19º domingo t.o.
Lect.: primer libro de los Reyes 19,4-8 ; Efesios 4,30–5,2 ; Juan 6,41-51
- Lo hemos comentado muchas veces: crecimos la mayoría de nosotros adultos en un ambiente religioso en el que se remarcaba la oposición entre “las cosas de Dios” y las “de este mundo”, entre lo material y lo espiritual, y se planteaba esta oposición de tal manera que nos mantenía en un dilema sobre el que había que decidir y tomar partido. Y todavía, probablemente, se escuchen predicaciones que difundan esa manera de pensar como un reto clave que se presenta a todo cristiano a lo largo de su vida. Sin embargo, en la predicación y en la vida de Jesús las cosas se ven menos simplistas y las decisiones no se plantean como si la realidad se dividiera dualistamente entre “blanco” y “negro”, y, menos aún identificando lo material, lo humano como el lado negativo de la vida.
- Este relato que Juan construye en torno el episodio de la redistribución de los panes a una multitud hambrienta que seguía a Jesús, tiene todos los rasgos, más que de un hecho histórico, de una narración cargada de ricos símbolos, algunos de cuyos significados ya hemos venido comentando los últimos domingos. Pero hoy podemos añadir uno más: es un buen ejemplo de una actividad de Jesús, —por completo alejada de esa visión dualista que mencionábamos—, y en la que más bien las actitudes a las que impulsa el Espíritu se traducen en comportamientos profundamente humanos, solidarios, sensibles a las necesidades básicas de los demás, partiendo del acceso a la alimentación. Como quedaba claro en la explicación de la semana pasada, lo que se señalaba negativamente era precisamente lo contrario, no abrirse ante esas necesidades, cerrarse a la posibilidad siempre abierta de compartir lo propio, por pequeño o poco que sea.
- Pero dentro de los varios significados de este signo realizado por Jesús, la evocación en el relato del evangelista Juan que se hace de los episodios de los israelitas en el desierto, del comportamiento de Moisés preocupado por el hambre que aquellos estaban pasando, se redimensionan y el alimento material que reciben, el maná, sin perder su valor para saciar el hambre que están pasando en su peregrinación, se transforma en un símbolo de algo más profundo, la saciedad de una vida más plena, la del Eterno, que es la que se manifiesta en la vida de Jesús, hijo de Dios, hijo del Hombre, y sí, también, visto como "hijo de José", subestimado por esa condición. “Comer” a ese Jesús, es apropiarse de su vida de manera definitiva. Transformarse en lo que él fue.Ω
Me parece hermosa e iluminadora esta reflexión.
ResponderBorrarSí, muy hermoso compartir la palabra y el pan.
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