Lect.: Génesis 15:5-12, 17-18; Filipenses 3:17--4:1; Lucas 9:28-36
- En domingos anteriores las lecturas de Lucas han venido ayudándonos a explorar nuestra propia naturaleza, para perder el miedo al mal, para superar la idea un tanto mágica de que nos movemos en un mundo amenazados por enemigos malos o incluso infiltrados por demonios fantásticos que nos inducen al mal. El evangelista nos hace ver que es en nuestro interior, en el ámbito de nuestra vida personal donde se hallan las tendencias en pugna, a la destrucción y a la construcción, y así nos ayuda a ponerle nombre al enemigo, a darle la cara y, por eso, a abrirnos la posibilidad de ponerlo bajo nuestro control.
- Esta revelación de lo que somos como humanos, nos libera de miedos de estar sometidos a fuerzas extrañas y superiores, y nos libera también de actitudes discriminatorias de otras personas que cometen actos destructivos. Nos descubrimos, —un tanto misteriosamente, eso sí,— formando parte de una comunidad de pecadores en la que nadie está libre de la tentación y, por tanto, nadie puede colocarse en una posición pretendidamente superior, desde la cual pudiera despreciar a otros como victimarios, como radicalmente dañinos o malos. Esto nos da pie a pensar en nuestra responsabilidad. La exploración de nosotros mismos, que nos permite Lucas, nos tiene que volver más humildes, menos enjuiciadores, aunque no quedamos exentos de dudas porque si la tendencia al mal está también dentro de cada uno de nosotros, si nos inclinamos más a ella que a la tendencia a realizar lo mejor de nosotros, ¿cómo mantener la esperanza, cómo no vivir incluso con una dosis de angustia pensando que es un poco trágico cargar siempre con estas dos tendencias? Y es innegable que hay épocas, como la nuestra, en que pareciera que tanto en la sociedad como en la Iglesia, en el plano nacional como en el internacional, en lo político y en lo económico, son las tendencias negativas las que van ganando la partida.
- Pero en el relato de hoy, conocido como el episodio de “la transfiguración” el mismo Lucas completa el mensaje sobre lo que somos, inclinando la balanza más hacia el lado positivo. El Padre Dios permite a unos discípulos de Jesús contemplar o experimentar la revelación de lo que es realmente Jesús. En el mismo capítulo 9:18, apenas unos versículos atrás, el Maestro les había preguntado, “¿quién dice la gente que soy yo?”,y es en la cumbre de este monte donde han subido a orar, que les hace experimentar, al menos parcialmente, en un ambiente de oración, que es en la persona de Jesús, en la misma materialidad de su cuerpo, donde se encuentra la morada de la gloria de Dios, como en el A.T. lo había sido la tienda en el desierto y luego el templo de Jerusalén. Pueden “ver” que detrás o dentro de todas las imperfecciones de la corporeidad humana, es la plena gloria de Dios lo que mora en su Maestro. Pero si ahí, en el monte, se manifiesta en el cuerpo de Jesús, no podemos perder de vista que él es el Hijo del Hombre, el plenamente humano, por lo que lo que él hace o experimenta revela lo que es y lo que sucede en cada uno de nosotros. Se confirma lo que en el evangelio de Juan (4: 5 – 43) había dicho Jesús a la samaritana: ya no es en un Templo de piedra en donde en adelante se adorará a Dios.
- Para subrayar y precisar aún más el sentido de esta revelación, Lucas incluye la visión de Moisés y de Elías, que enseguida desaparecen. Ahora el nuevo Moisés es Jesús, él es el que va a realizar un éxodo nuevo, —esta es la expresión que utiliza el texto como tema de la conversación de Jesús con los dos personajes celestiales; su cercana pasión y muerte es denominada un “éxodo”. Jesús es el nuevo líder, no un mero maestro, cuya tarea es sacarnos de toda opresión para llevarnos a constituir un nuevo pueblo, una nueva comunidad. Y esa nueva comunidad, ese nuevo pueblo, como Jesús, nuevo Moisés, va a ser morada de la gloria de Dios, desterrando y venciendo todo mal. Por eso el salmo responsorial de esta celebración de hoy, (121)puede ser recitado por quienes mantienen esta confianza, convencidos de estar contribuyendo a construir el nuevo pueblo en el que se manifiesta la gloria de Dios. “Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Yahveh, el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? La llamada “transfiguración” en el relato de Lucas expresa la misma confianza que contiene la lectura de hoy de Pablo a los Filipenses: el “Señor Jesucristo,… transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo.” “Glorioso”, es decir pleno de la divinidad. Es la base real que desde ya alimenta nuestra esperanza y nos proporciona una imagen resaltada de la naturaleza humana.Ω
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