para innumerables reflexiones. Parece clara y transparente en los mensajes que transmite, y que no hay lugar para equivocarse al captar su sentido. A pesar de eso, la tradición misma que nosotros aprendimos empieza por darle un nombre que puede confundir: “del hijo pródigo”. Confunde, porque ni el hijo menor es el personaje principal, ni el despilfarro que hace de sus bienes es comparable al derroche que hace el Padre, representando la generosidad del amor de Dios, que es el elemento central de la historieta. Incluso hay quienes comentan que más que la figura de un padre, según lo que estamos acostumbrados, ese comportamiento que simboliza el de Dios es el de una madre. Recordemos que esta parábola y las otras del capítulo 15 de Lc se las cuenta Jesús a fariseos y a letrados que lo critican por comer en la mesa de pecadores y Jesús para argumentarles les presenta el comportamiento de Dios. En todo caso, volver a leer con cuidado la parábola nos ayuda, sin apenas esfuerzo, a cambiar nuestra manera de entender lo que es Dios y lo que es la religión. Esta tarde vamos a seleccionar entre observaciones de varios comentaristas solo dos cosas de tan rica parábola. En primer lugar, tomar conciencia de que los tres personajes de la parábola reflejan tres dimensiones o tendencias que cada uno de nosotros tiene dentro de sí mismo. Y en segundo lugar, que el amor del Padre, que debemos desarrollar, es un amor incondicional que no trata a cada uno por sus méritos o errores, sino que los trata como personas, salidos de la mano de Dios y valiosos como tales, por lo que son en su ser más profundo, la misma divinidad.
- Con la mano en el corazón descubrimos rápidamente que el hijo menor está presente en cada uno de nosotros, en nuestra tendencia a dejarnos llevar por la comodidad, por el placer inmediato, individualista. No hay ninguno de nosotros que no sienta en sí esas tentaciones e incluso que no haya caído en ellas. No es que otros sean los pecadores, los prostitutos, los traidores recaudadores de impuestos. Es que todos esos malos personajes están en nosotros mismos esperando salir a escena en la menor oportunidad. Pero también está en cada uno de nosotros el hijo mayor. El que se cree bien portado, cumplidor de la ley de Dios, pero que lo hace de manera interesada, que no se va de la casa paterna pero siempre pensando en que el Padre no lo castigue y que algún día lo premie. En el fondo, un hijo mayor que se ha construido un dios a su medida, y que, además, desprecia a los que ve como pecadores, a los hijos menores que viven despreocupadamente. Cuando la Iglesia entera se comporta como hijo mayor, en vez de ser ministros de reconciliación, como dice Pablo que debemos ser, se dedica a clasificar a la gente en creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular, en normales y gays... Y mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, dice un autor (Pagola) Dios nos sigue amando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos. Dios, dice Pablo hoy, reconcilia al mundo consigo sin pedirle cuentas.
- Ese Padre también está en nosotros. Todavía tenemos que enterarnos y convencernos de lo que Jesús dijo: yo y el Padre somos uno; y tiene que llegar el día, como recuerda el evangelio de Jn, de que nos demos cuenta experiencialmente que el Padre está en Jesús, él en nosotros y nosotros en él. Y que, cuando lo entendamos y vivamos, no solo haremos las obras de Jesús, sino aún mayores. Ejerceremos con todos el mismo amor del Padre, construyendo nuevas formas de convivencia humana y con la naturaleza.Ω
Este comentario se publicó por primera vez el 14 de marzo de 2010.
De mucho interés, para ampliar el tema de esta parábola, recomiendo las siguientes dos lecturas.
1ª EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO.
Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt
Henry Nouwen
La 2ª no es teológica pero da un complemento importante desde el campo de la psicología.
The Parable of a Father and Two Sons: Jungian Hermeneutics and Therapeutic Applications
2009, Journal of Psychology and Christianity, vol 28, # 4, 338 - 349
Using Jungian hermeneutics as a tool for psychological biblical criticism, this article analyzes the biblical parable of the prodigal son. It proposes that the two sons in the parable are symbolic of the conscious and the unconscious, the two segments of personality, and that the father who is also the mother is the symbol of the Self. The prodigality of the younger son and the frugality of the elder son are unwholesome extremes of existence. The task of the two sons is to grow towards individuation—moving to the centered and life-giving position the father occupies, and become like him. The father in the parable who is the Self stands for Christ, the Imago Dei imprinted on human nature as its highest potential. Offering the concepts of Christic potential and Christic differential, the article discusses how the hermeneutical insights into the parable may be applied to the practice of Christian psychotherapy. [Suggested citation: Veliyannoor, P. V. (2009). The parable of a father and two sons: Jungian hermeneutics and therapeutic applications.
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